Aquí pasa algo muy raro...

Una vez, siendo pequeñita, me pasé la tarde poniéndole flores a una figurita sagrada (por aquello de no mentar una u otra religión, lo vamos a dejar ahí). Era bastante pequeña (yo) y aquella figurita me encantaba. Así que, como no tenía otra cosa mejor que hacer, me dediqué a arreglar su espacio, ponerle flores y toda suerte de maravillosas ofrendas alrededor que no voy a mencionar aquí (más que nada porque me parece cursi). La figura era un regalo de la parroquia de mi abuelita.

Ese día (yo entonces coleccionaba hojas que disecaba entre las páginas de un gran diccionario) pasó algo raro. Lo que hace que recuerde esa tarde fue que cuando llegó mi madre, apareció con unos pétalos de rosa.

Estar poniendo florecitas a una imagen sagrada y que aparezca un ser querido con unos pétalos de rosa en la mano fue lo suficientemente raro como para que me acuerde de ello.

- ¡Anda! ¿Y esto? -pregunté.

Y ella contestó:

- No sé, vi las rosas y pensé que tenía que traerte flores.


Miré mi figurita sagrada, miré la mano de mi madre (tuve ese pétalo .. espera, ¡¡aún lo tengo, jajajaj!!! voy por el diccionario... jajajaja) y fue un momento muy raro. De hecho, pensé que la figura sagrada me devolvía las flores. Miré la figura, miré la mano de mi madre, y de nuevo miré la figura un poco asustada.

¿Y por qué os cuento esto?

Pues porque tengo una figurita de buda (jijiji, lo sé, lo sé... ¿cómo puedo tener varias figuras sagradas de diferentes caminos?) y el caso es que, aparte de que todos los relojes que pongo sobre su misma mesa atrasan o se paran, hoy me encuentro con que la figurita (a la luz de una vela) está sonriendo.

Yo sé lo que me vais a decir. Que es casualidad. Y soy la primera que lo cree. Pero es que... sonríe. Y no lo hace disimuladamente. Se está partiendo de risa!!!

¿¿??

En fin.

Por suerte, sé que nuestra ¿mente?, vamos a decir cerebro ... nuestro cerebro... es así. Y nos parece ver cosas que no están ahí. De hecho, de pequeña una amiga y yo íbamos a ver tres manchas de pintura en una pared, que estábamos convencidas de que se movían....

Jo, qué recuerdos.

Claro que, por entonces, cabía entre los barrotes del puente de las vías del tren. Y es que nos gustaba jugar a eso. 

¿Sabéis qué es muy curioso también? Toda mi vida he estado junto a unas vías.
Toda. Y eso sí que es una casualidad rara. (Mi casa daba a las vías, me mudé luego a otra ciudad junto al museo del ferrocarril por lo que caminábamos por las vías abandonadas el fin de semana y ahora ¡jajaj! ahora...
... trabajo al lado del tren, jajajaj! Es un poco raro, ¿no? 

Cosas raras pasan a veces.




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