En el que me llegan las galeradas del libro.



Érase una vez una ciudad imaginada repleta de cuentos. 

Se trataba de una urbe abierta, luminosa, extravagante y llena de misterios.

Y he aquí que llegó un día en el que Memphis, la científica de la ciudad, llamó a la puerta de la casa consistorial porque Nelly, la alcaldesa, llevaba tres días desaparecida.

Algunos decían que meditaba. Otros, que estaba de viaje. Los había que opinaban que había ido a visitar a una lejana prima de Rusia, y otros aseguraban haberla visto en Portugal.

Pero Memphis no creyó uno solo de esos rumores. Llamó a la puerta, y al ver que nadie acudía a abrir, usó su pequeña llave para entrar en el Ayuntamiento.

El interior estaba muy oscuro y tuvo que esperar unos momentos para que sus ojos se acostumbraran a la penumbra.

Avanzó hasta el centro del salón, donde descubrió una muralla de periódicos viejos, apuntalada con una columna de cojines, ocultado un sofá en el cuál estaba tumbada boca abajo la alcaldesa, con la cabeza contra la colcha.

-Ejem, ejem... -carraspeó.
-¡¡Déjame!!
-Creo que tienes trabajo... -señaló el escritorio con un sobre abierto, por el cuál asomaba el manuscrito de su última novela.

Era la versión final, lo que llaman "galeradas".

A todo escritor que se precie le encanta recibir galeradas. Es la versión oficial del libro, antes de ir a imprenta. Pero he aquí que Nelly había hecho un fuerte de cosas cotidianas tras las que esconderse, y no se acercaba a la mesa.

-¡¡Vete!!

Al lado de la ella, sentado en el suelo, estaba el cartero de la ciudad, un joven mensajero misterioso, que nadie sabe a donde iba ni de dónde venía, pero solía acompañar a Nelly cuando lo necesitaba.

-¡No pienso mirarlo!

Se refería, claro, al libro.

-Vamos, Nelly, que tienes un plazo...

-¡NO!

La científica miró al cartero.

-Haz algo.

Él le devolvió la mirada sin decir nada. Era imposible saber lo que estaba pensando.

-Llama al actor... -aventuró la científica.

Por toda respuesta el cartero se cruzó de brazos, alzó el mentón y miró a través de la ventana...

-Pues sí que estamos bien... -susurró Memphis. 

Allí estaba, una Alcaldesa en huelga, intentando desaparecer fundiéndose con la colcha de un sofá (o que el mundo desapareciera, tal vez); un cartero mudo que no decía lo que estaba pensando... y un trabajo por hacer que requería de fuerza de voluntad.

-Es que me voy a tener que encargar yo de todo... -suspiró.

Se acercó al escritorio, sacó del sobre el manuscrito, desvelándolo por completo, y se llevó un susto al notar que el niño mensajero se había acercado por detrás, sigilosamente.

Luego ambos miraron hacia el sofá.

-Me parece que hay un problema.

-¡No me digas! -contestó Memphis con sarcasmo-, ¡no me había dado cuenta! ¡Y yo pensando que todo marchaba estupendamente!... Pues si pasa algo, la culpa es tuya.

-Yo no entiendo de culpas.

-Ah, no sé... mírala ahí. Tú me dirás. ¿Quién trajo al actor a la ciudad? 

-¡JAJAJAJA! JAJAJAJAJAJA

Inexplicablemente, al cartero le dio un ataque de risa.

-¡Jajajajaja! ¡jajaj..jajajajajaj!

Tanto se reía que se encogió sobre su estómago. Y con tanta risa, Nelly no pudo evitar levantar la cabeza y mirarlos. ¿Qué estaban tramando aquellos dos? 

Sin decir nada, la Alcaldesa se sentó a su lado en una silla, que arrastró estrepitosamente por el suelo, con un sonido que a Memphis le provocó dolor de muelas.

-Lo que me enfada es lo del tren... -dijo, sorbiéndose las lágrimas.

-Pero si fue bellísimo -contestó Memphis-, una casualidad tan improbable como el nacimiento de la vida misma. Tú elegiste un tren al azar, en el que no montas nunca, él se equivocó... y os encontrasteis. ¿Qué probabilidad había?

-¡Jajajajajaja!

Por algún motivo que nadie en la habitación, salvo él, alcanzaba a comprender, al cartero le había dado tal ataque de risa, que ya el mal humor de Nelly se disipó, sustituido por una curiosidad creciente.

-No sé qué te hace tanta gracia -dijo, mirando el manuscrito.

Nunca jamás volvió a subir a ese tren, que tampoco nunca antes había tomado.

Y fue justo el día en que le dijo: "olvídalo, olvídalo, ¡vamos a olvidarnos el uno del otro!". Y acto seguido los dos se enviaron la misma foto del atardecer, tomada desde el mismo tren, a la vez.

Nelly miró al cartero con el ceño fruncido.

-¡Me cae mal! ¡Le odio! Y todo por culpa de la casualidad. 

-Está bien, está bien... Ya voy -dijo el niño guardando una carta misteriosa dentro de su bandolera.

-¡Pero yo no he dicho que entregues ningún mensaje!

El cartero sonrió, con una mirada llena de cariño, y tras abrir la puerta abandonó la casa consistorial, perdiéndose en la luz crepuscular que invadió el salón de Nelly en ese instante.

A fin de cuentas, mensajes más raros había entregado, a seres mucho más curiosos que Nelly y su extravagante actor.

FIN.

Posdata: tras descansar, Nelly terminó de revisar las galeradas.

El libro saldrá en preventa en breve!


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