Sueños que son historias -El Labertinto


Bueno, entramos en la categoría de "pesadilla" así que...
Todos las hemos tenido alguna vez, lo que yo me pregunto es, ¿a qué viene esto?



El sueño tiene un arranque sencillo: estoy en un lugar que mis vecinos de la ciudad (la ciudad real), llaman La Pradera. Hasta aquí, todo bien. Doy un paseo con amig@s, y cuando pasa un rato del anochecer, me despido para irme a casa. Este lugar es importante en estas fechas porque mi ciudad está en fiesta, y todos se juntan en ese sitio. De hecho, ayer estuve paseando con una amiga y otra amiga suya, que se compró un traje de chulapa. 

Cuando decido volver, tengo claro ir hacia el norte. Es fácil. La mal llamada Playa de Madrid conecta con La Puerta de Toledo, Puerta de Toledo conecta con la Cava Baja. Cava Baja conecta con la Plaza Mayor, que a su vez conecta con el centro histórico. Una vez allí sólo hay que alcanzar la Gran Vía y el resto del itinerario no os lo cuento. Porque de todos modos da igual.

Así que me despedí y comencé a subir la calle, pero misteriosamente llegué a un paisaje que no había visto nunca. Era como una ciudad, dentro de otra ciudad; los edificios eran de colores ocres y tierra, rojizos y dorado viejo. Bajos los edificios en su totalidad y además, sobre los pisos predominaban las casas un poco más antiguas, pero no puedo asegurarlo porque todos estaba delimitados por muros. Muros bajos, pero muros. De esos que te llegan a la altura de la cabeza y te impiden ver más allá. Eso hacía las calles encantadoras, pero angostas y estrechas. Y como además cada muro era de un color, el adoquinado era antiguo y agradable al pasear y  se respiraba algo así como un aire de pueblo encantador, pues al principio no me asusté. 

Era como una ciudad diseñada por Gaudí. Todo era bonito. Sólo había un problema: no tenía ni la menor idea de dónde estaba.

Esa ciudad dentro de la ciudad estaba un  poco más alta que la ciudad anterior. No me preguntéis por qué. Era un terreno más elevado. En un momento dado me paré y dejé una bolsa con pertenencias absurdas que había comprado en un portal, de uno de los muros, de una de las entradas de una casa (o lo que fuera que hubiera al otro lado).

Decidí preguntar.

No me gusta estar perdida. No me gusta nada. Un señor con un sombrero, gabardina de color desvaído y bigote pasó por mi lado. Era mayor.

- ¡Hola, sí, ¿para la Gran Vía?!

Dos o tres personas pasaron por la calle angosta a su vez pero no pude prestarles atención. En general, me parecía haber retrocedido cien años en el tiempo y estar en algún pueblo perdido de España.

- ¿Para la Gran Vía?, es por aquí... -dijo, y retrocedió hasta el inicio de la calle en la que estaba. 

Era un cruce de caminos. El hombre señaló el que yo no había tomado. Era perpendicular.

- La un, dos, tres, cuarta a la izquierda y subes.

- ¿Qué?

No entendía nada.

- ¡La cuarta y subes, pero del otro lado!

- ¿Lado? (¿¿qué lado??)

(Nota de la escritora: esto de be de ser una venganza por algo que le dije ayer al muso...)

Avancé un poco por la calle. Era como un laberinto. Muro, muro, muro... yo no veía boca-calles. De pronto me fijé. Claro, eran tan estrechas, que si ves la calle desde su inicio, no se ven los caminos que parten de ella. Es una ilusión óptica que vi en una película de laberintos, solo que esta era más realista. De vez en cuando topabas con que un muro se abría y en verdad era un callejón. De todos modos esto pasa, ¿habéis estado en Venecia?

Pasa en las ciudades pequeñas... y angostas.

Conté: uno... dos... y tres... ¿dónde está la cuarta calle que dice el hombre?

Me giré: "oiga, yo no encuentro la calle que dice"

El personaje del sueño pareció perder la paciencia:

- ¡¡Uno, dos, tres y cuatro... pero al otro lado!! -gritó un poco más molesto- ¡Sigue la brisa! ¡Sigue el aire!.

Jo, pues no estaba asustada ni nada. No os podéis ni imaginar. 
Volví a contar: "uno, dos, tres..."
Miré al otro lado de la calle.

El "cuatro" era un callejón... con techo. Jamás había visto una calle así. 

Me paré. El viandante se acercó:

- Ahí lo tienes, por ahí se va a Gran Vía.

"¿Estamos seguros de esto?" pensé para mis adentros.

El hombre desde luego, sí. Se marchó pues en el sueño ya había aparecido lo suficiente, no le vi más.

Avancé un paso pero algo en mi interior me detuvo. 

"Vamos... él dice que es por aquí" me dije a mi misma.

Avancé otro paso. Y una docena más. Algo en mi interior, sin palabras, me decía que aquel no era el camino. Para tranquilizarme me dije: "siempre puedo volver atrás". La calle era bonita, pero cada vez más estrecha. De pronto resbalé... porque la calle se inclinaba. Ya no era calle, era un corredor como los de las cuevas.

Me paré en seco, agarrada a la pared (más bien tocándola con ambos brazos). Y di la vuelta. Jo, pues no estaba frustrada ni nada. ¡¡¡Casi me quedo atrapada allí!!!

Cuando salí de nuevo a la calle estrecha de los caminos invisibles sentía ganas de llorar. "¡No sé qué hacer, estoy perdida!"

Le pedí ayuda a mi pensamiento. De esos momentos que te paras y piensas "por favor, sácame de aquí". Tenía que llegar a la Gran Vía.

Sigue tu instinto.

Fue la respuesta de mi mente. Vale, mi instinto. ¿¿Mi instinto?? 
Respiré hondo. Es curioso porque de algún modo a veces sabemos dónde están las cosas sin estar seguros de algo. Sentía que la Gran Vía estaba en el norte. Eso lo tenía seguro. En el norte y un poco a la derecha. Pues hala, vamos para allá.

Regresé a la calle por la que iba y me encontré con que un señor estaba curioseando la bolsa con escasas pertenencias que había dejado en un portal. Al principio me asusté pero luego pensé: "¿y qué llevo realmente de valor? es sólo algo de ropa de chica... si la quiere para él". Al señor le conocía de otros sueños. Parecía un mendigo. No digo que fuera pobre pero no se arreglaba demasiado. Cuando terminó de curiosear me devolvió la bolsa.

- Oiga, ¿para la Gran Vía?

Refunfuñando, se marchó. 

Caminé y llegué al fin de aquella ciudad diminuta dentro de una ciudad más grande. Alcancé un descampado con una gran Feria. Y muchas chabolas. Un feriante gritaba no se qué a una fila de niños. Me acerqué y pregunté: ¿para la Gran Vía?

Señaló el norte. Y dijo algo más. Apreté el paso y continué subiendo unas escaleras. Y esto no lo entiendo. En aquella parte de la ciudad había mucha pobreza. Muchísima. Todo eran chabolas. No sé cómo, de repente, acabé en una calle muy muy estrecha, donde había un bar, donde vi a cuatro o cinco tipos poco recomendables, fuera de pie, en torno a un chaval de unos veintitres o veinticinco años que llevaba una metralleta de esas que se ven en las noticias de los países en guerra. No daba crédito. Os puedo detallar hasta la silla blanca de jardín sobre la que estaba sentado. En mi opinión este sueño es demasiado realista.

"No puedo pasar por ahí" me dije. Es una locura.

Mi pensamiento contestó sin palabras pero lo voy a traducir: "pasa con naturalidad y te dejarán pasar".

Era de locos. Pasé como pude por delante pero topé con una muralla de sillas del bar. Genial. Más obstáculos. No era un sueño, era una pesadilla. Trepé por la montaña de sillas y llegué al otro lado de la calle, donde para poner la cosa más divertida, había un enjambre de avispas. Casi me rompo la crisma al bajar de la montaña de sillas. Por suerte, los insectos se fueron a molestar a otro lado.

Más chabolas. Al otro lado de la calle solo había más pobreza y más chabolas. No podía más.

- ¿Oiga, el metro?

jajajajaja! 
¡No te fastidia! ¡a la porra volver andando! ¡¿Estamos locos o qué???!!!! me gusta dar paseos. Aquello era un infierno. 

El dueño del bar señaló terraplen abajo.

- La Plaza de las tres espigas -me dijo.

- ¿¿¿Qué??? 

Hizo un gesto con la mano. 

- Tres dientes -me dijo-, ¡así!

¿Tres espigas, tres dientes? ¿¿Pero de qué me habla?? ¿¿Dónde está la Cava Baja?? ¡¡¡¿¿¿¿Dónde está mi ciudad?????!!!!!!!

Bajé por el terraplén. Como pude. Y cuando digo como pude, me refiero a me rebocé entera en el barro (bueno, vale, era arena seca, pero da igual), es para darle dramatismo... Bajé como pude y de nuevo, ¡más pobreza!. Tres señoras, una muy gorda vestida de negro completamente, y dos más flacas, gritando y trapicheando en medio de un descampado, junto a una piscina, de esas de niños. Y de pronto un personaje nuevo pasó por detrás y se escondió en una tubería.

Me giré para mirarle.

- ¡Soy policía! -me dijo-, ¡de incógnito!

Llevaba unas pintas... madre mía, qué pintas llevaba. Barba de tres días, un pañuelo o algo mojado sobre la cabeza. Parecía el doctor House pero tras una noche de borrachera.

Una de las chicas que estaba junto a la piscina se volvió para increparle.

- ¡¡Es que te estamos volviendo loco!! -dijo- ¡déjanos en paz! -o algo así.

Madre mía. Qué escenario. Detrás vi un lugar en el que me pareció que podía estar el metro. También corría el riesgo de perderme en el metro. Pero al menos, habría indicaciones. 

Decidida a salir de allí cuanto antes, avancé hacia ese lugar y entonces la mujer vestida de negro, se volvió para reírse de mí. No sabéis cuánto se reía. Y con qué desprecio.

Claro, el resto de personajes me habían ignorado cuando pasaba a su lado, así que aquello me sorprendió un poco. 

- ¿Qué pasa? -le dije.

La mujer seguía riéndose y señalándome. Y entonces dijo:

- ¡Eres el ser humano que más kilómetros ha hecho para ir a la Gran Vía!

Y me desperté.
Me desperté con angustia. 
Pero bueno, una vez escrito no parece tan terrible. 

De verdad, no entiendo a qué viene esto ahora. ¿Mi cerebro quiere que haga una labor humanitaria o algo así?




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