La Pulsera - Cuentos del Niño Mensajero

"Te dije que no era una buena idea"
El cartero de la Ciudad imaginada
a su Alcaldesa.



Era una hermosa mañana de invierno cuando Nelly abrió el buzón de su casa y encontró una carta de una famosa tienda de cosméticos. "Regalo de esta maravillosa pulsera Fitness, con compras superiores a 8 euros". 

- Y por solo 3 € -se dijo Nelly en voz baja-. ¡Justo había pensado tener una de estas cosas hace pocos días! Aunque sé que la publicidad es una trampa. Seguramente la pulsera no vale ni esos 3€. Pero la venden como oferta, pagando solo esa cantidad y teniendo en cuenta que te piden una compra de otros 8 €... la tienda siempre gana.

A pesar de esa acertada deducción, la alcaldesa de la Ciudad Imaginada decidió guardar la publicidad. "Me encantaría tener una pulsera de estas" dijo, sin saberlo, al cartero. "Tengo muchas ganas de tener una, llevo días pensándolo". 

A las tres semanas, sin que le hubiera dado tiempo a ir a la tienda pero contemplando la publicidad de la misma cada día, mientras se decía mentalmente "tengo que ir a buscarla", llegó un extraño mail a su buzón de correo del trabajo.

"Sorteo del Mercadillo Solidario". Normalmente, habría borrado el correo pero algo le hizo abrir la lista de cosas que se podían comprar si te tocaban. Entre ellas había, (oh, sí), una pulsera de medición.

Nelly no daba crédito a lo que veía. Los demás productos no tenían nada que ver, eran libros y comestibles... y allí, en medio de ellos, dos pulseras.

"¿Me apunto?" -preguntó al personaje de sus cuentos- "¿Me apunto al sorteo?"

Y ese misterio que llevaba dentro le vino a decir algo, sin palabras. A lo que Nelly contestó:

"Oh, venga ya, no va a tocarme. ¡Fíjate, hay doce apuntados para el mismo producto! ¡Trece! ¡Quince!"

Nelly se apuntó. Justo antes de que se cerrara el cupo.

Tres o cuatro días después.... llegó el resultado de a quién le había tocado. "Ya verás... ¡a ver si tenías razón!" pensó abriendo la carta. Y patidifusa la Alcaldesa leyó, allí, en el buzón de entrada, su nombre. Y al lado la pulsera. ¡Le había tocado una de ellas! Y el producto hasta tenía lista de espera por si no se acercaba a recogerlo.

- ¡¡¡Oh, tengo la pulsera, tengo la pulsera!!!! -dijo entusiasmada.

(¡¡Tengo la pulsera y lo sabía, ¿¿cómo es posible??!!) dijo para sus adentros.

Aquella noche, cuando llegó a casa miró el otro papel de la tienda cosmética y se tumbó en la cama. Cerró los ojos y viajó hasta la casa consistorial del ayuntamiento de su ciudad imaginada.

"¡¡¡Tengo la pulsera!!! ¿Cómo lo sabías? ¡Tengo la pulsera!" -exclamó.

El cartero de la ciudad era un personaje extraño. Iba y venía a su antojo. Siempre con una enigmática sonrisa y una bolsa bandolera cruzada al pecho. Repartía cartas... y al parecer, atravesaba dimensiones. Ya que la pulsera había viajado desde su deseo hasta el mundo real.
Nelly se incorporó con una gran sonrisa. El niño la miraba sin decir palabra.

- ¡Me ha tocado! -hizo una pausa, pensativa-. Pero es un poco grande la correa. Sería mejor para un chico.

- Se la puedes regalar a tu hermano -respondió el cartero.

- ¡¡No!! -dijo Nelly-. ¡Venga ya! ¡Quiero tenerla! De hecho -añadió recordando la publicidad de la tienda de cosmética-, tengo dos. ¡Podría ir a por la otra! La otra es de chica seguro.

- No es una buena idea.

- ¿El qué? -preguntó Nelly levantando las cejas-. ¿La pulsera? ¡¿Por qué no?! Siento curiosidad. Mide las calorías.

- Eso vale para los que no van al gimnasio y quieren contar los pasos que dan para decirse a sí mismos lo que pierden... pero tú ya vas al gimnasio, te da lo mismo andar un kilómetro que andar dos cada día... tú la quieres por el corazón. Y sí, te gustará... pero habrá cosas que no te gusten. 

Nelly adoptó una postura erguida, con los brazos en jarras y el mentón apuntando al techo. "¡Pero si me encanta!" dijo, posando como Peter Pan "Porque tengo muy bajas las pulsaciones" afirmó.

Y es que la alcaldesa se jactaba de tener un corazón que apenas llegaba a los 60 latidos por minuto. Se sentía feliz y orgullosa de esa idiosincrasia que achacaba, en el fondo, a una fortaleza sin duda forjada en la práctica del deporte y a la que atribuía un don de casi inmortalidad. Su corazón apenas latía... luego seguro que ella iba a vivir para siempre. Era una de esas creencias absurdas y probablemente erróneas que esperaba la librasen del aciago destino que todos los seres comparten y con el que ella no estaba nada de acuerdo. Su corazón no latía, se dijo, porque ella era fuerte. No necesitaba latir más. Había que ahorrar pulsaciones. 

- No es una buena idea -respondió el cartero.

Al día siguiente, Nelly fue con su pulsera al trabajo. Cuando empezó a trabajar pulsó la opción de "medición": el corazón latía en la pantalla junto a un número, el 66. Se tomó su café en 67. Descansó con 64. A mediodía llamó a su madre con 66. Viendo que aquello era como cuando, siendo niña, le regalaron su primer reloj (felices los tiempos en los que no cuantificaba las horas) provocó la risa de sus seres cercanos con tanta obsesión numérica pero siguió midiendo, midiendo y midiendo....a lo largo del día.

... hasta que llegó el Muso.

Era ya el comienzo de la tarde, sobre las tres, cuando muy contenta se dijo: "¡Ah, mira! voy a hacer un experimento!". Nelly tenía la certeza de que, dado que el Muso le servía de refugio (a veces, no siempre, a veces era refugio, otras discutían...), su corazón al lado de él tenía que estar, por lo menos, a 50 pulsaciones por minuto. Quizá menos. Puede que llegara a 40, como los ciclistas profesionales...

"Ya verás" pensó caminando hacia él y dando al botón de medición "Me van a bajar un montón las pulsaciones. Y le diré ¡mira qué bajas! y entonces él mi mirará admirado porque..." En ese momento, mientras Nelly se contaba esa historia (fuera, ocurrían otras cosas y ella se reía) bajó la mirada hacia el corazón parpadeante de su pantalla negra y leyó:

"88 pulsaciones por minuto"

¿¿¿QueeeeEEÉ?

Y sólo con esa exclamación subió a 89. Y luego a 90.

- ¿Pero qué?????

El Muso se echó a reír. A reír mucho. No un poco, no, a reírse abiertamente. Sinceramente, Nelly pensaba que ese Muso le debía muchas risas. Claro que por otra parte... ella le debía unos cuantos libros.

"No, no, no, no" se dijo Nelly interiormente. Ella no. Ella no era de esas cursis a las que le suben las pulsaciones con la presencia de otros seres a su alrededor. "La pulsera esta rota" pensó alejándose y mientras lo hacía las pulsaciones bajaban: 77, 74, 66... 

Caminó del nuevo hacia el Muso: 69, 73, 82...

Mientra el cartero, en algún lugar del Cosmos se frotaba los ojos con una sonrisa agotada en los labios, la alcaldesa de la Ciudad se enojaba. Se enojaba más y más. Y más aún. 

- ¡Pero qué has hecho! -le dijo esa noche al niño en la ciudad de los cuentos, bajo un cielo estrellado de gran belleza-. ¡Se supone que tenían que bajarme las pulsaciones! ¡No subir! Si suben... significa qué.... que...

- ¿Qué tienes un corazón humano?

- ¡Sí! -gritó Nelly-. ¡Y los humanos se mueren, ¿no te das cuenta?! -añadió a continuación-. ¡Serás...! ¡Yo no te pedí esto! Soluciónalo ahora mismo. Tú y ese Muso travieso me vais a volver loca. Se cree que está conectado conmigo y no lo está. ¡No lo está!

- Pues adivinó tus...

- ¡No lo está! -respondió Nelly, por tercera vez-. No lo está, es casualidad. ¡Se lo prohíbo! ¡Y te lo prohíbo a ti también!

No había acabado de pronunciar aquellas palabras cuando fue consciente de lo inútiles que eran. Ella no podía prohibirle nada a ese niño. Pedir, sí, pero ordenar... era absurdo. Sería como ordenar al agua que fluyera hacia arriba.

- Te dije que regalaras la pulsera.

- No pienso regalarla porque me gusta -replicó Nelly- La voy a usar y la voy a probar. ¡Hasta tiene una función que vigila lo que te pasa en sueños!

- Lo que faltaba -respondió el cartero-, ¿y si descubres que durmiendo se te para el corazón? 

Nelly se sentó en su sillón favorito y apoyó el mentón en su mano derecha, mientras reflexionaba. "Soy científica", se dijo. Y la pulsera era un elemento de medición. La utilizaría. Emulando a Memphis, la investigadora de la ciudad. La usaría porque era un deber para con la ciencia.

- Pienso usarla, es muy útil -dijo- Lo del Muso es casualidad. Me río y me suben las pulsaciones. ¿Y qué? En el gimnasio tenía 104 andando. Y no estaba nada alterada.

- Ya, claro.

- La pulsera me encanta -afirmó la alcaldesa- La voy a usar un montón. Ya lo verás.

Al día siguiente Nelly llegó a su trabajo muy, muy feliz. Ese día, al acercarse al Muso, este le dijo mirándola con unos ojos que cambiaban de color a diario, a veces incluso mientras la miraba:

- ¡Puedes decir que eres una chica 90, 60, 90! -y se echó a reír, señalando su muñeca.

La alcaldesa respondió para sus adentros "¡Bah!"

Mientras sobre su escritorio, en el Ayuntamiento, reposaba la pulsera, apagada 

- Hoy no la he traído -dijo-. Se me ha olvidado.

Y es que la pulsera le gustaba, sí. Ahora ya sabía que su ritmo cardíaco estaba entre 64 y 66 en actividad normal. Subía a 67 si escuchaba a Bach en una canción de piano, 65 si escuchaba Tara (un mantra), y 63 si escuchaba OMPH (otro mantra). No podía explicar, no obstante, por qué los cuencos tibetanos le bajaban las pulsaciones a 58 pero seguro que alguna explicación lógica había.

Todo muy interesante, pero... ¿a quién le interesa medir lo que ocurría cuando una escritora se acercaba a su Muso? A fin de cuentas... eso no era relevante para el Universo. 

Mientras, en la ciudad imaginada, el cartero reflexionaba mirando al horizonte donde las primeras estrellas jugaban a parpadear como si imitaran el latido de un corazón. 

FIN.





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