El calor, la científica y el niño mensajero - Cuento.

Érase una vez que Nelly estaba recogiendo algunas cosas en su coche. Hacía tanto calor, y había apagado el aire acondicionado, que notó enseguida unas enormes gotas de sudor resbalando por su frente.
Días atrás había visto un vídeo en Facebook en el que se retaba a una persona a aguantar cinco minutos, en verano, dentro de un coche aparcado. Nadie logró superar el reto. Y Nelly pensó, muy de pasada, que era una tontería. Pero al verse de pronto en esa tesitura comprendió rápidamente cuán grande había sido su error. La campaña en redes sociales estaba destinada a prevenir muertes por dejar coches al sol con seres vivos dentro. Nunca se debe hacer eso. 
Transcurridos no más de noventa segundos se activó la voz de alarma de su pensamiento:

La temperatura ambiente ronda los cuarenta y nueve grados. Tienes que irte. 



Vaya, y no habían pasado ni dos minutos. 
"Voy, voy, voy" se dijo.

Abrir la puerta y salir a los 34 de la calle tampoco se sintió reconfortada. Hacía tanto calor que las lagartijas buscaban la sombra. Tanto calor que el asfalto de la carretera se derretía. Tanto, que las velas se convertían en charcos sin prender la mecha.

Y dado que casi una década atrás, Nell se había mareado precisamente en verano (cosa que, por otro lado, nunca le ocurría) y como aquella vez fue sin aviso y le sentó fatal que el mundo cambiara de posición sin alertas y sin motivo aparente (se puso todo del revés), de nuevo su conciencia - a la que entonces pidió preavisos-, le alertó. Pero esta vez sin palabras. Sólo le vino a decir que el tiempo estaba contando (como una cuenta atrás). Y que ese malestar podía empeorar de repente. Así como su repentina debilidad de piernas.

- ¡¡¡Qué calor!!! -exclamó Nelly mentalmente-, ¿¿por qué hace taaanto calooorrr????

Es el verano.

Una cigarra cambió su canto cuando Nelly pasó bajo la rama del árbol en la que habitaba, bien fuera porque estaba dando la alarma a sus compañeras por verla venir, o bien porque -pensó-, se le había derretido las alas al frotarlas.

- ¡¡¡Cómo puede hacer TANTO! tANTo CALOR!!!! 

Tan alto protesto que al cruzar la calle y dar un paso, ¡PUM! de repente se vio en mitad de la Plaza de la Ciudad de los Cuentos. Y allí, bajo un árbol, cómodamente sentado, estaba el mensajero que repartía las cartas. Que como muchos ya sabéis, era tan solo un niño, de unos nueve años, de pelo ondulado y castaño y ojos serenos y despiertos.

- ¡¡Hace mucho calor!! -gritó Nell, disgustada.

- Claro, pero si lo hace es porque tú quieres -le dijo. 

- ¡OH, SÍ! -respondió Nelly-, ¡Como puedo influir en el tiempo atmosférico! -gruñó enfadada agitando los brazos- ¡ni que tuviera poderes! ¡Nadie cambia el tiempo!

El niño mensajero no levantó la voz:

- ... ¿quieres decir que aquí, en este lugar, no puedes hacer nada...?

Nell miró a su alrededor y reparó en que era Alcaldesa (¡nada menos!) de una ciudad imaginada. Por tanto, bueno... algo se podría hacer.

- ¡Quiero que haga fresco! -dijo levantando los brazos al cielo-, ¡quiero que deje de hacer este calor infernal que parece que se hayan dejado una olla abierta!

El cielo siguió despejado. Las nubes blancas no arrojaban ni gota de sombra. El calor era asfixiante.

- Así no -le dijo el niño mensajero-. Eso que haces es quejarte... 

Nelly miró a su interlocutor disgustada. Reflexionó unos instantes y luego, sin palabras, se lo pidió. 
Y el niño mensajero trajo el invierno.

Un frescor propio de tiempos pasados y venideros, de los últimos días de otoño, cuando la brisa invernal arrastra el presagio del cambio de estación, invadió la plaza del Ayuntamiento.

El aire fresco reconfortó a la Alcaldesa, y toda la plaza se cubrió de una inesperada escarcha.

Cuando Nelly abrió los ojos, el frescor persistía.

- ¡¡Anda!! -pensó.

Persistía en el mundo real. Ya no tenía tanto calor.

- ¿Cómo puede ser esto? -se preguntó. 

Lo llaman memoria sensorial, dijo su conciencia.

Muy contenta por aquel gran descubrimiento, llegó a casa y se puso a preparar la comida. Pero el calor no había terminado aún de enseñarle cosas...


**** CONTINUARÁ*****

La cocina estaba llena de cazos y sartenes. Como tenía mucha prisa por preparar la comida, Nelly no se dio cuenta de lo que hacía cuando levantó la tapadera de un puchero sin usar el mango. Al instante, notó un dolor muy intenso y gritó:

- ¡¡¡AAaaaay!!!!

Lanzó la tapadera sobre la mesa, mientras levantaba la mano dolorida. Se había quemado cuatro dedos. No uno, ni dos, ni tres... sino cuatro. Solo el dedo gordo de su mano izquierda se salvó de aquel desastre. El aceite estaba hirviendo y el vapor de agua que desprendían los alimentos también. Había sido un descuido muy torpe.

- ¡¡Aaaaah!! -gritó enfadada.

Metió rápidamente la mano debajo de un chorro de agua fría. Pero el dolor no se iba. Al revés, se volvió aún más intenso. Tanto fue así que sus gritos despertaron a todos los que dormían la siesta en la Ciudad de los Cuentos.

- ¡AY!¡¡QUÉ DAÑO!!! -gritó la alcaldesa.

De nuevo estaba en la plaza del ayuntamiento de la ciudad imaginada. Pero esta vez descubrió un personaje nuevo junto al niño mensajero. Era una chica morena, bajita, con unas gafas que se resbalaban sobre su nariz menuda continuamente y dos coletas adornándole los hombros. Llevaba un archivador entre las manos y una bata blanca con bolígrafos en un bolsillo.

- ¡¿Y tú quién eres?! -preguntó Nell sujetándose su mano herida.

- Me llamo Memphis -contestó la chica-, y soy científica.

- ¡¡¡Me he quemado la mano!!! -exclamó Nelly buscando una fuente en la que refrescar su dedos.

El chorro de agua fría fue un alivio pero en cuanto apartaba la mano del agua el dolor se hacía intenso. De pronto la alcaldesa sintió una tremenda compasión por todos los seres que, desde el origen de los tiempos, habían tenido que soportar semejante dolor.

- ¡¡Ay, cómo duele esto!!

- ¿Te imaginas morir de eso? -preguntó la científica.

- ¡No! Qué terrible -respondió Nell-, ni siquiera debería existir un dolor semejante.

Una pizarra blanca apareció de la nada y Memphis comenzó a anotar cosas mientras hablaba a la alcaldesa:

- Quizá por eso a veces cuando alguien sufre un accidente relacionado con quemaduras o con lesiones graves le inducen un coma, lo que explica aquella frase que dijo un médico una vez sobre una persona que logró superar así una enfermedad.

- ¿Y qué tendrá que ver -preguntó Nelly, mientras Memphis trazaba un gráfico en la pizarra, con docenas de datos y tasas de recuperación-, el dolor con recuperarse? ¿Si no sientes dolor te recuperas antes? ¡No tiene sentido! Mi mano está ahí y se recupera a la misma velocidad, tanto si me duele como si no.... ¡¿Qué más le da a mis dedos si yo siento o no dolor?!

Y realmente, le dolía muchísimo.

- Puede que el cerebro no esté preparado para soportar estímulos tan fuertes durante mucho tiempo -respondió Memphis.

La alcaldesa miró al niño mensajero, quien sí sabía la respuesta, pero que permanecía callado sin decir nada sobre el asunto. Al cabo de un rato se levantó y se acercó a Nelly. Ella todavía mantenía la mano bajo el chorro de agua fría de la fuente, el dolor agudo había sido sustituido por unos pinchazos igual de molestos y tan intensos como la sensación anterior.

- ¿Me permites ayudarte? 

No es habitual que para echarte una mano alguien antes pida permiso, con lo cuál la alcaldesa se desconcertó un poco. Pero le dolía tanto la mano que asintió con la cabeza.

- ¿Recuerdas ese ejercicio de meditación que hacías antes y que tenía que ver con visualizar una luz?

- Sí que me acuerdo -contestó Nell.

Era un ejercicio que hablaba de la energía positiva y buena de todo el universo. De esas cosas bonitas que transmiten buen rollo.

- Imagínatela ahora - dijo el cartero de la ciudad de los cuentos, hablando en un tono sereno y confiado-, y visualiza esa luz sobre tu mano. Imagínate que esa luz te está curando los dedos que te has quemado. Todas y cada una de tus células. Es una luz muy poderosa porque es toda la energía del amor del Universo. ¿Ves cómo te cura? ...  

Y de repente, el dolor se esfumó.
Así, sin más.

- ¿¿Cómo lo has hecho?? -preguntó Nelly.

El dolor remitió del todo. ¡Por completo! Tanto en el mundo real, como en el imaginado.

Si bien aquello era una demostración de por qué el cuerpo se cura mejor cuando no está sufriendo un dolor intenso, Nelly no lo entendió, y tampoco la científica que observaba asombrada todo cuanto había ocurrido. Sin decir nada más el niño mensajero tomó su bandolera llena de cartas y se marchó a continuar repartiendo...llevándose consigo el secreto de aquella misteriosa cura.

FIN.







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