La herencia de Sara - Un cuento para cada día.


No cabía duda de que los demás vecinos del pueblo pensaban que yo llevaba una vida ociosa y regalada, al ser la nieta de Abraham Tate. Y mientras ellos se mataban a trabajar de la mañana a la noche, yo gozaba de paseos en bicicleta por los alrededores de Kinvara, disfrutando de los campos de color esmeralda y las vistas del castillo de Dunguaire. 

Lo más fácil era creerse esa apariencia idílica de familia bien con una única heredera, con pájaros en la cabeza, destinada a conseguir un montón de dinero y mudarse, quizá -quién sabe-, a Dublín o a Bostón, donde se hablaba más el gaélico que su propio país.

Lo cierto era que mi abuelo, Marcus Abraham Tate, era un tirano de la peor clase. De los que ahogan rabia y resentimiento y nunca están de humor para hablar de ello. 



- ¿Puedo ir a Galway con mis amigas este fin de semana?

- ¡No seas ridícula! ¿Para qué quieres ir allí?

- Pero abuelo, van a ir todas mis amigas...

- ¿Sabes lo que hay en esa caja? -me preguntó de repente- ¿La que tienes justo detrás? 

Ni lo sabía, ni me importaba. En aquel momento le odiaba demasiado.

- Son postales de Europa y Asia. De las que me enviaba tu madre cuando estaba viva. ¿Por qué no las lees y las ordenas cronológicamente? ¡Eso es más interesante que ir a perder el tiempo a Galway!

Ojalá pudiera decir que las cosas mejoraron con los años. Pero en verdad fueron a peor. Cuando cumplí los dieciséis pasaba la mayor parte del tiempo sola. Si hubiera tenido hermanos al menos habría compartido aquella existencia atormentada con alguien pero al ser la nieta de Abraham Tate no tenía muchos amigos en el pueblo que pudieran comprender mi situación. Todos me veían como una privilegiada.

- Tu abuelo nos ayudó mucho durante la gran hambruna -me dijo una vez el alcalde-. En vez de marcharse, como hicieron tantos otros, se quedó aquí y gracias a él Kinvara prosperó. Deberías estar orgullosa.

No, no lo estaba. Al llegar a casa cada día se me hacía insoportable el ambiente opresivo que proyectaba su figura y solía escaparme al río, donde me sentaba a pensar o a leer. Lo que me hizo ganar fama de "chica rara" y distraída. 

Un día de mayo mi abuelo me llamó y me dijo que quería hablar conmigo de algo muy importante. Le encontré en la biblioteca de casa, de pie junto a su mesa, sobre la que había una carpeta de cuero abierta con algunas hojas y su firma. 

- Quiero hacerte una pregunta y quiero que seas honesta, Sara -me dijo-. Si te diera todo mi dinero ahora mismo, ¿qué harías con él?

- Me marcharía de este lugar -contesté.

Con dieciséis años, no podían culparme de dar esa respuesta. 

- ¿Por qué no nos vamos a vivir a Dublín? ¡Es una ciudad fantástica!

Mi abuelo pensaba en otras cosas y no contestó. 

- ¡¿Por qué te parecen mal todas mis ideas?! -pregunté directamente-, ¿por qué estás siempre tan enfadado con todo?

De pronto, dijo:

- He decidido donar toda mi herencia al pueblo, Sara. Cuando yo muera, Kinvara se quedará con el dinero de la familia.

Me alejé un paso de él.

- ¿Quieres decir que me desheredas?

- Siempre haré todo lo que pueda por ti, y lo sabes. Aunque no mereces tener el patrimonio de esta casa, ni del apellido Tate.  

- ¡Tú estás loco! ¿Le vas a dar el dinero al alcalde? ¿Qué crees que hará con él? ¡¿Haces todo esto solo para fastidiarme?!

- Sara -dijo, escogiendo sus palabras con cuidado mientras toqueteaba el testamento sobre la mesa- ¿sabes qué es lo más valioso de este pueblo y de toda mi herencia?

La pregunta me desconcertó un poco.

- Voy a darte el dinero que me pidas ahora y si en tres días me traes algo verdaderamente valioso volverás a ser mi heredera. Pero ten cuidado con lo que eliges porque lo que tú consideras valioso puede no serlo para mí. Si compras algo que no es de mi agrado, entonces mantendré mi postura.

- ¡Menudo juego absurdo! Si te conocieran en el pueblo dirían que estás loco -tuvo el atrevimiento de sonreír ante mis palabras-. ¡Está bien, traeré algo de valor para que puedas dejarme en paz para siempre!

- Como quieras -dijo mi abuelo.

Y me dio el dinero que le pedí. Nunca había visto tanto dinero junto. Lo primero que pensé mientras contaba aquellos billetes fue en comprarle un reloj con joyas incrustadas o quizá una reliquia familiar de algún noble de Irlanda. Algo que fuera escandalosamente caro.

Antes de que me fuera me llamó de nuevo:

-  Recuerda, si no fuese importante para mí...

No acabó la frase.
Tomé un autobús a Galway ese mismo día. Y al siguiente fui de compras por Dublín. La verdad es que fueron dos jornadas maravillosas pero no logré encontrar lo que buscaba. Nada me parecía lo bastante bueno para contentar a ese hombre exigente y severo, al que todo le parecía mal. 

El tercer día regresé a Kinvara con las manos vacías. Estaba a pocas horas de quedarme sin herencia. ¿Qué haría entonces?, me pregunté. Supongo que trabajar de maestra, me dije, siempre me había gustado la enseñanza...

Volví a casa temprano para sacar del cobertizo mi bicicleta y dar un paseo por los alrededores del pueblo y el río. Mi abuelo dormía, ajeno todavía a mi fracaso. Estuve varias horas dando vueltas, admirando la belleza de aquel paraje hasta que me entraron unas ganas terribles de llorar. Llorar de rabia y de frustración por los juegos a los que me sometía aquel anciano. 

Pero entonces me di cuenta de algo. Me sequé las lágrimas y regresé a casa en torno al mediodía, con mis botas de lluvia y unas flores silvestres que había recogido por los caminos. Estaba muy disgustada. Nada más entrar mi abuelo se sorprendió. Sentado en su sillón favorito de la biblioteca tenía un libro abierto entre las manos y me miró con sorpresa mal disimulada.

- ¿Ya has vuelto? ¿Has traído el objeto valioso?

Di un golpe en la mesa.

- ¡Yo soy lo más valioso que tienes y tú me tratas como si fueras un tirano! -exclamé-. No hay nada en el mundo que sea más importante que tu nieta. Y para mí no hay objeto más valioso que mi bicicleta y mis paseos, así que ¡toma! -arrojé las flores a sus pies y allí quedaron sobre la alfombra-. ¡Ahí tienes mi respuesta! ¡Me traigo a mi misma y esas flores silvestres que son gratis!

Hasta ese momento pensaba quedarme con el dinero que me había dado y usarlo para alquilar una habitación y empezar a trabajar al día siguiente, de lo que fuera. Me había resignado a vivir sola, sin familia, sin apellido, y enfadada con el universo, tal y como me parecía que estaba enfadado él. Sin embargo, mi abuelo en ese instante se levantó del sillón, dejó a un lado el libro con ceremoniosa lentitud y sin mediar palabra se acercó a mí y me dio un abrazo.

- Por fin has descubierto lo más valioso que hay en esta casa -me dijo-. Lo más valioso de mi herencia eres tú, Sara Tate. Ahora sí estás lista para tener todo lo demás. Siempre que lo aceptes. 

Decidí quedarme en Kinvara. Decidí ayudar al pueblo como lo había hecho él y seis meses más tarde, cuando murió, comprendí por qué me había planteado desafío con su herencia. Ocupé el lugar que había ocupado él en la comunidad y también estudié para ser maestra. Ahora cuento su historia a mis alumnos, de modo que la vida de Abraham Tate no caerá en el olvido.


FIN.  


0 comentarios:

Publicar un comentario

 

 

 

Creative Commons License
contador de visitas para blogger por paises