Nelly y el viaje en busca de un remedio contra el estrés.

Érase una vez que la alcaldesa decidió salir en busca de un remedio maravilloso y efectivo contra el estrés. Con su cámara de fotos en la mochila emprendió un viaje de tintes apacibles hacia lugares misteriosos y desconocidos. Aprovechó la ocasión para ilustrar con sus fotos las técnicas descritas en la entrada anterior y mostrar a sus lectores las diferentes formas de capturar el mundo dentro de una instantánea. 

La primera parada la hizo en un molino antiguo. La construcción carecía de cemento y se había llevado a cabo acoplando piedra sobre piedra hasta el tejado de paja y madera. A sus pies corría un río de aguas transparentes. Siguiendo el río, Nelly llegó hasta una cascada.

(f.5 y velocidad exposición 30 segundos)

Junto a la cascada había un puesto de lo que Nelly llamaba "chipichangas". La palabra no existía, pero la había acuñado para referirse a todo tipo de tiendas y tenderetes llenos de cosas tan variadas como inútiles y maravillosas. Le encantaba curiosear tiendas de "chipichangas". Uno nunca sabía lo que podía encontrar en ellas. El dueño del tenderete era un elfo de cabellos dorados y ojos traviesos. Llevaba una trenza adornada con una pluma y miraba a la alcaldesa con una sonrisa bailando en sus finos labios.

- ¡Buenos días!

- Hola.

- ¿Conoces ya el poder de las piedras?

- ¿Las qué?

- ¡¡Las piedras!! -exclamó el elfo alzando los brazos-, las piedras son mágicas. Son recipientes que acumulan energía. ¿No lo sabías? Te recomiendo empezar con una amatista. ¡Está de aquí por ejemplo! Son muy energéticas. Tienes que sostenerla en una mano y pronto notarás su poder. La tengo de oferta, por si te interesa saberlo.

Nelly se rascó la cabeza. ¿Piedras mágicas? Se acercó a husmear como un ciervo moteado se acercaría a un matojo de hierba verde en mitad del deshielo. Con cautela.  

- Creo que voy a pasar -dijo.

Sin embargo, ¿quién no había dado un paseo alguna vez y había sentido la tentación de llevarse una piedra en el bolsillo a su casa? Quizá...pensó... quizá aquel elfo druida tenía razón. Podían servir para algo. No obstante, era mejor reflexionar y si llegara el caso más adelante, comprar una piedra.

- Son buenísimas contra el estrés -dijo el elfo-, pero primero tienes que recargar su energía poniéndolas al sol una semana o, ¡por ejemplo!, metiéndolas en agua con sal.

- Muchas gracias, lo pensaré.

La alcaldesa siguió andando hasta encontró un camino abierto por pies humanos. Lo siguió hasta lo alto de una montaña donde había un asentamiento celta. Allí se detuvo a contemplar el río de un hermoso color azul que había a su izquierda:

(esta foto se ha hecho en modo "automático" con ISO 200)

- ¡Qué belleza! -dijo.

Entró en una cafetería humana, donde halló un marinero de barba áspera de color blanco y pelo níveo de apenas un centímetro de largo. Llevaba una gorra de patrón y tenía la cara surcada de arrugas. 

- ¡Buenos días!

- Buenos son -dijo el marinero.

Nelly se acercó y vio que estaba leyendo algo. Se sentó a su lado y conversaron un rato. El marinero escuchaba mientras Nelly le hablaba de la belleza de aquel paraje, del viento en su cara, de las gaviotas ruidosas, de las cristalinas aguas del Miño y un sinfín de tonterías más, en opinión de aquel viejo lobo de mar. Cuando terminó de ensalzar la grandiosidad de la madre naturaleza, como contrapunto, habló de la ciudad ruidosa de la que procedía (que no era la de los Cuentos), del gris de los edificios, del humo de las calles y del estrés de los transeúntes.

- ¡Tú lo que necesitas es leer a Fuckowski!

Nelly parpadeó confusa... ¿Fu..qué?

- ¡Memorias de un ingeniero! ¡Ten! -el marinero le tendió el libro.

Nelly arrugó la frente mientras lo comenzaba a leer. Le entró la risa. Se rió muchísimo, pero pronto cerró el libro.

- ¡No! ¡Este hombre está amargado! 

- Sí, pero te tiene calada -contestó el marinero- ¡ten, el libro es para ti! Lo necesitas pues creo que eres una Teddy Bear Consultancy.

¿¿Una qué??

- ¡Señorita de ciudad! -exclamó el marinero y se echó a reír.

Nelly meditó unos instantes mientras se terminaba su café. Veamos... por un lado el elfo le había hablado de piedras energéticas y mágicas, por otro el marinero curtido de la vida le regalaba un libro que le hacía reír mucho, pero escrito por un cínico que estaba hasta la bandera de todo.

- No creo que sea esto lo que estoy buscando -dijo. Aunque aceptó el regalo y se marchó.

(modo automático de la cámara y retoque posterior del contraste.) 


Continuó subiendo la montaña y dejó atrás un pueblo de los humanos y llegó a un antiguo asentamiento celta. A su entrada ponía: "este castro estuvo habitado entre el cien antes de Cristo y el cien después de Cristo". Pero no fue eso lo que a Nelly le llamó la atención. Le llamó la atención que el baremo de años iba desde el 2.000 antes de Cristo hasta la actualidad. Y eso sí que fue un shock para ella puesto que ahora estaba en el 2.000 después de Cristo (justo el doble con el cero en medio). Lo que significaba que toda su evolucionada civilización llevaba tanto sobre la Tierra como lo había estado antes la civilización anterior. Dicho de otro modo, Nelly pensaba que la época del 2.000 después de Cristo era lo más. ¿Quién querría vivir en otra época? Si su presente era el más moderno y envidiable. Sin embargo al ver que había un 2.000 antes de que empezara la cuenta de su propia edad, sintió algo muy diferente.
Y se imaginó cómo sería la vida de entonces.
Descubrió que ya había casas, almacenes, pendientes, cerámica, clases y familias.
También monedas.
Se imaginó que vivía en esa época y se dio cuenta de que su -otrora- tan importante existencia no era más que una gota en un océano de vidas inmenso. Y de años. Se sintió pequeñita y abandonó el castro celta con una extraña sensación de humildad.

A la salida del mismo había otra tienda de "chipichangas". Allí Nelly adquirió un símbolo que siempre, siempre, siempre, le había llamado mucho la atención. Era una pulsera de color azul, brillante y refulgente, con un círculo en el medio. Dentro del círculo, tres líneas idénticas que se curvaban de una manera armoniosa, cada una en una dirección. A Nelly le fascinaba aquella figura. Y le sorprendió mucho saber que se llamaba "esvástica". Se dio cuenta entonces de que los símbolos por sí solos no son ni buenos, ni malos.

(foto de móvil)


- ¡Eso que tienes es una esvástica celta muy poderosa! -dijo la dueña de la tienda, una humana de gran sonrisa y cabello moreno-, ¿sabes lo que significa?

Nelly negó con la cabeza. Lo único que sabía es que le encantaba aquel símbolo desde edad temprana.

- Es el equilibrio de tres elementos: cuerpo, mente y espíritu.

- Ooh! vaya. 

Eso de equilibrio le sonó muy bien. Quizá era el remedio que andaba buscando contra el estrés.

Nelly abandonó la zona siguiendo el río. Tenía en su mochila un libro de Fucowski, y en su muñeca un talismán brillante y maravilloso. Pero seguía sin saber si con eso sería suficiente. De repente le pareció escuchar la voz del niño mensajero de su ciudad imaginada, cabalgando a lomos del viento que agitaba las ramas de los eucaliptos:

- ... prueba a meter todo esto en una caja, a lo mejor así no te estresas en la ciudad....

A Nelly le entró la risa. 

- ¡Shhh! ¡Calla! -se dijo a si misma-, tengo que encontrar un objeto mágico y maravilloso que cure el malestar al instante.

Continuó andando por el camino del bosque, sorteando ramas y zarzas, hasta alcanzar otra casada:

(f.15 velocidad 1/250)
(F9, atardecer, velocidad 1/120. Sorpresa por la belleza
de la luz de la foto. La magia del atardecer)

A su lado había un duende vendiendo piedras, con una sonrisa que parecía la primera fase de luna creciente apuntando hacia arriba.

- ¡Buenas tardes!

Nelly se acercó y sus ojos se abrieron como platos. Las pupilas se le dilataron a causa del deseo pues no sabía qué roca seleccionar de aquella gran caja reluciente. Recordando lo que le había dicho el elfo, agarró una amatista púrpura.

- Buena elección -señaló el duende-, pero, ¿es tuya de verdad?

Nelly soltó la piedra. 

- Tienes que elegir la que te llame -dijo una hada sentada sobre una rama de roble.

Eran palabras juiciosas, la alcaldesa ya las había escuchado antes así que optó por pasear la mirada por todas las rocas y gemas, a ver si alguna de ellas le hablaba. Y una lo hizo. Un cuarzo rosa. Como el que compró en un templo budista de la ciudad:

(f.5 vel. 1/180)


Era rugoso, irregular, y por algún motivo extraño, tremendamente alegre. Nelly lo levantó, manoseó, dejó en su sitio de nuevo y como creyó que no era lo bastante sofisticado, de nuevo agarró la amatista. Si bien a los dos minutos volvía a tener el cuarzo rosa en la mano. Quería aquel cuarzo rosa. Y hasta es posible que el cuarzo rosa la quisiera a ella también.

No satisfecha con aquella elección pues al parecer llevarse una piedra implicaba renunciar a todas las demás, Nelly volvió a mirar la caja. Eran todas tan bonitas que costaba decidir. Le llamó la atención una ágata azul y opaca, por el dibujo geométrico de su superficie. Sin saber muy bien el porqué, al verla, se acordó del Universo. Y pensó: "qué envidia me tendrá la gente si tengo esta piedra. Les llamará a todos la atención".

Casi se la lleva. Sin embargo... ¿era aquella una motivación adecuada para elegir una roca? ¿lo que fueran a pensar los demás al verla?

La dejó de nuevo en su sitio. Siendo sincera, había otra roca que le había llamado poderosamente la atención. Aunque se resistía a seleccionarla. Finalmente, después de mucho titubear, dijo ¡a la porra! y eligió la que en verdad le llamaba:

(f.5 vel. 1/180)


No era hermosa. No tenía colores. Sencillamente estaba ahí. Sólida y suave, y como si no se pudiera negar su existencia. "Ónice". 

- Aquí pone que es para la depresión -dijo Nelly leyendo un cartel bajo ella.

Sin embargo, pensó: "¿por qué eres tan oscura?" Una persona deprimida no necesitaba un piedra tenebrosa, necesitaba una piedra de colorines, ¿no?. Claro que, bien pensado, aquella piedra era de todos los colores, menos negra, pues vemos los objetos del único color que no son.

Nelly se la llevó a casa. Tomó un tren de alta velocidad y viajó miles de kilómetros.

(foto hecha con el movil desde el tren)


Al volver al Ayuntamiento de la Ciudad de los Cuentos le enseñó sus tesoros al niño mensajero.

- ¿Crees que esto de las piedras funcionará?

El niño le explicó que el elfo era un poco fauno y en verdad a los faunos no hay que tomarles las cosas literalmente. Pero Nelly seguía enfrascada mirando las piedras. Sentía que no iban a funcionar contra el estrés, porque en verdad lo que tenía que hacer era buscar cosas que le ayudaran a desestresarse en cada momento y lugar. Para lo que necesitaba estar presente en cada escenario y no pretender llevarse el pasado al futuro dentro de una caja. 

- ¿Por qué he elegido dos piedras tan diferentes? -se preguntó. Luego miró al niño, que no dijo nada.


La alcaldesa siguió mirándolas un buen rato. No tenía sentido, un cuarzo rosa y un ónice negro. Por más que lo estudiaba, no tenía sentido ninguno. A ella le pegaban más las piedras de colores. Sin embargo el ónice era auténtico e indescriptible.

- ¿No se supone que deberían gustarme un tipo de piedras determinado? ¿Colores o tenebrosas?

Probó a coger la piedra de color brillante y casi transparente. Notó su tacto rugoso y las aristas irregulares. Después probó a cerrar el puño en torno al ónice.

- ¡¡Ay va!! -exclamó.

- ¿Qué notas?

- ¡¡Noto el corazón!!

La piedra rosa era liviana, y divertida, pero con la piedra de color negro Nelly notaba el pulso de su corazón en la mano. Lo notaba en cada dedo. Notaba los músculos y era consciente de lo que fuera que hubiera bajo la piel: tendones, músculos, sangre, venas...

Decidió entonces que lo mejor era no clasificarse a sí misma como "de estos gustos" o "de aquellos" (sobre todo si eran excluyentes), y que si bien no había razones científicas para sostener que hubiera encontrado remedios contra el estrés, seguro que sus nuevos tesoros sin duda serían útiles... para algo.

FIN. 

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