Érase una vez...


La protagonista de nuestra historia no fue criada en una ciudad, ni en un pueblo, ni en una aldea, ni siquiera en una pequeña villa. Se crió en el bosque. Entre ardillas y comadrejas.
Era hija de un duende y un hada, por lo que no encajaba bien entre ninguna de las criaturas mágicas de la región. Era demasiado alta y bonita para ser un duende, pero muy ingenua para ser un hada. Tenía aspecto humano, salvo por unas ramas que le nacían entre el pelo, en las que de vez en cuando se posaban los pájaros. Sus orejas tampoco eran normales, sino un pelín puntiagudas. Sus ojos verdes y amarillos eran enormes. Y la nariz era pequeña como la de un ratón.
Resultó que paseando un buen día, tropezó con un ser humano. Un muchacho de la aldea cercana, que contempló boquiabierto aquella extraña aparición de belleza singular.

-¡Hola, me llamo Tomás! -le dijo el niño.

Por toda respuesta, nuestra pequeña mestiza se escondió detrás del tronco de un alcornoque.

-¿No quieres hablar conmigo?

Nuestra hada-duende no dijo nada. Sólo le miró. Encogida como un pájaro temeroso de ser descubierto. Y temblando como un ciervo ante la presencia de un león.

Y al muchacho, pues qué puedo deciros, esto le hizo gracia.

-No tengas miedo. No te haré daño...

Aún a sabiendas de que la relación era imposible, pues Tomás era humano y ella claramente no, él siguió visitando el bosque. Y la mestiza pasó de estar asustada a tenerle menos miedo, y de tenerle menos miedo, a apreciarlo de veras.

Le esperaba tooodos los días al atardecer, junto al río. Y él siempre aparecía con alguna historia, algún regalo, alguna anécdota o un descubrimiento nuevo. Ya fueran crepes de limón o arroz blanco recubierto de aguacate, o una música que tocaba con su guitarra, o un libro de la biblioteca de la aldea.

Y así pasaron los meses. 

Cada vez que Tomás se iba, dejaba algo tras de sí. Un zapato, una piedra, una ramita de un arbusto. Pequeños objetos que el hada-duende amontonaba, de tal forma que fue construyendo un dique en el río. Sin darse cuenta, la corriente ensanchó en el lado más cercano a la catarata, y se formó una pequeña laguna, normalmente tranquila.

Un remanso de paz que los animales visitaban a menudo.

Allí pasaba los días ella, contemplando su reflejo, a los petirrojos que se le posaban en el pelo y daban saltitos entre sus ramas; a las ardillas, los hurones y otros animales que bajaban a beber.

Pero un día, ¡ay, un día! una malvada bruja observó la amistad que había surgido entre estos dos seres y se enfadó pues una de las normas de las criaturas mágicas del bosque era no mezclarse con humanos.

Y para castigar al hada-duende... agitó las aguas de la laguna de manera que ella, al mirarse, no pudo ver bien su reflejo sino una imagen deformada. Y luego una imagen muy clara en la que Tomás se marchaba del pueblo para siempre, dejándola totalmente sola.

 Tanto se enfadó al ver aquello que arrojó todos los objetos que él le había regalado lejos de ella, cerrando sin querer el cauce del río por completo. El agua empezó entonces a subir, los regalos a flotar, y como la cascada vertía la misma cantidad tanto en verano como en invierno, no tardo en fraguarse la catástrofe.

La fuerza del río hizo saltar por los aires la barrera hecha de presentes y ramas de alcornoque y pino, y una gran cantidad de agua se deslizó sin control hacia la aldea. Arrasaba todo a su paso: animales salvajes, plantas, rocas, ovejas, conejos, al comerciante que iba rumbo al oeste a vender sus productos en una feria y también -como no-, la aldea misma.

En medio de aquel caudal embravecido y sin control alguno, nadaba el hada-duende contra corriente, pero no logró su objetivo de alcazar el bosque y aterrizó de bruces contra Tomás, con la nariz llena de barro y las mejillas salpicadas de lágrimas.

-¡¿Pero qué ha pasado?! 

¡Todo era un desastre! La panadería estaba inundada, la iglesia empantanada, la casa de Tomás, completamente patas arriba y en lo alto de la loma, la bruja se reía y se reía, regocijándose de lo fácil que había sido provocar a la pequeña con unos pocos celos. Un sentimiento muy humano con el que no sabía lidiar.

-¿Has dejado que se rompa el dique? -preguntó el muchacho ayudándola a levantarse.

El hada duende le explicó por señas lo que había visto al mirarse en el espejo de la laguna.

-¡¿Pero cómo?! -respondió él-, ¿que pensabas que eso era cierto? ¡No es más que una fición! ¡Un engaño de tu mente! Mira que te lo he dicho veces...

Mohína, el hada duende torció el gesto. Luego señaló las ramas de su cabeza y sus orejas picudas. Como diciendo: "¿Lo ves? ¡No soy humana del todo! ¿cómo vamos a estar juntos?!"

Tomás miró a su alrededor, luego alzó la vista al cielo, y luego sonrió. Todo el pueblo se había congregado, sin atreverse a acercarse al hada-duende, pues tenía una apariencia tan extraña que daba un poco de miedo. Algunos aldeanos se santiguaban y otros la señalaban como si fuera peligrosa.

-Si ves algo que te inquieta en la laguna, ¿por qué no me llamas en lugar de destrozarlo todo?

La verdad es que eso no se le había ocurrido. Estaba demasiado ocupada nadando contra corriente, maldiciendo y enfadándose porque el caudal descontrolado la zarandeaba de un lado a otro del bosque.

Desde aquel día, no volvió a haber malentendidos. Tomás se hizo mayor y siguió visitando al hada duende, que tambien creció hasta convertirse en una joven muy hermosa.

Como regalo, el día de la gran inundación, le entregó una paloma mensajera. 

-Lo peor que puede pasar es que tarde un rato en contestarte, pero lo haré. ¿De acuerdo?

Ella asintió.

Y cada vez que el hada-duende tenía miedo, o le asaltaban los celos o temía ser abandonada, le mandaba un mensaje, y él acudía pronto a su lado.

Lo que viene a demostrar que es posible que seres de naturaleza muy diferente se vinculen de modo afectivo. Aunque una tenga pájaros en la cabeza y el otro una vida ajetreada.  

FIN..
o quizá no... 




0 comentarios:

Publicar un comentario

 

 

 

Creative Commons License
contador de visitas para blogger por paises