Los cuentos de niño mensajero... "La cara oculta de la Luna"


En medio de la plaza octogonal, la Alcaldesa de la Ciudad de los Cuentos miraba el cielo con intensidad. Las nubes se sucedían tan veloces como blancas, a lomos del viento que empujaba la primavera hacia la urbe y se llevaba el invierno a los confines del mundo. Sobre el telón de fondo de un cielo azul claro y brillante, observaba una  luna que recordaba a la sonrisa del gato de Cheshire. Era gris y plateada, azul en sus contornos, y se distinguían claramente las huellas que los siglos de lluvia de meteoritos habían dejado en su superficie.

- ¡Hola, Nell! -saludó el niño mensajero.

- ¡¡¡Ssssshhhhh!!!

- ¿Qué te pasa?

- Me estaba preguntado -contestó la alcaldesa-, si la Luna y la Tierra giran juntas y a la par, ¡¡a lo mejor estamos viendo la cara oculta en este instante!!

El niño mensajero frunció los labios y volvió a mirar la Luna.

- ¿Por qué crees eso?

- Pues si de noche vemos una cara, de día vemos otra, pero como hay luz... entonces no la vemos -razonó Nelly-, y si ahora la vemos, pues entonces tiene que ser la cara contraria a la que se ve de noche, por tanto, ¡cuando hay Luna de día vemos la cara que no es!

El niño mensajero se echó a reír y luego se sentó en el suelo junto a ella.

- ¿La cara que no es? 

- Me refiero a la que "no es" habitual ver.

- Lo has dicho como si fuera la cara errónea.

La alcaldesa se encogió de hombros.

- Me refería a la cara oculta. 

- ¿Y por qué quieres verla, exactamente?

- ¡Hombre! Si está ahí... da un poco de pena no verla, ¿no crees? Ya que está...

- Podía dejarse ver... ¿es eso?

- ¡Tú no lo entiendes! -repuso Nelly.

- ¿Sabes que si la Luna mostrara su cara oculta todo el Universo sería diferente?

En eso la alcaldesa no había pensado. En verdad estaba demasiado confundida con el hecho de que la Tierra giraba, la Luna giraba, y por algún motivo extraño las dos giraban pero una de ellas no mostraba toda su superficie a la otra. Viendo el niño mensajero que cada vez se perdía más y más en sus deliberaciones y que sería en vano explicarle los entresijos de la vida en la Tierra gracias a su relación con la Luna, decidió contarle una historia.

- Hace muchos años visité la Luna -le dijo-, porque de vez en cuando allí también llevo cosas. Y había una selenita muy disgustada porque no podía ver la Tierra.

- ¡Eso no es verdad! -respondió Nelly-, ¡seguro que ellos lo ven todo! Total, también dan vueltas.

- Nelly... si tú no ves la cara oculta de la Luna, esa cara oculta tampoco ve nunca la Tierra...

- ¡Ah! -exclamó Nelly.

- Como decía esta selenita estaba muy disgustada porque vivía a unos pocos miles de kilómetros de un planeta azul con mares, con selvas, con aire, con pájaros, con ríos, con volcanes, con gaviotas, con zapatillas de colores y con gente y nunca lo podía observar.

- ¡Qué pena! ¡Seguro que a cambio veía el Universo entero!

El niño mensajero sonrió. Nelly desvió los ojos y frunció los labios, también el ceño, y cruzo los brazos en señal de "no estoy conforme contigo" pero te escucho.

- Una jornada oscura, como tantas otras, la encontré sentada al borde de un cráter, muy triste. Tan triste estaba que le pregunté lo que le ocurría y me contó que deseaba intensamente ver la Tierra y vivir en un lugar tan lleno de colores en vez de tener vistas al espacio vacío y sideral, que por añadidura consideraba monótono.

- Bueno, ¿y qué me dices de Júpiter? Vamos a hablar de Júpiter que también es muy bonito....

- Así que le di a esa Selenita un pasaporte especial para que en su siguiente vida renaciera en la Tierra. ¿Y a qué no sabes lo que ocurrió cientos de años después...?

- ¡No quiero saberlo! -repuso Nell tapándose los oídos.

El niño mensajero buscó en su bolsa de cartas, una bandolera pesada que apoyó en el suelo adoquinado de la plaza.

- Pero ya que tienes tanto interés... y que creo que has entendido el mensaje, voy a regalarte algo.

Sacó de su bolsa un ejemplar antiguo de un periódico. 


- Aquí tienes la cara oculta.

- ¡Sigo diciendo que no es justo! -Nelly abrió el periódico obstinada como siempre- Ya que está ahí, podía dar vueltas...

- Piensa en el equilibrio...

- ¡Pienso en mejorar las cosas!

- Que estén a tu antojo no significa que sean mejores.

A Nelly se le ocurrió entonces otro deseo.

- ¡Jaajaj! ¡Eso ya te lo he traído! -dijo el niño mensajero - alguien de quien aprender. Y además lo pediste con características muy especiales... ¡No te quejarás!

- ¡Bah! ¡casualidad! -dijo Nelly-, tú no lo sabías.

Dudó entonces el muchacho en corregir aquella frase.  

- Os queda tanto por aprender a los Humanos... -dijo al fin y, sin más, se alejó tras acomodar su bolsa al hombro, para seguir llevando mensajes y encargos por todo el Universo. Incluyendo en su itinerario lugares tan remotos como la cara oculta de la Luna.

FIN.

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