La Alcaldesa enamorada -Cuentos del niño mensajero.


A pesar de que se construyó una alta muralla y se prohibió la entrada a todo tipo de seres místicos- especialmente los místicos- en la urbe, no fueron pocos los habitantes de la Ciudad de los Cuentos que dijeron a su alcaldesa haber visto al viajero a los pocos días de proclamarse el decreto municipal que lo expulsaba. 
Intrigada por aquellos rumores, Nelly creó un nuevo ministerio municipal: el de Justicia Inmediata. Levantó un edificio gris de muros contundentes y mandó llamar a su recién inaugurada Guardia de la Calma Urbanística para dar instrucciones:
- Si es cierto que ese viajero errante con su trucos anda campando a sus anchas por la ciudad, ¡me lo traéis de inmediato! Y lo juzgaremos como se merece...
Ni cortos, ni perezosos, el regimiento armado se puso en camino. A las pocas horas el viajero errante con su casaca azul de puños ribeteados de color rojo, fue arrojado -literalmente-, a los pies de la alcaldesa.
- ¡Le encontramos en el bosque de la lógica, señoría! -dijo un guardia-, intentando ocultarse entre los matorrales...
Nelly se enfadó muchísimo. Ni que decir tiene que ordenó a los guardias llevarlo al nuevo juzgado y ella misma se erigió en magistrada para la ocasión, poniéndose una bonita túnica de color gris y una de esas pelucas de grotescos rizos blancos que había visto en algún museo de pintores aclamados por la Historia.

***

- Se os acusa de intrusión, falsedad, intentar engañar a una alcaldesa con nocturnidad, premeditación, alevosía... de hechizar con ensañamiento, de malas artes...de brujería -este era el punto que más repelía al viajero. Pues no soportaba que le acusaran de emplear artes tenebrosas-, y...
Nelly levantó un dedo con aire acusador, desde su estrado en el nuevo edificio.
- ... por todo ello se te condena a...
Interrumpiendo su discurso, el viajero hincó la rodilla en el frío suelo de piedra oscura, sorprendiendo a juez y testigos por igual.
- Os amo -dijo.
Así, sin más.
Huelga decir que aquello fue altamente inesperado. Nelly levantó una ceja, pero tras carraspear continuó con su dedo acusador, ahora trémulo, señalando al viajero.
- Y por todo ello como decía os condeno a...
- Tus deseos para mí son órdenes -dijo el viajero con la cabeza gacha.
A Nelly le entró la risa. No sólo por la estampa del viajero sino porque todo el cabreo que sentía se disolvió de inmediato como una nube de bruma que se disipa cuando los primeros rayos de sol la calientan.
Y semejante cambio de humor en tan pocos segundos provocó que buscara con la mirada al niño mensajero, cartero enigmático de la ciudad, que también estaba entre la audiencia del juicio. Sentado justamente al lado de Memphis, destacada científica empeñada en descifrar los misterios del mundo a través de la lógica.
Nelly bajó del estrado, interrumpió el juicio (pidió lo que se llama un "receso"), y se acercó al niño de ojos castaños y mirada franca.
- ¿Has visto lo que ha hecho?
- Ya te dije que era listo -contestó el pequeño cartero.
- Ya pero... -Nelly se echó a reír- , ¡esto es una locura!
- No tiene lógica -añadió Memphis.
El cartero no contestó. Estaba sorprendido pues normalmente, Nelly no habría acudido a su lado a contarle lo que pasaba. De hecho, ni tan siquiera se habría dado cuenta.
- ¿Y ahora qué hago? -preguntó la alcaldesa al niño.
- Lo que quieras, es tu ciudad... 

La alcaldesa retornó a su estrado. Carraspeó, golpeó con el mazó sobre la mesa, llamó la atención de los presentes y continuó.
- Bien, como decía, se te condena a....
El viajero seguía arrodillado, humildemente.
- A.... -dijo Nelly mientras los presentes estiraban el cuello, intrigados- a... bueno, a no engañar más. Puedes quedarte por aquí, tampoco molestas demasiado. ¡Pero te prohíbo usar la magia en la ciudad!
Y así terminó el juicio.
Durante los días siguientes, Nelly fue vista en compañía del viajero errante en no pocas ocasiones. Se les podía encontrar al atardecer, contando nubes doradas, sentados en un banco. O tomando un café mientras hablaban de muchas anécdotas. Incluso se les vio paseando en bicicleta por las inmediaciones de la casa consistorial. Siempre riendo, siempre con cosas que contarse.

Sin embargo, llegó el día en que Nelly fue vista también en una terraza, sola, cabizbaja y deprimida, justamente cuando pasaba el niño mensajero. Como diría ella: por casualidad.

- ¡Buenas tardes! -dijo Nelly.

- ¿Lo son? -preguntó el mensajero deteniéndose.

Nelly se sonrojó.

- Sí, que lo son, mira qué sol tan bonito... -señaló encuadrándolo con sus manos levantadas.

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- Ya que lo son, ¿qué haces ahí sentada tan triste?

- Mmmh, no lo sé -respondió Nelly-, me siento como un poco baja de energía

En ese instante el viajero llegó a la pequeña terraza y el semblante de Nelly se iluminó con una sonrisa. Al ver al cartero, inclinó la cabeza a modo de saludo y este no se movió ni un ápice como respuesta, ni varió lo más mínimo su expresión. El niño, simplemente, lo observaba.

No hacía falta observarlo mucho para darse cuenta de la seguridad con la que se movía por la Ciudad de los Cuentos y de su certeza de tenerlo todo bajo control. Así que el cartero pensó que había que darle una pequeña lección a aquel intruso. 

- Siento haberte hecho esperar -dijo el viajero a la alcaldesa.

El niño sonrió. Nelly se percató de repente de un extraño ser etereo que flotaba a unos pasos de donde estaban, por encima de la calle de adoquines.

- ¡¡El Muso!! -gritó Nelly entusiasmada.

El Muso era el nombre con el que Nelly designaba un ser invisible, pizpireto, sabio como ningún otro e increíblemente encantador, que le ayudaba y le enseñaba cosas. Además, su presencia era absolutamente indetectable para Nelly. Motivo por el cuál se sorprendió tanto al ver aquel brillo milagroso a escasos metros de ella.

- ¡¡¡Mira, es maravilloso!!!

Oh, sí, el Muso lo era.

Se levantó para intentar acercarse pero el viajero la retuvo cogiéndola suavemente de la mano.

- El "muso", el "muso" ... -dijo, con un mohín de desagrado en el rostro-, ¿sabes por qué brilla? ¡Porque no es más que una luciérnaga! ¡Un insecto repelente!

Los puños de Nelly se crisparon.
Aquel día el viajero durmió a la intemperie.

Entrada la madrugada el niño mensajero se lo encontró al otro lado del alto muro que prohibía su entrada a la ciudad. Las puertas estaban cerradas. Él, seguramente, desconcertado.

- Eres listo, pero no tanto. 

El viajero se cruzó de brazos y alzó el mentón con orgullo. Miraba hacia la frontera de piedra que delimitaba la urbe.

- Puedo entrar cuando quiera -afirmó.

Aquella muralla le atraía como el hierro a un imán. Porque no entendía a la Alcaldesa y sin embargo, era capaz de tranquilizarla. Por otro lado, desconocía quién era el niño mensajero, así como el alcance de sus poderes. 

- Un día te olvidará.

- Estaremos juntos -dijo el viajero.

- No en esta vida, a no ser que cambies. Vas y vienes a tu antojo y te escudas en que nada es permanente, pero por encima de todo deberías preocuparte de la felicidad de los seres que te rodean. Si vas y vienes, dime, viajero, ¿cómo la vas a cuidar?

Aquella pregunta quedó flotando en el aire mientras Nelly, al otro lado del muro, dormía plácidamente en su cama, soñando con qué grandes aventuras traería el nuevo amanecer. Qué personas maravillosas conocería. A qué nuevos retos tendría que enfrentarse y cómo -gracias a su ingenio e imaginación-, saldría airosa de todos ellos.

FIN.

2 comentarios:

Ángel Carrasco dijo...

Por el poder de la Verdad.. Las siete ramas vencerán, la magia inundura, todas las mentes en soledad..

Nelly dijo...

¿¿¿Pero me lees????

Ángel!! no puedes leerme! Es más: no me leas!

¿Quién es la Alcaldesa aquí?

¿Y qué es eso de las 7 ramas?

¡Ya estamos hablando raro!!!!

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