El soldado y la campesina


Hace muchos años, a las afueras de un pueblo francés, vivió una pobre campesina. Era muy hermosa, con el cabello dorado como el campo de trigo que cultivaba. Tenía los ojos grises y un cuerpo esbelto y fino como las espigas antes del otoño. Era muy alegre y vivía en casa con sus padres, dos queridos vecinos de edad avanzada.
Ocurrió que en un año bisiesto, la campesina se enamoró de un muchacho. Era alto y fuerte, muy humilde, conocido por la familia pues desde joven trabajaba con el carpintero del pueblo. 
Y sin querer ninguno de los dos-o más bien sin esperarlo- ocurrió que se enamoraron. Fue justo un año antes de que estallara una gran guerra, y lo sé porque esta historia me la contó otro soldado que le conoció en el frente.
El aprendiz del carpintero tuvo que ir a luchar y la campesina se quedó esperando, afligida, temiendo que jamás regresara del frente.
Tan desesperada estaba por el temor de no volver a verlo que empezó a desatender sus tareas. Iba a por agua al pozo, y no la traía porque pensaba en el muchacho. Se acercaba al corral a por los huevos y se le caían dos porque pensaba en el muchacho. Bajaba al mercado los viernes y se le olvidaba lo que debía comprar porque... efectivamente, pensaba en el muchacho.
Fue en una de estas ocasiones en las que se encontró con una mendiga que pedía recostada en las escaleras de la iglesia.
-Una ayuda, por favor...
-Toma -le dijo alargando el brazo-, no tengo mucho pero puedo compartir este trozo de pan contigo y darte esta chaqueta de lana, aunque está un poco vieja.
-¡Que Dios te bendiga, niña! Yo también te voy a hacer un regalo.
-No hay nada que me puedas dar, que yo desee...
-¿Segura?
-Sí.  
La mendiga buscó entre los pliegues de su falda andrajosa y le entregó un puzle que parecía estar hecho de oro.
-Esto es para ti -le dijo.
 Era una clave de sol, con una nota corchea atrapada en el medio.
-Cuando eches mucho de menos a ese soldado que añoras, trata de deshacer el puzle. Y así no pensarás en él. Para cuando lo logres te doy mi palabra de que todo habrá pasado...
La campesina se sorprendió de aquellas palabras, y miró a la anciana con desconcierto. Y es que esa mendiga, como seguro habréis podido deducir, no era una simple pedigüeña. Era una bruja, de las que saben cosas. 
La campesina regresó a su casa con el puzle oculto debajo de la compra que había hecho. Lo escondió bajo el colchón. A salvo de miradas ajenas.
"Qué tontería" se dijo, "ni que el puzle fuera a aliviar mi tristeza".
Las semanas siguientes llegaron noticias terribles del frente.
Cada vez que ella pensaba en el soldado, corría a su habitación e intentaba liberar la nota corchea que irremediablemente se había quedado atrapada en la clave de sol.
Y así días, y días y días...
La primavera duró lo que tarda en llegar el verano, y este a su vez lo que falta hasta un otoño seco que dio paso a un invierno frío y monótono.
Pasó dos veces el tiempo de la cosecha y un buen día la madre de la campesina le dijo:
-Si fuera a volver, ya habría regresado...
La guerra había acabado. Los soldados volvieron del frente. Y la campesina seguía sin saber nada del soldado. Atribulada, se encerró en sus pensamientos y apenas sonreía.
No fue sino hasta el siguiente año bisiesto que logró por fin desvelar el misterio del puzle.
Ojalá os pudiera decir cómo lo hizo pero la verdad es que sigue siendo un acertijo insondable para mí. Tengo ahora mismo en la mano y os prometo que jamás he visto algo más complicado. 
Pero un día, a pesar de ser muy parecido al anterior, descubrió el modo de liberar la nota corchea.
-¡Lo conseguí! -se dijo.
Ese día no olvidó nada de su lista de la compra, tampoco se le cayó ningún huevo cuando volvía del corral... atendió debidamente todas sus tareas, con una extraña melodía resonando en sus oídos.
Era una canción triste, que nadie más podía escuchar.
-¿Seguro que no la oyes? -preguntó a su madre.
-Cariño, no sé de qué estas hablando.
-¿Tampoco tú, padre?
-Yo no escucho nada... ¡más que quejas y lamentos!
-Qué extraño...
La canción no se iba de su cabeza. Todos los días la escuchaba.
El siguiente viernes enfiló el camino de la iglesia pensativa y cabizbaja, hasta que sus ojos tropezaron con al falda andrajosa y los pies descalzos de la extraña mendiga. 
-¡He resuelto el puzle!
-Me alegro mucho por ti. A qué viene esa cara entonces, ¿no estás contenta?
-Es que noto... como si me faltara algo.
-Entiendo...
La campesina se quedó callada.
-¿Qué te ocurre ahora?
-¿No escuchas una extraña melodía?
-No -aseguró la otra poniendo una mano detrás de su oreja izquierda-, yo no oigo nada.
-Qué raro. Es como una canción triste.
-Serán imaginaciones tuyas.
-Puede ser.
Se despidieron. Sin embargo, la canción no desapareció ese día, ni al siguiente, ni al siguiente. Y nadie más la podía oír. Una noche, la campesina soñó que caminaba distraída rumbo al pueblo, cuando esa melodía llegó hasta sus oídos. Corrió hacia la fuente y descubrió que era un músico ambulante que tocaba una flauta a un lado del camino. Llevaba un uniforme deshilachado y viejas botas de soldado llenas de barro.
-¡Buenos días! ¿Qué es eso que tocas? -le preguntó la campesina.
Pero el músico no dijo nada.
-¡Ah, ya sé!
Se acordó de repente del soldado, y de todo lo que sentía por él. En ese instante se despertó, sobresaltada. Aún no había salido el sol pero echó a correr hacia el mercado. Llegó al camino de la iglesia y buscó a la mendiga en las escaleras de fría piedra.
-Toma, te devuelvo el puzle. Ya no quiero liberar a la nota corchea, quiero que todo vuelva a ser como antes.
-¿Estas segura? 
 -Sí.
-¿No te acuerdas de lo triste que estabas?
-Sé que estaba triste pero es que yo le quiero mucho.
-Que dejes la nota atrapada no significa que él vaya a volver. La guerra hace mucho que ha terminado.
-No me importa.
-¿Tanto le amas?
-Más aún de lo que imaginas.
Y lo que imaginaba la mendiga, podéis creerme, era mucho.
-De acuerdo, vuelve a poner la nota dentro de la clave de sol.
Así lo hizo la campesina y la mendiga, conmovida por todo el amor que sentía y la devoción hacia el soldado, le dijo antes de despedirse estas palabras:
-Deja bajo la almohada el puzle esta noche. Y si de verdad lo quieres, todo volverá a ser como antes.
Regresó corriendo, ¡qué digo corriendo!, volando a su casa y esperó a que pasar el día impaciente, para poder dormir con la clave de sol bajo la almohada.
Al día siguiente, la despertaron los gritos de su madre.
-¡Levántate, deprisa! ¡No vas a creer quién está en la puerta!
Al acercarse al umbral de la casa descubrió con estupor al soldado desaparecido.
Estaba un poco más viejo, más delgado y tenía más canas pero sin duda era él. Lo abrazó y lo cubrió de besos.
La música de su cabeza dejó de ser una melodía triste para dar paso a una canción alegre llena de felicidad. Pero desde ese momento... no pudo oír nada más.
No escuchaba la voz de sus padres. Tampoco lo que le dijo el soldado.
La campesina se había quedado sorda de repente. Pero no le importó. Pasó el resto de su vida junto al soldado, entendiéndose con todo el mundo a través de señas. La que primera aprendió a decir fue "te quiero". Luego "te extraño" y luego, "pásame la sal" pues el soldado siempre se olvidaba de echar el condimento a los guisos que hacía.
Nunca más se volvió a ver en el pueblo a la anciana.
Y tras muchos años, el soldado metió el puzle en una caja y se lo hizo llegar a un compañero del frente que pasaba un apuro y necesitaba un milagro.
Este, a su vez, al morir, me lo dejó a mí. 
Y yo os he contado esta historia para que no se olvide, pues nunca se sabe a qué manos llegará en el futuro la nota dorada encerrada en la clave de sol. 

FIN.

 

2 comentarios:

Davidel dijo...

☕👏👏👏👏👏👏👏 bravo!! Bravo!!
Imagina un montón de aplausos en medio de un teatro y tú ahí, recibiéndolos. Ese es mi aplauso.

Nelly dijo...

Eres un amor...!! 🤣🤣

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