El valor de los profesores.
He escrito al editor: sé que tienes cerrado el 2025 pero... de verdad que este libro lo merece. Y mi gusto por estos temas viene de unas clases que recibí hace muchos años.
Yo tenía un profe de Cultura Clásica en el colegio. Y recuerdo su pelo moreno y las lecciones sobre Grecia, Roma y sus dioses. Se llamaba Miguel. Siempre me gustó mucho pero nunca me paré a pensar sobre él, hasta que -por casualidad-, escuché esto a mi hermano mayor:
-Sí.. como aquel otro loco que enseñaba historia antigua...
Levanté mi cabeza distraída hacia mi hermano.
-¿Sabes quién digo? ¡El que se emocionaba tanto! ¡El de las estatuas!
Frunzo el ceño.
-¿Miguel?
(mi profesor favorito junto con la que me entregó las llaves de la biblioteca, antes que él...)
Mi hermano se echó a reír.
-¡Ese!
-¿Qué pasa con Miguel? -pregunté.
-¿No te acuerdas? -preguntó mi hermano, y riéndose, añadió como si fuera una comedia:- "Psss, Miguel... tranquilo, que solo son piedras" "Miguel... que están muertos. Llevan siglos muertos todos".
(Piedras?¿?)
Escena retrospectiva: Miguel (un Miguel de 30 o 32 años) está sentado en la esquina de mi pupitre. Es un hombre alto, delgado, moreno, con el pelo lo bastante largo como para llevar cierto tupé. Tiene manos de pianista y trata a los alumnos como iguales, con respeto. Mientras yo observo algo de un relato y una estatua griega, Miguel está explicando algo verdaderamente entusiasmado. Yo aprendo y él se va.
Solía sonreír cuando hablaba de su asignatura.
-¿Miguel... el de Cultura Clásica? -pregunto.
Alto, delgado, moreno, sonriente. Igual no hablamos del mismo Miguel.
-¡Estaba loco! -exclama mi hermano.
Sé que mis recuerdos de infancia son extraños. Pero tanto...
-¿Loco? ¡No estaba loco!
-¿Pero no te acuerdas de cómo daba la asignatura? ¡Jajajajaja!
-¡Me acuerdo que le gustaba! ¡Era uno de mis profesores favoritos!
-¡Jajajajaajaj!
En serio, no estaba loco.
-Le gustaba su trabajo.
-Muchísimo -responde mi hermano-, era su pasión.
-¿¿¿¿Y dónde está el problema??? -protesto escandalizada.
-¡Que solo son piedras!
Y ahora ya, sí, se inicia la guerra entre Ciencias Y Letras.
-¿¿PIEDRAS?? ¡La estatua de Selene, ¿piedras?! ¡Las historias de Ulises... la explicación de las polis griegas, el origen de las palabras, el origen de la Democracia... !!!! ¿¿¿¿PIEDRAS?? ¡La organización política de las polis griegas! ¡Su forma de vida!
Mi hermano me mira, divertido.
-Vale -contesta-, ya veo que tú estás tan loca como él.
-¡Piedras! ¡No tenéis ni idea! ¡Vives en un continente que lleva el nombre de una mujer raptada por Zeus! ¡Piedras!
Mi hermano se ríe. Mira a otros comensales, y aún como Galileo replicando por lo bajinis, repite:
-Estaba loco.
Miguel nunca tuvo especial relación conmigo. Si hay un profesor que me tocó las narices y me convirtió en escritora fue Ismael, por su estúpida interacción conmigo en una clase en la que me puso en evidencia. Tal ofensa (no sabéis la gente que había en esa clase y yo luchaba día sí, día también por ser absolutamente invisible, y lo era... hasta que soltó el siguiente diálogo):
-¡EL DICCIONARIO! Sí, Eva...
Y toda la clase me miró. Yo estaba girada hacia atrás, diciéndole algo a Patricia y sentí que se iba el suelo bajo mis pies. No sabéis la gente que había en aquella clase. Algunos ... están ahora en prisión. No era un lugar divertido. Y va, Don Ismael, que usaba el teatro como defensa, que tenía una voz que ni un barítono y entraba al instituto conduciendo como Ace Ventura, con la cara fuera del coche porque tenía las lunas con arañazos... Ese hombre, del que mi hermano decía: "Agarraba los balones medicinales de doce kilos con una mano y los estampaba a dos metros de los gamberros del Instituto", no se le ocurre otra cosa que gritar mi nombre en clase. Con semejante vozarrón.
Mirad, mi ex novio fue detenido por intentar quemar el colegio con gasolina y era de los menos peligrosos del colegio. En serio. Es que estábamos en los noticiarios de país cada dos por tres.
Y el muy bruto... va y grita mi nombre. Y añade:
-Sí, Eva... ese libro que usas como calza de mesa. Ese libro que tienes en casa y nunca lees.
Y siguió....
Yo no le escuché porque en ese momento estaba diciéndole una cosa a mi Yo Interior: "Este hombre no sabe quién eres".
Y no hablamos de mí. De esa alumna. No. Hablamos de Coso.
No me ofendió a mí. Ofendió a "otra parte de mí". A la que yo le dije en ese momento: "No tiene ni idea de quién eres".
Internautas, yo leía en casa el Diccionario Enciclopédico por puro placer. Ya había devorado todos los libros de la biblioteca del colegio del que venía (el de primaria), había leído El Señor de los Anillos y los libros de mi vecina. No sabía ya ni qué leer para entretenerme. Así que llevaba unas semanas leyendo todas las palabras de cada letra, por mera curiosidad.
A continuación creo que dijo algo sobre el Certamen de Relato Corto del Instituto, que nosotros pandilla de holgazanes y vagos no íbamos a ganar porque dábamos pena y quién nos había engañado, pobres criaturas, para estar allí calentando la silla sin más ambición que fumar... Y no se qué sobre el mundo exterior y lo poco preparados que estábamos.
Da igual.
Una Eva temblorosa se acercó al final de la clase y dijo:
-Me va a dar usted ese premio.
Y Ismael, como quien se le acerca una mosca, contestó:
-Pues ya me gustaría.
Y siguió a lo suyo que era hablar con otros alumnos y acabar trifulcas golpeando las pizarras. Yo no hablaba con ese hombre y ese hombre tampoco hablaba nunca conmigo.
Llegué a casa.
Me senté, con mis trece años, delante de un folio en blanco y escribí el título:
El Diccionario.
Ganó por mayoría absoluta y es el mejor relato que he escrito nunca. Me llevé trece mil pesetas (de entonces, ¡una fortuna!) y... sinceramente, a Ismael le importó un comino darme el premio. Pero él había creado un monstruo. A los seis meses había salido ya dos veces en el periódico por ganar sendos certámenes literarios, uno del Municipio. Luego llegaron los de Madrid, el siguiente del Instituto, otro más a nivel nacional... Y entonces me presenté al Planeta.
Sí, lo habéis oído bien. Con 15 años fui a recoger el manuscrito que había presentado a concurso y salió un editor a recibirme y me dijo:
-¿Esto lo has escrito tú?
Y yo contesté:
-Sí.
-¿Tú sola?
-Sí.
-¿Me lo dejas?
Y, atención, el gran error de mi vida:
-No.
-¿No?
-Si no ha ganado es que no es bueno -dije.
Claro, yo me creía mayor. No veía nada de asombroso en ir a recoger un manuscrito que no ha ganado un certamen. El editor, claro, estaba viendo una niña con un libro de Cifi en la mano. Estaba viendo negocio. Yo solo pensaba en méritos. Si es bueno... habría ganado. El mundo es justo y el mérito importa.
En fin. Un poco loca sí que estaba.
Total, once años después publiqué con esa misma casa editorial (Espasa-grupo Planeta), pero no llegué a ella por concursos. Les presenté un manuscrito.
Es un poco raro, ¿no? Pensar que si Ismael no hubiera cometido aquel error en clase... igual yo no sería autora.
Le busqué tiempo después pero se había mudado a Valencia. Ahora que soy mayor entiendo bien lo que hacía con los alumnos, porque aquello era una locura. Teníamos verdaderos delincuentes en las aulas. Por eso el estilo de Ismael no tenía nada que ver con ningún otro profe, y desde luego, no con Miguel. Miguel hablaba con nosotros como si fuéramos iguales. Era un diálogo. No te sentías más pequeña cuando se dirigía a ti. Y lo importante era el mensaje.
Había otro profe más, y con esto ya termino. Daba física y química. Yo odiaba las mates así que no era buena en la materia y casi no hablábamos (aunque me ayudó a elegir carrera, me dijo lo único que recuerdo de casi todo el instituto). De él los alumnos comentaban una cosa... que era cierta. Ese profesor se llamaba Javier y era delgado, no muy alto, moreno, pelo rizado, un poco calvo por la frente, gafas, aire de científico pero sensato. Tenía la costumbre, en clase, de sacar de su bolsillo un cleneex o pañuelo blanco. Hasta aquí... todo bien. Resulta que lo desdoblaba una, dos, tres, cinco... dieciocho veces y se convertía en la bata de laboratorio ¡Jajajajaj! Lo que hacía reír mucho a sus alumnos. Él ni se daba cuenta. Tenía otra cosa que sus alumnos adoraban. Tras decir algo que ya habían dado, añadía:
-Pero esto no nos aporta nada nuevo....
Así que, cada cinco frases, una era pero esto no nos aporta nada nuevo... Lo que lo volvía entrañable. Empezaba a escribir fórmulas y ecuaciones y cada dos por tres... Pero esto ya no nos aporta nada nuevo.
Y esos eran los profes que yo recuerdo.
¿Puedo deciros una cosa que se contrapone por completo a ese momento de la clase con Ismael? Una vez, hace muchos años, en mi trabajo, mi compañero de curro dijo: "Sé quién eres en realidad".
Si en aquella clase, con doce o trece años, yo noté que mi profesor de Literatura no tenía la menor idea de con quién estaba hablando. Y, repito, no hablo de "Eva". De la "Eva" que se ve. Hablo de algo más profundo. Así como ese hombre desde luego no sabía quién era "esa otra parte de mí".... me ocurrió que, con mi compañero de trabajo, me pasó justo lo contrario. De alguna manera extraña, su "Sé quién eres en realidad" me provocó la sensación contraria. Claro que mi compi conocía a Eva. Como todos. Ya llevábamos un año trabajando juntos, tiempo más que de sobra para etiquetarnos. Pero tuve justo la sensación de que dos... ¿Mentes? distintas miraban a mi compañero de curro y no me estaba diciendo a mí que me conocía. Que yo soy Eva lo sabemos todos.
Se lo decía a la otra parte.
No os puedo explicar la sensación porque no hay palabras. "Te lo dice a ti", ¡jajajajaj! Es lo más cercano. Pero los humanos no somos dos seres a la vez, ¿no? No tenemos dos Mentes, ni dos Cerebros. Bueno, pues si conseguís desvelar el misterio, me lo contáis.
Yo solo sé que esa otra parte se quedó bastante... perpleja.
¡Saludos!
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