Día de piscina



Ayer le contaba yo al Muso que no sabía qué hacer hoy por la mañana. Tenía dudas, entre acudir al gimnasio o ir a la piscina (en verdad la piscina es de otro gimnasio del que tengo unos cuantos pases). El Muso contestó: "Piscina".

Ah, pues muy bien, pensé.

A pesar de tener mis dudas.

Y es que anoche llegué a casa cansada, constipada, con una tos que el día antes no me había dejado dormir y con dolor de cabeza. Tras ver un poquito de la película Pulp Fiction, me fui a la cama. No suele dolerme la cabeza casi nunca, pero en parte me vino bien porque cerré los ojos, me dormí enseguida y desperté diez horas más tarde.

"Vaya, pues sí que estaba cansada".

Puse una lavadora, me preparé el desayuno y pensé: "Venga, a nadar". Podría vencerme la fuerza gravitatoria que parecía irradiar el sofá de casa, o incluso la lógica, que me susurraba al oído que un día con tos y constipado no era un día bueno para ir a la piscina.

Pero cuando un Muso te dice que vayas.... pues te fías.
Imagina que, como escritor o escritora, abres un día la ventana para mirar a la Luna y piensas: "¡Oh, inspiración, ojalá vinieras!" y la inspiración acude y te dice: "Sal al jardín", el escritor no contesta: "Uy, mira, es que hace frío". Ni contesta: "No sé, ¿y si el suelo está húmedo?". "Es que tengo tos". "Está lejos".

Nada de eso vale. Porque un Muso genera confianza.

Fenomenal, dos canciones del Spotify después estaba en el autobús. Y cuatro canciones más desde que salí de casa estaba en la piscina. Asombrada, por cierto, de la circulación de la calle. Yo, personalmente, jamás llevaría un autobús a tan corta distancia lateral de los coches.

Recordaba dónde estaba la taquilla y el vestuario pero no recordaba la planta de la piscina. Ese fue el primer problema. Plantada delante del ascensor sentí un pinchazo de inseguridad. Ya sabéis lo que opino de los ascensores. Pero entré y le di al botón. Se puso a pitar. "Error" decía. No, ya, claro. Cuando más me asusto yo peor va el ascensor... igualito que en mis pesadillas. Apreté todos los botones pensando: "funcionará con alguno" y de repente se abren las puertas en la planta 6.

Estaba en la azotea.

Bienvenidos al Madrid de 14 grados centígrados.... en bañador. Tenéis la foto arriba, se coló en el ascensor un viento gélido que me hizo cosquillas en las piernas. 

Me eché para atrás y le di al botón la mar de deprisa. Tenía el mismo problema para bajar. Pulsé todos los botones hasta que esa máquina me hizo caso.

Por suerte, llegué de nuevo al vestuario. Y allí topé con otra chica que me dijo que la piscina estaba en la cuarta planta.

"Ah! qué cabeza"

-Vengo de la azotea -contesté.

-Yo voy allí -me dijo ella-, hay un poquito de sol.

Tras una conversación de lo más "ascensoril", cada una se fue por su lado. Me cayó bien esa chica. Pero no sé porqué. Iba a comerse dos mandarinas, es todo cuanto me dijo. 

Al llegar a la piscina, primero fui a la ducha y de ahí a la sala de vapor. La sala de vapor es una habitación donde no se ve nada, pero muy húmeda y con mucho calor. Al entrar y tumbarme, ese algo interior me dijo: "¿por qué has tardado tanto?"

¿¿?
Recordé entonces que hacía como 4 meses que no iba a esa piscina. Dices que vas a ir, pasa un día, pasa otro... total, que llega finales de enero y el pase sigue sin usar.

Durante ese primer rato en esa primera sala tuve muchas ideas. Y quejas. Muchas ideas y quejas sobre las cosas que quería cambiar o que me enfadaban. Me caían gotitas de agua porque me tumbé y miraba al techo. Me cayó una en la cabeza, otra cerca de la clavícula y otra en el corazón. Fue en el tercer goterón aleatorio donde me di cuenta de algo.... Ninguna de las gotas me había caído en los ojos... todavía. 

Los cerré.

Dando gracias al destino por avisarme.

Mi respiración iba mejor. Cuando consideré oportuno salir porque el calor a la gente de tensión baja no nos va demasiado bien (aunque a mi me encante), pasé de esa sala a la sauna.
Que estaba vacía.

Allí me tumbé y se esfumaron todos mis pensamientos.
No quedó ni uno.
Sólo la sensación de la madera en la planta de los pies. Me hizo gracia y probé a mover los dedos.

Tras otros cinco minutos (ahí sí tenía un reloj), decidí ir a nadar. La sauna no es buena para mí. Esta es de calor seco, pero me mareo rápido. Así que fui a nadar. Y nadé otros veinte o treinta minutos.

Cuando estaba lo bastante cansada, fui a la zona de agua con chorros de esos que dan masajes, pero había ruido y mucha gente. Por lo que opté en volver a la otra zona. Tras darme una ducha tibia entré de nuevo en la sauna. Donde había dos señores.

No sé porqué, tuve la sensación de que se iban a ir. Quizá porque yo estaba incómoda y eso acaba por poner incómodos a los otros. Y, efectivamente, uno se fue. El otro... se puso a hablar.

Yo me tumbé en la madera de nuevo, y contesté a lo que él dijo con un: es que en esta sociedad faltan valores.

De ahí a la responsabilidad y en cinco minutos él me estaba contando cosas de su profesión (maestro) y yo estaba escuchando, callada, hasta que saqué relucir el tema de los libros. Nos reímos y entró más gente. Y aquí lo que ocurrió fue lo siguiente: una de las chicas se sentó detrás de mí, en el segundo escalón de aquella pequeña sala. Otro señor, se sentó en una esquina, y otra joven se situó en la esquina que pronto el maestro abandonó. Lo que me llamó la atención fue la actitud de la que estaba detrás mío. Porque, veréis, en un momento dado y tras quedar patente que yo quería escuchar, la que estaba detrás -cuando la miré-, puso una cara como diciendo: "no me puedo creer que estén hablando justamente de esto, ¡qué casualidad!". Esa cara a mí me intrigó. Así que la miré más rato, por si se decidía a hablar. Y como no lo hacía, a base de pequeños: "¿En serio?" "¿pero esto puede ser?" "¿De verdad?"... creo que esas eran mis aportaciones, al final... contó su historia. No la suya, sino la de una amiga.

Todos querían contar cosas, todos, y demandaban atención. Y qué casualidad, yo estaba loca por oír todas las historias, así que me iba genial pasando mi atención de uno, a otro, y a otro. Cada uno me decía algo, me miraba de una manera, cuando yo posaba sus ojos en él o ella. 

Tuve que salir a ponerme bajo un chorro de agua helada porque llevábamos casi diez minutos allí. Y otra de las chicas, hizo lo mismo. Nos metimos bajo el agua más fría y volvimos a la sauna. Nunca paso allí más de cinco minutos pero, ¡la conversación estaba tan animada!

Hablaban del amor y no amor. Hablaban de relaciones, de mujeres florero, de gente famosa de este país que yo, sinceramente, ya tengo olvidada. Y tras mucho hablar, cuando yo ya estaba sudando como un pato, y había pasado casi media hora y nos habíamos reído mucho (allí había tres generaciones diferentes, por lo menos), tuve que salir y  meterme en la ducha más fría que había. Y estar un buen rato. Bajo el agua helada.

"Puede que me haya pasado un poco" pensé. Debía tener las pulsaciones en 40 y la tensión en 6.

Tras asegurarme de que no me iba a marear, di por concluida la visita a la piscina y volví al vestuario.

Mientras bajaba el dichoso ascensor, pensé: "Bueno, si has venido porque te lo dijo el que consideras guía budista, es que todo lo que ha pasado es porque tenía que pasar. Y porque es beneficioso en algún sentido".

Eso le dije yo a mi "yo interior". Y llegué al vestuario.

"Aunque... francamente, tampoco es que haya pasado nada fuera de lo normal. Pero si él me dijo que viniera es que debía ser una buena idea por algo. Es que debe de haber alguna enseñanza".

No había acabado de pensar esta dichosa frase -palabra- cuando el ascensor se abrió de nuevo a mis espaldas y una de las chicas de la sauna estaba allí. Una, a la que acusaron de ingenua.

-Escucha -me dijo-, quiero decirte algo.

Mi lenguaje corporal decía "me voy". "Me quiero ir". "Esta conversación no estaba planeada y me resulta incómoda", pero los ojos de ella eran muy amables.

-A pesar de lo que han dicho ahí arriba -continuó-, quiero que sepas que ... si tú estás empezando una relación, a mí me gusta que el chico sea caballeroso.

-Ya, ya... sí, te entiendo -dije, la verdad era que no.

-Si por ejemplo, vas a tomar un café -su español era complicado-, y él te invita... no estar mirando que cada uno pone justo la mitad.

Empecé a ponerme incómoda de veras. Veréis, ella no me conoce, yo a ella tampoco, y arriba decían cosas muy alejadas de mi vida y de mis experiencias. Yo sí soy una chica empeñada en que cada uno ponga la mitad de lo que vale la cena, o de pagar una vez tú y otra vez yo. Pero ella no lo sabía. 

-No, yo no... -no sabía por donde salir-, yo... es que...

La chica me tocó en el brazo.

-No se trata del dinero -me dijo (realmente no entendía porqué tenía esa necesidad de que yo la entendiera a ella, ¡si soy una desconocida!)-, quien es así... es así. Hay ricos mezquinos, ¿entiendes?

Me paré a respirar. Y a contener mis nervios. Tenía delante una chica maja, tratando de decirme algo y buscando confianza. Me esforcé en calmar mis nervios y respirar. Y entonces la escuché.

-Si estás empezando una relación... y él va a pagar la cena... no puedes estar contando la mitad justa de lo que hay que poner. Las personas... tienen que ser... 

-¿Generosas?

-¡Generosas! ¡Eso es! Es como si vives con ella (señaló la planta de arriba, donde estaba su amiga) Yo no miro lo que compra cada una, ¿entiendes? Yo no soy así. No se trata del dinero que tengas, quién es...

 Y entonces lo entendí.

-Quién es generoso con un euro, lo es con cien millones, y quien no es generoso y está siempre contando, lo es aunque los tenga.

La chica y sobre todo, sus enormes ojos, sonrieron a la vez.

-¡Eso es!

Sé que si leéis la frase os va a parecer que la entendéis enseguida. Pero no es tan sencilla. A veces, cuando voy a tomar un café con mi mejor amigo, estoy preocupada, por si he gastado mucho y quién invita al café (a quién le toca), pero hay otras veces en las que invitas porque te apetece y te sientes bien y tranquila. Lo que esa chica estaba intentando decirme es: "no se trata de lo que han hablado arriba y de la cantidad de dinero, se trata de la generosidad". Y eso no va en cantidad, va en actitud.

¿No querías enseñanza?
¡Pues toma enseñanza! ¡jajajaj! 

Dos canciones y tres cuartos después estaba de vuelta en casa.

Y me dormí.

Saludos!!! 

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