Cuentos del niño mensajero : "En lugar de la televisiòn"

-Este dichoso horario de invierno... ¡se hace de noche muy temprano!
El niño mensajero escuchò quejarse a la Alcaldesa sin decir palabra. El despacho estaba oscuro salvo por la luz de una lámpara de cristal emplomado que habìa sobre una mesa. Nell hablaba para ella sola y no fue sino el ronroneo de Traspiés, un gato amarillo con rayas naranjas que se frotò contra las piernas del niño, lo que delatò que allì habìa alguien más.
-¡Hola! No sabìa que me escuchabas...
- Lo hago siempre.
El cartero acariciò la cabeza del animal con expresiòn afable.
- Uffff, menudo rollo este horario de invierno. ¡Mira, ya es de noche! ¡Que aburrimiento!
El niño no dijo nada.
- Esta oscuro, todos se van a casa, ...-siguiò Nell-, el dìa se acaba.... Todos encienden el televisor y buscan algo en que entretenerse mientras se muere el dìa.
Los ojos marrones del muchacho buscaron los azules de la Alcaldesa. Pero no hubo encuentro, ella estaba inclinada sobre unos papeles, refunfuñando. Eran facturas del alumbrado pùblico y otros gastos de la ciudad.
- Te propongo un juego.
- ¿Cuál? ¿En qué consiste?
- En no encender el televisor.
La Alcaldesa se quedò pensando.
- ¿ Y qué hago entonces este rato?
- Ùsalo para conversar.
- ¿Y si el interlocutor se aburre?
- Contigo, lo dudo...
- ¿Y si esta cansado?
- Entonces, lee...
- ¿Y si me canso yo?
- Medita.
- ¿Y si no me concentro?
- Entonces busca al fantasma...
Los ojos de la Alcaldesa se abrieron de par en par.
-¿¿Fantasma??
Un viento helado atravesò la habitaciòn. Nelly mirò a un lado y a otro, asustada.
-¿Qué fantasma?
-Tenemos uno, ¿no te habìas fijado?
- Pues no...
- Por Halloween esta más comunicativo. Prueba a buscarlo a ver qué te dice, en vez de encender el televisor.
Y asì fue como Nell, en lugar de ver la tele, comenzò su bùsqueda del fantasma del que habìa hablado el niño mensajero...
Continuara...


Tras decirle aquellas misteriosas palabras, la Alcaldesa estaba intrigada. ¡Un fantasma, nada menos! Eso no se veía todos los días.
- Creo que deberíamos llamar a Memphis.
Memphis era la científica de la Ciudad de los Cuentos. Una jovencita algo mayor que el niño mensajero, con dos coletas, morena, cuyas gafas de pasta siempre se resbalaban sobre el puente de su nariz. Si alguien necesitaba una explicación lógica para algo, allí estaba Memphis para buscar el sentido científico de la vida. Resolvía ecuaciones, establecía hipótesis y comprobaba los datos de todo cuanto le rodeaba. Solía vestir una bata blanca sobre diferentes atuendos, y de su bolsillo asomaban siempre un montón de bolígrafos y hojas de papel.
La Alcaldesa levantó el auricular del teléfono y en un abrir y cerrar de ojos tenían a Memphis en el despacho de la casa consistorial. Solo que al oír lo que le dijo la Alcaldesa, su ceja derecha se alzó mientras la izquierda se mantenía plana. 
- Los fantasmas no existen -dijo-. Son solo una expresión de la esperanza de todo ser humano de que haya algo más después de la muerte... En verdad asustan, pero si existieran, ¡todos se llevarían una gran alegría!
Nelly se frotó la barbilla mientras pensaba.
- Hum... No lo sé, todas las historias concuerdan en gente que viaja hacia un más allá sin recuerdos y se queda en un más acá, atrapada por algo....
Al niño mensajero le entró la risa pero en cuanto ambas le miraron, enmudeció. Tampoco fue una carcajada, solo duró unos instantes. Se dio la vuelta mientras las chicas hablaban, y se entretuvo en ojear una colección de libros que Nelly atesoraba en un armario.
- ¿Y bien, me ayudas a buscar al fantasma?
- ¡Pero Nelly, yo soy científica! ¡Lo único que puedo hacer aquí es comprobar que un método tuyo de buscar fantasmas funciona... no diseñar un método para hallarlos!
- Bueno, eres científica, puedes diseñar un método científico que funcione.
- Eso no funcionaría -dijo el niño mensajero-, la ciencia no puede explicar lo que estas buscando.  Memphis solo puede medirlo.
Nell se rascó la frente. Empezaba a estar agobiada.
- ¡Ah, ya sé! Mira esto -sacó del cajón del escritorio una vieja revista y señaló un anuncio con el dedo-, ¡el Profesor Pierre Lenland! Es un gran.. medium. Eso pone aquí. Le llamamos, ¡y encontramos al fantasma! Los mediums hacen esas cosas.
Cuarenta minutos después Nelly, el niño mensajero, Memphis y el gato Traspiés recibían al profesor Pierre. Un hombre bajito, canoso, con bigote y cejas espesas, ojos grises y un gran maletín de cuero marrón.
- Necesito que todos guarden silencio... -dijo el profesor.
No se oía ni a los grillos.
Sacó de su maletín un objeto extraño con forma de horquilla. Lo movió por toda la estancia mirando al techo y diciendo "ajá", "ajá", cada pocos pasos. Luego removió los libros de las estanterías de Nelly y, por último, se giró hacia su audiencia. 
- Noto una presencia en este lugar.
- De hecho, hay cuatro -apuntó Memphis-, sin contarlo a usted, doctor.
- Profesor.
- ¿Qué?
- Que soy profesor, no doctor.
- Lo que usted diga.
El profesor le lanzó una mirada fulminante pero continuó:
- Es una presencia del más allá. Una presencia que nosotros no podemos entender del todo. Es como si cientos de ojos nos contemplaran...
- ¿Con o sin pestañas? -preguntó Memphis.
- ¡Silencio! -exclamó el profesor-, necesito que estéis callados para llamar a este espíritu.
Entonces apuntó con su extraña horquilla gigante hacia la lámpara del techo, que seguía apagada si recordáis el comienzo de esta historia, y gritó:
- ¡Oh, fantasma que estás oculto entre las sombras, no tengas miedo y acércate a nosotros....!
No ocurrió nada.
El profesor Pierre bajó entonces la voz. La bajó tanto que parecía que iba a desfallecer de un momento a otro: 
- Acércate máaaaassssss, fantasma...... -susurró- máaaaassssss....
Nelly y Memphis se miraron y estallaron en carcajadas.
Era absolutamente ridículo. Un hombre tan serio como él haciendo que hablaba con las paredes.
- ¡Muy bien, se acabó! no pienso trabajar en este ambiente...

Continuara...

Horas después la Alcaldesa, el cartero, la científica y Traspiés seguían sin averiguar un método fiable para localizar y capturar al fantasma. Y salvo quizá por el niño que parecía ser capaz de ver más allá de lo humanamente posible, el resto se sentían confusos y cansados. Incluso el felino bostezó repetidamente, tumbado sobre unos tomos de libros contables.
El reloj dio las doce.
- ¡Lo tengo! -exclamó Nelly. Se levantó tan deprisa que el gato saltó alarmado-. Ya sé qué hacer para encontrar al fantasma: ¡vamos a llamarlo!
- ¿Crees que es buena idea? 
- ¡Pues claro!
Reconoció para sus adentros que tras darle tantas vueltas la conclusión alcanzada resultaba de lo más básica. Intentar una conversación.
- Pero no sabemos su nombre -apuntó Memphis.
Ni siquiera el idioma que utilizaba. Fue en este momento en el que Nelly buscó instintivamente la mirada del niño, quién le advirtió sin usar palabras: "Cuidado". 
Si Nell llamaba al fantasma, puede que sólo los presentes alcanzaran a escucharla, pero si le pedía al cartero que lo hiciera... entonces a saber quién atraía a la Ciudad.
- Por intentarlo, no perdemos nada.
En lugar de usar una herramienta como la del profesor Lenland, la Alcaldesa se puso en pie, miró hacia el techo y dijo:
- ¡Hola, fantasma, ¿estás por aquí?!
Silencio.
- ¡Hooooolaaaaa! -repitió Nelly.
Nada.
- ¿Konichi wa? ¿Koban wa? ¿Hello?
Ni caso.
- ¡Es inútil, aquí no ha fantasma!
Probaron todo tipo de nombres, desde los más comunes (Memphis instruyó a Nelly sobre los nombres más repetidos del mundo. Andrea era de lo más habitual, dado que resultaba ser nombre de chico y de chica según el país) hasta los más extraños.
Cerca de las dos de la madrugada y tras intentar hablar con el ser de otro mundo en cinco idiomas, fabricar un sensor sensible a los espectros a base de un bolígrafo, un imán y tres clips de colores, y preparar un té acompañado de dulces, Nell se dejó caer en su sillón de lectura, agotada.
- ¿Estás seguro de que hay fantasma?
- Seguro. De hecho han venido varios a ver cómo intentas hablar con el que vive entre estas paredes.
- ¡Pues resulta agotador buscarlo!
- Igual no estamos enfocando bien el problema.
Memphis borró su pizarra blanca y de nuevo comenzó a escribir mientras hablaba:
- Tenemos un fantasma que vive en el despacho del ayuntamiento. No responde a ningún idioma, pero tiene toda una ciudad para perderse y sin embargo, supuestamente se queda aquí. ¿Por qué?
- Igual le gustan los libros -apuntó Nelly.
Memphis lo escribió en la pizarra y acto seguido lo tachó:
- No es probable, dado que nunca lees en voz alta.. no se enteraría de las historias.
- Entonces le gustará el lugar. A lo mejor vivía aquí antes.
- ¿Antes? ¿Antes de qué?
- Antes de que llegara yo.
- ¿Antes de que tú llegaras? Sería interesante analizar ese concepto...
Nell no entendió al cartero. Claro que tampoco tenía ni idea de lo que había en la Ciudad, antes de ser la Ciudad, así que... igual era absurdo preguntarse por el pasado de aquel Ayuntamiento.
- Bien, si no es por el lugar, y no es por mí, ni por los libros, entonces...
Traspiés maulló pidiendo comida y atención. En ese instante los tres se volvieron a mirarlo y un silencio pesado se adueñó de la estancia.
- ¿¿El gato?? -preguntó Nelly a Memphis.
La científica lo tomó en brazos y lo posó junto a la lámpara de cristal emplomado.
- A ver, prueba tú a llamar al fantasma -pidió Memphis.
- Si es un gato, ¿cómo va a entenderte? Y mucho menos hacer lo que le pides.
El niño mensajero se adelantó un paso.
- Pídemelo y se lo traduciré...
- Muy bien.
Nelly lo pidió con el corazón y el gato lanzó un apesadumbrado y prolongado maullido, tras percibir lo que el niño mensajero le tradujo sin palabras.
Entonces las bisagras de una de las ventanas chirriaron mientras ésta se abría lentamente. Un viento frío acarició las piernas de Nelly, y también de la científica, que notó como el pelo de los brazos se le erizaba.
- ¡Diantres, el fantasma es un gato!
Por eso jamás hacía ruido.
Nell miró al niño mensajero:
- ¿En serio? ¡Un gato! ¡¿Tengo un gato fantasma en casa?!
Por toda respuesta Traspiés maulló de nuevo y unos objetos de la librería se volcaron misteriosamente.
- Su nombre es Lince. Creo que es la novia o el novio de Traspiés. 
El niño mensajero acarició una cabeza de felino inexistente para Nelly, o invisible, que venía a ser lo mismo para ella.
- Un gato fantasma... qué idea tan interesante.
- Lleva años contigo, viene y va, según le apetece. Es muy manso.
- ¿Puedes verlo?
- Puedo sentirlo.
La Alcaldesa le miró escéptica pero al rato una sonrisa iluminó su rostro. Memphis, sin embargo, seguía sin acostumbrarse a la idea. Un gato fantasma era algo descabellado.
- ¿Y qué come? ¿Whiskas invisibles? ¿ratones zombies? -preguntó.
- A lo mejor caza malos augurios -respondió el niño mirándola severamente.
- De todos modos, sólo pretendía hacer algo más interesante y divertido que ver la televisión-les recordó Nelly.
Entre unas cosas y otras, se acercaba ya el alba.
Una noche en blanco, pensó la Alcaldesa, acariciando el aire alrededor de sus piernas, en busca del gato fantasma.
- ¿Estoy cerca de él?
- Tendrás que concentrarte para aprender a buscarlo...
Memphis borró su pizarra y guardó sus hojas llenas de tablas, gráficas e informes inconclusos sobre fenómenos paranormales. Mientras, el profesor Pierre se dirigía a la Oficina del Profesional Incomprendido para poner una queja sobre el trato recibido en la alcaldía. Lamentablemente estaba aún cerrada.
Y así pasó la noche de Halloween, del 31 de octubre al 1 de noviembre, en la Ciudad de los Cuentos.


FIN. 

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