En el que salgo a comprar...



Ayer por la tarde puse una conferencia budista que hablaba de buenos hábitos mentales en tiempos de cuarentena. Daba tres pautas. Hacer las cosas con alguna aspiración por los demás, hacer algo "por los demás" aunque no esté relacionado con ellos, y actuar para los demás (algo más directo que sí repercuta en ellos). Decía que si aceptábamos la tarea, hiciéramos 3 cosas por los demás al día. Me gustó eso de "si lo aceptan" y pensé: "bueno, venga, un reto".

Lo primero que hice por los demás fue llamar a alguien y justo, ¡jajajaj! era el cumpleaños de su marido.. ¡jajajaj! Qué momento, de verdad, tan.. chocante. Es como "Aaah,...yo... no tenía ni idea, sólo llamaba para ver qué tal estabais" Jajaja, ya es casualidad.

Nada más colgar, me llamaron a mí. Una videollamada (jo, pues sí que funciona bien el karma) y luego lo que hice fue ofrecerme a llevar compra a casa de un ser querido, si le hacía falta.

Tras esto, colgué el teléfono y noté apenas un segundo de angustia por el encierro y justo me llamó un compañero de trabajo. Esta bien, de acuerdo, el universo conspira para que no te sientas sola.

Colgué... y le seguí dando vueltas a lo harta que estaba de la cuarentena. 

Encendí la televisión pero lejos de disminuir mi malestar, creció. Mucha meditación y mucho budismo pero luego... cuando te sientes mal es un rollo.

Recordando lo que había dicho la conferenciante pensé: "bueno, pues vamos a leer, ya que dijo que una de las cosas era leer..."

Así, abrí el libro de Tuareg y Gacel andaba repartiendo leña por el desierto, de repente se me olvidó todo lo demás. Es curioso. Resulta que esa radio mental que no dejaba de decirme todo lo que estaba mal y todo lo que faltaba en mi vida, no puede sintonizar dos emisoras a la vez. En otras palabras, si leo, leo. No leo y me preocupo. O me preocupo o leo pero ambas cosas a la vez, no.

Cuarenta minutos después me pregunté si, en ese maravilloso silencio y tan concentrada como estaba, podría mover esa atención a mi novela.

Y sí, resulta que podía.

Como resultado corregí dos capítulos añadiendo cosas y dejándome llevar por la forma de escribir del autor de Tuareg. Que es mucho más poético y está menos preocupado por la precisión que yo. 

Y así dieron las once y media. Hacía mucho que no trabajaba de noche en textos escritos pero resulta que ... puede ser un hábito muy ventajoso.

Me levanté al día siguiente (o sea, hoy) y eché un vistazo a la agenda. Y pensé: "bueno, como primer acto de los que proponía la conferencia voy a ver si este ser querido sigue necesitando algo de la compra".

-¡Si puedes, tráeme esto!

Reconozco que la petición no era un producto de primera necesidad y eso me enfadó bastante. Pero luego pensé "el acto número uno va a ser ofrecerse, y el dos, traerlo sin protestar ni poner pegas". Si bien, en estas cosas, no os recomiendo hacer nada que no os apetezca, pues es contrapruducente. Y eso es algo que creo que he hablado con el Muso alguna vez.

Pero bueno, a fin de cuentas yo quería salir a la calle. Valoré los pros y los contras y tras meditarlo, acepté el encargo. 

Bajé las escaleras andando. Llevaba un pantalón de chandal tan ajustado que se podría considerar unas mallas o leggins. Mi jersey favorito de rayas, la cazadora vaquera y una braga. Guantes, como no. Salí a la calle bajo la lluvia.

Decidí parar en la farmacia (¡anda, mira donde hice otra acción por los demás!). Mientras esperaba la cola un señor se entretenía lo que me pareció una eternidad en hablar con la farmaceútica y luego se puso a conversar con todos los que estaban en la cola. Otro que esperaba me dijo: "¿Quieres pasar? Tú estabas antes que yo, sólo que te has quedado parada en el semáforo".

Sí, fue la estupidez del día. El semáforo estaba en rojo y no me dio la gana saltarme la norma, pese a la calle desierta. Ni idea de qué impulsó algo así. Sencillamente me quedé plantada mirando una avenida sin coches. 

-No, no hace falta que me ceda el turno -dije obstinada.

Sentí que era transparente. Él sabía que yo estaba enfadada. Y yo sólo quería ocultarlo.

Tras diez minutos en los que el señor parlanchín no se iba, ya al final le dije al del chaleco de tela fluorescente, que se había ofrecido a dejarme pasar: "oiga, ¿le importaría preguntar si hay mascarillas?".

-Pasa delante -me dijo.

Jo. 

Pero no hubo forma. Pues cada vez que el señor parlanchín hacia ademán de irse, regresaba. Con lo que la cola entera retrocedía hacia atrás. De pronto escuché:

-Los militares.

Desvié la mirada pero no me atreví a girar la cabeza del todo. Había dos coches blancos, muy grandes, con sirenas. También dos coches de policía de la nacional. Pusieron los rotativos y frenaron al vernos.

-Al calabozo todos -dijo el señor que me quería ceder el paso.

Mi cabreo pasó de grande a monumental. 

Tras titubear, me giré. Y leí el emblema en la puerta del coche: "Policía Militar" ponía. Jamás en la vida he visto... bueno... no, definitivamente no. No conozco ese escudo, ni el logotipo. Y no me los imaginaba en ese tipo de coches blancos tan grandes.

"¿Qué hacen aquí?" pensé.

Es curioso como puede generar alarma ver algo que no es habitual. Giré el cuerpo entero para ver cómo entraban en el aparcamiento de una comisaría cercana. 

Por fin me tocó el turno en la farmacia.
Reservé mascarillas pero tenía dudas de los tipos y su uso. No sólo reservé para mí, de ahí lo del segundo acto por los demás. 

Caminé hasta el supermercado. Elegí uno que estaba lejos, relativamente, podría haber ido a otro más grande y más cercano, pero no quise, porque... me agobiaba. Al llegar había un chico en la puerta.

-¿Se puede entrar o ...?

-No, hay que esperar.

-Vale.

Entre las nubes vi un trozo de cielo y me quedé mirándolo. Al volver a bajar la vista hacia el supermercado, un señor de la cola me estaba mirando a mí, a través del cristal, fijamente.

"¿Qué será lo que ven?"

Porque yo miraba las nubes... pero a veces la gente me mira y me pregunto qué están mirando. Seguramente, miraba la cara de idiota que tenía yo observando el cielo. Siempre me pasa, me da sensación de amplitud. Así que seguí observando ese trocito de azul abierto entre nubes de tormenta.

Luego me tocó entrar. Y el paraguas se rompió. No había forma de cerrarlo.  "¡Estúpido paraguas, estúpida torpeza...!" Como no encontraba ese producto para esa otra persona, noté de nuevo que crecía mi enfado. Y el paraguas no tenía la culpa, es sólo que había elegido un mal momento para no cerrarse. Tuve que soltar las bolsas en el suelo y usar la cuerda que lo rodeaba.

 Pregunté y el joven de la tienda no sólo me dijo donde estaban las cosas, sino que me acompañó.

Un algo interior me comentó sin palabras si estaba siendo consciente de todos los intentos de ayudarme de quienes me rodean. Contesté a ese algo interior que sí y traté de dominar mis nervios. Lo que me señaló más bien es: "¿por qué es amable contigo cuando no es necesario que lo sea?". Y eso hizo que se me pasara un poco el enfado. El empleado de la tienda estaba siendo solícito porque le apetecía serlo. Y ya está.

Conseguí el producto que necesitaba, y todos los demás. Salvo la leche condensada. Esa me costó una barbaridad encontrarla, pero cuando lo hice se me pasó todo el enfado. Y pensé: "¿en serio? ¿un bote de leche condensada tiene semejante poder de influencia en mi estado de ánimo?" ¡jajajaj! ¿No os pasa a veces que una tontería muy grande os cambia el humor? A mí sí.

Me dirigí de nuevo a la caja.

-¡Perdona! ¡Oye! -la voz me asustó y me giré-, te oí hablar antes en la farmacia...

Reconocí al chico. Era el que iba detrás de mí. Alto, moreno, gafas de pasta y mascarilla. 

-Sí.

(no te acerques mucho, por favor)

-No reutilices las mascarillas -dijo-. Como mucho dos días, pero no más, ¿de acuerdo?

Caramba.

-Va-vale -contesté.

-Y si te dan del mismo tipo que tengo yo, no las mojes, ¿vale? 

Asentí.
La verdad, no sabía qué pensar. Salvo que era casualidad que hubiéramos elegido el mismo supermercado.

El chico se alejó. 

Articulé un "gracias" seguido de una sonrisa que era honesta de verdad pero que no vio porque me daba la espalda

Vale que yo iba enfadada y asustada, pero que una persona desconocida se acerque a explicarte algo sólo por ayudar... 

Pagué y salí de nuevo a la calle. Decidí no usar paraguas.  

"Si quiere llover, que llueva"

Me aparté a un lado para revisar la compra. Justo entonces en mi grupo de teatro sonó un whasap de "Buenos días" seguido de una canción instrumental. 

La música era perfecta como banda sonora porque era algo así entre cómica y de aventuras. Cargada con las bolsas, me entró la risa. "Qué propio y qué adecuado". Llevé el producto que me habían pedido a casa de la persona que me lo había encargado. Luego me encaminé de nuevo hacia la mía y subí andando las escaleras.

Creo que estoy enfadada por.. la situación global. Por ver mascarillas y policía militar en la calle. No tengo nada en contra de ninguna de estas dos cosas. Pero echo de menos a la gente. 

uy! tengo un amigo cocinero (autónomo, da clases de cocina) que me está pasando la receta de una trenza de chocolate. jajaja! qué oportuno!

SALUDOS !!!! 

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