Coronavirus en Madrid.



Voy a relatar el día de ayer y lo poco que llevamos del de hoy:

Ayer viernes yo tenía vacaciones. Los planes de dichas vacaciones habían sido anulados, por supuesto. Pero el día anterior, por la noche, yo mandé un mensaje a mis amigos diciendo lo enfadada que estaba y un montón de cosas que iban mal.

Mientras lo mandaba a un chat general, mi mejor amigo me escribía un privado:

-¿Mañana a las 11 en la terraza del otro día?

Tal cuál dejé de grabar el audio lleno de quejas y miedos y angustias, vi el mensaje de mi amigo. Mientras yo lo veía, mi amigo ponía:

"Ah, ya veo que no qu..."

-Sí -contesté.

Mi amigo contestó con veinte mil emoticonos sonrientes.
Es decir, la comunicación fue tal que así:

-¡¡Porque qué miedo!! Porque pasa esto, pasa lo otro, y mirad esto y ....

-¿Mañana en la cafetería?

-¡Vale!

Jajajajajjajaja!

Ay, Dios, no tiene el más mínimo sentido.

Mi amigo y yo (cada cuál en su casa) nos reímos mucho. Es como el día aquel que le estaba mandando un correo al actor lleno de razones incontestables para dejar de escribirle, y de argumentos por los cuáles no deberíamos vernos y me contestó:

"¿quieres ir al cine?"

¿En serio?

Al día siguiente, viernes, bajé a la cafetería.
Fui parando en todas las farmacias. Al entrar en la primera oí unos gritos:

-¡Eh, ¿a dónde va?!

(¡Jesús! ¡qué susto!) 

-Pues dentro...

-¿No ha leído el cartel?

Lo miré. Anda que... un folio pegado en un lateral entre veinte carteles. De verdad, pensé, los españoles no tienen muy claro el sentido del orden.

-Ah, sí, el cartel... (folio, eso se llama folio, no cartel)

Ponía: "No entre si alguien está dentro"

Ay, señor.

Desde la puerta, grité (cuando se fue el que estaba dentro) para que pudieran oírme los del lejano mostrador.

- ¿Tienen gel?
- No.
- ¿Guantes?
- No.
-¿Mascarillas?
- No.

De algún modo raro, ahora era yo la que no quería entrar.

-¡Vale, gracias!

Esta conversación se repitió en 5 farmacias.

Llegué a la terraza de la cafetería diez minutos tarde. Jo, qué harta estaba.

Mi mejor amigo ya me estaba esperando. Y nos saludamos con el codo. Nos sentamos en el mismo sitió del otro día y tomamos café. Al aire libre. En la plaza.

(¡¡¡ay, me siento normal!!! pensé)

Eso era lo que me impulsaba a salir de casa. Días de agobio y miedo y una parte de mi mente decía: quiero tomar un café PORQUE SOY UNA PERSONA NORMAL.

Casi.. y digo casi, nos olvidamos del coronavirus en esa terracita, al sol. Hablamos de cómo funcionan las empresas y el ser humano. De política. Y, por último, de la idea del romanticismo y de las idealizaciones.

Y yo miré a mi amigo, un músico de metro noventa, con el pelo largo, barba y perilla, mientras decía liándose un cigarrillo:

-Mira, Nelly, no tenéis ni idea del romanticismo. El romanticismo viene del siglo XVIII y de la idealización de los cánones clásicos de Grecia y Roma.

(No sé porqué, pensé en el actor)

-Y consiste en cumplir una serie de normas que socialmente demuestran que quieres a tu chica. ¡Yo no quiero un amor tan.... -miró al cielo, buscando la palabra.

-¿Encorsetado?

-Sí. Yo soy romántico, pero no porque regale flores. Y mi primo y tú estáis obsesionados con ciertas ideas que no sirven para nada. Cada vez que conocéis a alguien, ese alguien es el hombre/mujer de vuestra vida, y luego, claro, .... no lo es. Así llegó el XIX y se vio que todo eso de la idealización no servía para nada. Mira, ¿has leído Las Flores del Mal?

¿¿?? (Yo miraba a mi amigo, ése que fuma y escucha música heavy) bastante asombrada. Ya me había asombrado diciéndome cómo funciona el ser humano en momentos de crisis, y como funcionan las empresas.

Y luego me contó esa historia y la de otro libro que le regalaron.

Cuando nos íbamos y tras conseguir guantes en una farmacia (mejor no os digo lo que me cobraron), de repente, dije:

-¿Sigue en pie lo del cine? 
-Si tú quieres, sí.
-¿Será peligroso?
-¡Hombre! pues no lo sé...

(pensaba: "soy una chica normal, y quiero ir al cine como toda la gente normal, y estoy muy harta de todo esto!!!!").

-¡¿Y si vamos a una sesión que no haya nadie?!
Él se encogió de hombros.
- Vale, ¿a las cuatro?
-¡Perfecto!
-Venga, pues lo intento y te digo algo.

Dejé a mi amigo, volví a casa, vi la televisión, salí rumbo a una ciudad un poco lejana, donde veo a una persona que trata de echarme un cable con las emociones.

Llegué y el viaje en tren, con guantes y música, fue lo mejor del mundo. ¡Es primavera! Vi ciervos, vi gamos, vi conejos, vi campos, vi la ciudad al fondo llena de mugre, con sus grandes rascacielos.

"Fíjate" me dije, "¿por qué viviremos en las ciudades?... Claro que, de estar en el campo a la semana me aburriría... no sé... A lo mejor en el futuro vivimos en el campo todos".

El resto del viaje no pensé nada, sólo escuché música. Y vi pasar el paisaje. Qué paz.

Al llegar mandé un mensaje a los compañeros de trabajo, y me sorprendió que los de mañana seguían estando allí, por la tarde. Esta circunstancia no es normal. Llamé a mi jefa, pero no concretó nada, sólo que me llamaría luego.

Y ya por fin:

"Van a cerrar la empresa, nos están dando ordenadores!"

-¿¡Qué?!

Eso me dijo un compañero de la mañana.

Estaba a 3 horas de viaje de mi trabajo. (Es largo de explicar, no podía ir directamente, tenía que tomar el tren de regreso a casa).

En medio de este percal, la buena mujer que me aconseja me pregunta qué cómo me está afectando toda esta crisis. Di un montón de respuestas  y me dijo:

-¡Y dale! ¡Que no me lo argumentes! Siempre te vas aquí (señaló el centro de su frente) y te olvidas del corazón. ¡¿Que te pregunto cómo te sientes?! No que me expliques los motivos, ¡te estás justificando!

Jobar, qué pesada. 

-Yo sé que con esto eres muy potente -volvió a señalarse el cerebro-, pero es que de esto otro te olvidas (se señaló el corazón).

Qué mal me cae esta mujer. Me cae tan mal como el actor y .... No, espera, el que me enseña Dharma me cae bien.

Sinceramente, la mitad de los días no tengo ni la menor idea de lo que me habla.

Luego, como a las dos horas, entendí un poco lo que creo que pretende hacer. 

Pero dio igual porque me tocó volver corriendo a casa a por el coche para ir a la oficina. 

Y en la oficina era todo ajetreo.

Al menos, los mensajes que me llegaban de ella eran un tanto caóticos. Llamé a un compañero: "me dice la jefa que me reservéis un ordenador", respuesta: "ah, pues no sé si hay". "Eeeeh, pero entonces, ¿qué hago?" "Pues no sé", "oye, que voy desde 40 kilómetros conduciendo" "Bah..." Y así todo. "¿El lunes abrimos? Pues no sé, creo que no" "¿Pero voy hoy o no?" "Pues no sé...".

Yo los "no sé" los llevo muy mal. 

Tanto mi madre como la persona que me intenta enseñar a entender las emociones, me dijeron: "Nadie sabe nada ahora". 

Llegué por los pelos y me llevé el último ordenador.

Cambié el salón de orientación (es un ordenador de torre y sin wi-fi). Coloqué la mesa de comer, como mesa de despacho. Yo tengo un cuarto estupendo para trabajar en libros y para trabajar en general. Pero requiere wifi. El ordenador del trabajo no tiene wi-fi. Así que a partir de ahora se come en la cocina y se trabaja en la mesa de comer del salón.

Tardé como dos horas en volver y subir todas las cosas a casa. Y media hora más en darme cuenta de que necesitaba un enchufe de esos que conectas uno y tiene como tres tomas para más corriente. Eso ya, lo dejaba para hoy... Aún salí de nuevo por miedo, a revisar una última cosa y pensé: "bah, ¿qué más da si me dejo llevar por el miedo o no.. tú acción no va a afectar a nadie?". Bueno, pues sí afectó. Resulta que al salir por última vez al garaje me topé con una araña. Grande, gorda y no muy peluda. Me asusté y traté de alejarla con un spray que en teoría vale para otros insectos. Cuando regresé a casa, la arañita había muerto. 
Luego puse la tele mientras me comía la cabeza sobre esto y un personaje de una película dijo: "Los hombres son como las arañas, los pequeños son los peligrosos". Y yo pensé: "Toma, por si te estabas preguntando o justificando en que la araña era grande.. pues ya ves, seguro que era inofensiva".

Ya es casualidad, también, ¿no? Apagué la televisión.

Y miré de nuevo el ordenador de la oficina. Si ningún familia podía prestarme un ladrón de esos con varias tomas de corriente, no lograría conectarme. El sábado por orden del gobierno todas las tiendas salvo las de primera necesidad estarían cerradas.

Tampoco abriría el cine, por supuesto. Finalmente, libros y pelís en casa es lo único que se puede hacer. 

Por la mañana fui al supermercado.

-¡¡Corre, ya está lleno!! -me dijo el señor de la puerta que siempre me da los buenos días y al que yo siempre doy alguna moneda.

Entré. Madre mía.

No había leche.

-¿¿??

Curiosamente, yo llevaba una lista, cosa que nunca hago. Pero que a la postre resultó servirme para no comprar nada que no necesitara realmente. No tenía que comprar mucho. Pronto estaba en la caja. Lo que más quería era pan, pero tuvo su gracia, cuando iba a llevármelo, una pareja habló en estos términos justo detrás:

-Tranquila, mi amor,... pan nunca va a faltar. Siempre habrá pan, no cojas eso...

La cola para llevarse el pan era algo digno de verse.

Tal frase al azar, cortó mi "ansia" por llevarme todas las barras, ¡jajaj!
Compré verdura, fruta y fui hacia la caja.

Mientras esperaba, comprendí que la caja 8 iba abrir en breve. De tal manera que esta anticipación me permitió saltar una cola de 5 personas. Pasé la compra y de repente oigo:

-37 euros.

¡¿Tanto?! -pensé.

"Jo, pues sí que están caros los arándanos" me dije.

Siempre reviso antes de irme. Así que me aparté y revisé. Y de repente veo: 18 € Ensalada Deluxe.

-Perdona -vuelvo-, ¿18 euros una ensalada? Si que es deluxe... 

-A ver... -el joven revisa la cuenta, y me dice-, aaah! no. Es que pone: 1 ensalada y 19 barras de pan.

¡JAJAJAJAJ!

-¿Qué?

-Perdón, me he confundido. Trae, esto está todo mal, te he pasado 3 latas de conservas y 19 barras de pan. Cuando llevas 1 lata de conservas y 4 barras.

Lo de la ironía del pan no lo he pillado hasta llegar a casa. Es casualidad pero parece un chiste cósmico. Si llevara 19 barras necesitaría un carrito de la compra. El cajero me devuelve el dinero. La gente de la cola se enfada. Yo miro al chico. Está igual que yo hace dos días.

-¿Cómo estás? -le pregunto-, ¿no vais a cerrar?

-¡Pues... estamos a ver que dicen, pero nosotros estamos muy expuestos! ¡A ver los jefes que ordenes dan! ¡Es que.. estamos atendiendo todo el día!

Jo, cómo le entiendo. Le entiendo tanto. Y hasta se ha equivocado, como me pasa a mí cuando me estreso. No es borde, no es descortés, sólo trata a toda velocidad de arreglar una cuenta en una caja mientras otro cliente le pide una devolución y una cola de veinte personas le mira mal. Y le chico trabaja a toda velocidad, concentrado, y relegando lo que siente para poder ser eficaz.

-Calma -le digo-, seguro que os reducen el horario.
-Pues sí, eso espero. Porque esto es una locura. Ten, aquí tienes el dinero mal cobrado.
-¡Gracias! Pasa buen día...
-Tú también  -contesta, alegre pero sin dejar de mirar la caja porque sigue tecleando.

Me han gustado mucho sus ojos mientras trabajaba. Tenía una parte del cerebro fija en otra cosa y otra parte respondiéndome a mí.
Total, me doy la vuelta y pienso: "¿Ves? esto es lo que pasa cuando hay tanta tensión..."

-Señorita -me llaman de nuevo-, se deja el cartón de leche.

-¡jajajaja! ¡Voy! ¡Y es el único que quedaba!

"Y encima la gente es maja" pensé.

Salí de la tienda, le di un euro al señor que siempre me da los buenos días y sonríe y me fui a casa.


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