El Misterio del Escritor Enamorado.

- ¡Vaya! ¡Por fin! -exclamó-. Llegas tarde...
- Al menos he venido.
Las ventanas estaban abiertas y se colaba por ellas el olor del aire tras la breve tormenta. Las nubes grises refrescaban el ambiente, hasta entonces de bochorno insoportable . 
El escritor tenía libros de grandes genios desordenados sobre su mesa. Las cortinas blancas se agitaban a merced del viento.
- Te quejarás... como siempre -le dijo ella-, me echarás la culpa a mí de todo.
- ¡Y con razón! ¡Mírame! -él se acercó a la ventana y la cerró de golpe-, aquí sólo. ¡Desesperado! ¡Incomprendido! Y tú por ahí acompañando a cualquier poeta. Siempre te gustaron más los poetas...
Ella dio media vuelta a la mesa y se quedó mirando lo que había escrito. Una hoja a medias, sin terminar.
- Es bueno. Es muy profundo.
- ¡Mientes! 
- ¿Por qué lo niegas?
- ¡Cállate ya! Tengo algo que decirte: he decidido dejarte. Es la última vez que te invito a casa. Devuélveme las llaves.
Se puso derecho y con gran esfuerzo le sostuvo la mirada, mientras ella se acercaba, con su presencia embriagadora y su atractivo innegable.
- Hay algo en lo que no dejas de pensar. Dime qué es -le susurró dulcemente-, igual puedo ayudarte...
- No quiero tu ayuda.
- ¿Por qué? ¿Acaso ya no merezco tu hospitalidad?
- Es más complicado que eso. ¡Lo nuestro no funciona!
- ¿Te importaría echarte a un lado? Quiero abrir la ventana -dijo ella- hace calor aquí.
En realidad solo era una excusa. Lo que quería era dejar que entrara aire fresco. La temperatura del cuarto era de lo más agradable tras la tormenta, pero el ambiente resultaba pesado.
- Te daré ideas nuevas -dijo-, tendrás una caja entera de ellas.
Él se dejó caer en la silla y se pasó la mano por el cabello. Ella se sentó sobre sus rodillas y le acarició la nuca. Su tacto resultaba reconfortante. Le producía un cosquilleo extraño.
- ¿Qué te pasa en realidad?
- Un tormento. Creo que me he enamorado.
La risa de ella sonó igual que una cascada de aguas cristalinas. Igual que un ave del paraíso cruzando el cielo de una ciudad en un día nublado.
- ¿Y eso es un problema? -le preguntó.
- Así no hay quien escriba.
- Es bueno que profundices en tus sentimientos.
- Es mejor no tenerlos.
Se levantó bruscamente y al hacerlo ella fue empujada a un lado. 
- ¡Márchate ya! -espetó.
Lo sintió dolido, celoso, perdido y asustado por igual. Sin duda, su trabajo más arduo en la Tierra. Ayudarle a conseguir su tan ansiado éxito.
- Me voy -dijo-, pero no te dejaré sólo.

En ese instante les interrumpió una llamada a la puerta. Tras los golpes esta se abrió y una señora de la limpieza entró en la habitación, con un uniforme azul y un moño despeinado. Haciendo gala de unos modales titubeantes, dijo:
- Señor, disculpe, ya he terminado aquí por hoy. Si no hay nada más, vendré mañana.
- Claro, Marta -contestó el escritor.
- ¿Está usted bien? Me pareció escucharle hablar con alguien...
Él miró alrededor y con una sonrisa burlona dijo:
- ¿Acaso ves a alguien?
- No, claro.
- Te engañan tus sentidos, Marta. Vete, anda, interrumpes mi trabajo...
- Claro, señor. Hasta mañana.

La mujer se fue, preocupada, como cada vez que escuchaba a aquel hombre hablar sólo. "¿De quién se supone que está enamorado?" se preguntó al bajar las escaleras de la casa. "¿Qué tipo de cosas raras suceden en ese estudio?"

No había ninguna mujer en la vida de aquel hombre... De eso la trabajadora del hogar estaba segura. Entonces, ¿con quién hablaba?

Nadie jamás vio a la joven que atormentaba su alma, pues esta en realidad no era un ser humano... y es que para desgracia del escritor se había enamorado de una musa. Una muy especial. Etérea, transparente, invisible para todos menos para él. Le susurraba historias e ideas, pero se marchaba cruelmente como la inspiración esquiva, cuando menos se lo esperaba. Y cuanto más voluble era, cuanto más impredecible, misteriosa e ilógica, más ansiaba él capturarla en un libro.

- Te digo que en esa casa pasan cosas raras -le dijo la señora de la limpieza a su hermana cuando entró en el coche-, y no pienso parar hasta descubrir lo qué está ocurriendo. Con lo buena persona que es ese escritor... y lo solo que está. Me da pena. No me gustaría que perdiera la cabeza.

- Buena suerte -le contestó su hermana arrancando el Ford Fiesta blanco.

La Musa, desde la otra acera, junto al río, las observó con una mirada penetrante y decidida. Allí de pie se confundía con cualquier otro transeúnte inocente. Alguien que pasaba por el barrio y se había detenido a contemplar sin más, durante unos instantes, lo que ocurría en la acera de enfrente.

Pensó que ellas ya sabían demasiado. Lo mejor sería librarse de aquella empleada del hogar entrometida. Por supuesto, no tenía intención de usar la violencia. Ella tenía algo mucho mejor: las ideas.

A la mañana siguiente, mientras la señora de la limpieza tomaba su desayuno, topó en el periódico con un anuncio que le llamó poderosamente la atención: "Clases de Acuarela para Empleadas del Hogar a Tiempo Parcial. ¡¡Precios irrisorios!!". Dejó caer algo de café sobre el mantel y sintió algo por dentro inexplicable. Se dijo a sí misma: "¡Ahora es el momento de hacerlo!". El irrefrenable deseo de convertirse en artista se adueñó de su mente. Y aquel mismo día se despidió de su trabajo de limpiadora en la casa del escritor. 

Por su parte, el dueño de la casa acogió su marcha con cierta resignación. Como si la vida sólo pudiera depararle abandonos y momentos insípidos, seguidos de decepciones constantes.

- Gracias, Marta. Que te vaya bien como artista -le dijo-,... es un camino difícil.

Horas después el escritor dormitaba con la cabeza recostada sobre un manuscrito que estaba a punto de abandonar, cuando sintió una mano femenina acariciándole la espalda.

- Por fin solos...-dijo la Musa.

Y aquel fue el año en que escribió su best-seller.

FIN.

fuente: Internet. (Facebook)



2 comentarios:

Juliana dijo...

Creativo y refrescante, buen relato.

Nelly dijo...

Muchas gracias! la intención es seguir mejorando día a día...
Gracias por leerlo y por comentar ^_^

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