Tenía razón el actor.

 


-Al final del segundo acto hay un falso final.

-¿Qué? ¡Qué dices!

(a mí me va a decir cómo son las historias)

-¡Es así! Es lo que nos lleva al climax.

-¡No! ¡No es así! Ya te lo he dicho muchas veces... tú haces esto y... ¿Ves cómo en tu historia regresa...? ¡Yo ya sabía que iba a regresar! ¡Y es una historia bonita! Planteamiento, nudo, desenlace... 

-¡Jajajaj! 

-¿No te importa que intervenga, verdad? Mientras me la cuentas.

-Me encanta que lo hagas.

-Bien, porque yo ya sabía que ella iba a regresar. Es lo que hace bonita tu historia. Y no digo que en algunas historias no lo haya esa estructura que dices, pero no es lo normal.

-Al final del segundo acto hay un falso final.

-¡No!

¿Pero qué sabrá él? ¿Quién es aquí la escritora? Él sabe de lo que sabe y yo sé de lo que sé.

Cuelgo y me entrego a mis refunfuños mentales.

Veo Supermán. Esa tarde.

Casualidad. Me digo. Es verdad que contiene su esquema narrativo. El suyo, no el mío.

Veo una película tipo thriller, hoy.

Empieza a no ser tan casual. El falso final es tan obvio que sólo le falta sacar un cartel. "Hola, soy un falso final... que conduce al climax".

Pienso en eso que os conté un día sobre otra película la cuál -cuando ya me había dado una aventura- de repente me da otra.

Yo lo vi como algo novedoso pero...

Al final del segundo acto ocurre la tragedia.

No me puedo creer que a mi edad vaya a modificar la forma de escribir, ¡no! ¡es peor aún! ¡Ya me la ha cambiado! 

"Tenías razón, en las pelís de Hollywood hay un falso final....", escribo.

Suena el teléfono.

"¡Jajaja! Y en las otras, casi siempre, también".

-Primero me explicaste los malos... Ahora me cambias la manera de construir.

Sabe más que yo de historias.

Lo tengo que repetir, espera: sabe... más... que yo... de historias. 


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