La audacia.


Hoy es el día.
A pesar de lo reacia que soy a todo lo nuevo, decido que hoy por fin voy a atreverme.
Voy a darle a la tecla de hydroclean del horno.
Por si acaso, me leo tres veces las instrucciones. Es un electrodoméstico bastante nuevo. Y me esmero en quitar los carriles de la bandeja, la rejilla metálica, y otros tantos complementos que lleva este aparato tan complicado.

Ya está todo listo. Por fin.

Pero no me atrevo a darle sin más. Pido ayuda a una persona que me trae una linterna. Al ver el interior del horno a la luz de la linterna se me cae el alma a los pies. Pues sí que está sucio. Pero no importa. Tengo el hidroclean. Con esto todo se soluciona. La persona que está a mi lado, se ríe.

Tras tomar las medidas de precaución necesarias... aprieto el hidroclean, la luz parpadea. El horno se cierra herméticamente.

"Ahora es cuando pasa algo asombroso" me digo. Imagino un pitido y volver a abrir el horno estando como nuevo. Toda la porquería se ha "volatilizado". No es un hidroclean, es un viaje en el tiempo. "Yo puedo usar estas cosas" me digo, "son tecnología moderna."

Pasan veinte minutos. Suena la alarma.

Abro la puerta.

Estupor.

Sigue igual, pero como si le hubieran dado un bañito de agua. La grasa ni se ha inmutado. 

Quien me acompaña me entrega un trapo, desinfectante y un estropajo. Y me da consejos. Una hora después, ahora sí con el horno como nuevo, yo me pregunto para qué necesitamos un gimnasio si tenemos cosas tan interesantes en casa. 

Ese suceso me trae a la memoria otros de igual efecto "desinflante". Como la vez aquella que compré una cápsula de un producto milagroso para el pelo donde ponía: sin efecto engrasante.
Y eso que era de una marca de renombre.

Esta bien, si quieres que la cabeza te quede como el casco de Darth Vader. Y claro que te brilla el pelo... porque te quedas pegada. 

Me viene a la memoria también -huelga decir que no he vuelto a comprar un elixir tipo "aceite extraordinario" para el pelo nunca más- la primera vez que se fue la luz en el bloque de edificios. Recuerdo que nos juntamos varios vecinos en el rellano y pregunté: "¿Pero hay que hacer algo más?", pues una nunca sabe en estos menesteres si tienes que hacer algo o solo juntarte en plan vigilia en el rellano a la luz de unas velas.

Y, la mejor de todas, el suceso con mi antiguo "horno-microondas". Pero este es verdaderamente peliagudo y por eso he tardado tantos años en contarlo. Veréis, yo tenía un micro-ondas con horno o grill incorporado. Dicho micro-ondas con horno o grill incorporado, venía con una rejilla. De metal. Para el grill.

Aquí la joven escritora, usaba indistintamente el micro y el grill. Según el plato. Lo que jamás nadie me dijo es que debía sacar la rejilla METÁLICA al usar el micro.

Y no tarde poco en darme cuenta. De hecho, yo creo que fueron muchos meses hasta que, un día a oscuras, me llamaron poderosamente la atención unos "rayos azules" provenientes de la cocina. Ahora lloro de risa pero el momento no fue para tomárselo a broma. Sí os puedo decir una cosa, la anécdota sirve para dejar boquiabiertos a los comensales en las reuniones de familia y también para afirmar sin temor a equivocarme que NUNCA, jamás, BAJO NINGÚN CONCEPTO, metas metal en un mircoondas. A no ser que quieras recrear los efectos de la pelí de Los Inmortales en tu salón.

Y ya está.
Si cuentas estas cosas, todo el mundo te replica con alguna anécdota parecida. Desde "pues Nelly, bajé a comprar al la tienda con un puchero al fuego y ¡me dejé las llaves dentro de casa!" a "no tenía dónde meter el aceite hirviendo y se me ocurrió meterlo en un vaso de vidrio (¡nunca! estalla!)"

En fin.
^_^ 

2 comentarios:

Davidel dijo...

🤣🤣🤣😱😱😱🤭🤭🤭
🧘🔩=🎤🌊🌊= ⚡⚡

Nelly dijo...

Jajajajja!!!!

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