La pluma mágica

Érase una vez la alcaldesa de Cuentos de Nelly, que terminaba unas tareas en el despacho de la casa consistorial mientras afuera, el sol teñía de rojo las calles ya que se hundía como un pomelo maduro tras la torre de la Arpía Aelo.
Asomaron las primeras estrellas por el oeste a la par que las farolas de la ciudad se iban encendiendo y Nelly seguía trabajando en su despacho, cuando de pronto, se produjo un apagón.
- ¿Qué ocurre? -se preguntó levantándose de la silla.
Se acercó a la ventana, la oscuridad más absoluta se había adueñado del paisaje. No una oscuridad cualquiera, no, ni siquiera una penumbra más o menos inquietante. Era la negrura más absoluta, la que nos invade antes de empezar a soñar, cuando tenemos los ojos cerrados y es imposible ver nada.
Un escalofrío recorrió la espalda de la alcaldesa.
De pronto, un ruido tras de sí puso alerta todos sus sentidos. Se giró como un rayo, muy atenta a cualquier sonido, y buscó en el cajón de su mesa de la alcaldía unas velas y una caja de cerillas. Quedo así el interior cálidamente iluminado, mientras fuera ni una sola gota de color se veía.
Las manos le temblaban pero aquella luz anaranjada le tranquilizó un poco. Respiró profundamente, satisfecha de lo acogedor del interior.
- Aloha -dijo una voz. 
- ¡Muso!
Como siempre aparecía de improviso: sin más, allí estaba. Nadie sabía por dónde había venido, ni qué camino elegiría cuando se marchara. Era, como bien había dicho el mensajero de la ciudad, un "muso", y como tal hacía lo que le venía en gana sin que nadie pudiera nunca predecirlo.
- ¡Muso, hay un apagón terrible! -le informó la alcaldesa, señalando su rostro reflejado en la ventana.
El Muso asintió. Saltó de la repisa y se situó junto a ella. Era una nube de luz translucida y algo brillante, que adoptaba a veces forma de animal y otras de silueta humana. 
- ¿Qué podemos hacer? -prosiguió Nelly-, las noches no son nunca tan oscuras.
El Muso se acercó al escritorio, ojeó los papeles, miró de soslayo las estanterías repletas de libros, luego se detuvo en las flores y en un par de cuadros, hasta posar de nuevo su mirada en la alcaldesa.
- Te he traído un regalo -le dijo.
- ¿¿Un regalo?? ¿Para mí?
- Eso es.
El Muso se acercó a la ventana, junto a la que estaba Nelly, y señaló el exterior. Ella al principio no vio nada, pero pronto descubrió en un banco, al otro lado de la plaza, un objeto que la luna, llena y plateada, iluminaba en ese instante. Todo a su alrededor era oscuridad impenetrable, exceptuando aquel banco de madera y el objeto que sobre él reposaba. 
- ¿Qué es eso? Parece.... parece....
- Es una pluma.
- ¿Una pluma? -preguntó Nelly-, ¿me has traído una pluma?
- No una cualquiera -respondió el Muso-, es una pluma mágica. Con ella alcanzarás grandes éxitos y siempre tendrás historias que contar al mundo.
Nelly miró la pluma con ojos golosos.
- Bueno, ¿y por qué no me la das?
- Porque.... se me cayó mientras venía hacia aquí -repuso el Muso.
- Pues ve a buscarla.
- No, ¡qué miedo! esta muy oscuro.
Nelly se quedó callada unos instantes. Cierto que afuera estaba oscuro. Y se escuchaban extraños ruidos, como quejidos y alaridos, escalofriantes gemidos y un viento que al ulular paralizaba la sangre en las venas.
- Ve a por ella -insistió Nelly.
- No, no -contestó el Muso-, tienes que ir tú porque la pluma es mágica, si la cojo yo, posiblemente me traiga a mí toda esa suerte de buena fortuna. El éxito debe ser tuyo.
Nelly estaba cada vez más impaciente.
- Tendrás que darte prisa -le apremió el Muso-, pues si la luna se marcha, entonces te quedarás sin ella. La pluma sólo aparece con la luna llena.
Armándose de valor y tras media hora de dar vueltas arriba abajo por el despacho de la casa consistorial, la alcaldesa abrió la puerta. Se detuvo en el umbral, frente a las escaleras, que sabía que estaban ahí pero no podía ver, tal era la oscuridad reinante.
- ¡Puñetas! -dijo malhumorada.
Dio un paso, luego otro, un tercero y miró hacia atrás, hacia la confortable luz naranja de las velas que iluminaban el despacho. Luego dio un paso más y bajó el primer escalón, el segundo, cuando llegó al tercero mentalmente iba increpando al Muso, como si estuviera enfadada con él por culpa del apagón de la ciudad.
Al llegar a la plaza se detuvo. Quizá posando sus ojos en la meta...., se dijo, llegaría más fácilmente. Vio la pluma y se acercó pero en medio de la plaza un viento helado le rozó la espalda y un susurro en sus oídos la hizo gritar. El pánico se adueñó de ella cuando algo parecido al tacto de las algas en un mar confuso le rozó las pantorrillas. ¡Perdió los nervios! dio media vuelta y regresó a trompicones al despacho.
- ¡Sabes, Muso, te odio! -gritó.
Pero no era cierto. Al contrario, estaba encantada de conocerle y de tener un muso en la ciudad (y no uno cualquiera), es sólo que estaba enfadada porque se asustaba mucho.
La luna elevó como si dibujara el perfil de un arco en el cielo y luego volvió a hundirse por el sur, justo cuando en el este se elevaba el sol sobre la línea del horizonte.
El Muso se fue mientras Nelly dormía. Al día siguiente la alcaldesa se había olvidado ya de la pluma. Siguió con sus quehaceres hasta la puesta de sol, y ni rastro quedaba del disgusto que tenía, ni razones encontró para el apagón que la noche anterior se había producido.
Pero de nuevo, mientras regresaba a casa por una avenida empedrada, justo antes de cruzar el puente sobre el río, la luz se fue.
- ¡Maldición! -rezongó la alcaldesa-, ¡otra vez!
Se quedó quieta, era la misma oscuridad que nos asalta cuando nos despertamos en medio de un sueño profundo, ésa en la que no sabemos dónde estamos, ni que día es, ni si quiera en qué posición esta nuestro cuerpo.
- ¡Esto empieza a resultar enervante! -gritó.
Justo entonces vio que, sobre la baranda de piedra del puente, la luna (otra vez llena), iluminaba un pequeño objeto plateado. Se acercó más para descubrir con sorpresa que era la pluma del Muso.
- ¿Pero cuántas lunas llenas tiene este mes? -preguntó en voz alta.
Intentó cogerla pero un bache del camino le hizo trastabillar y se detuvo. Tenía miedo a caerse.
- Aloha -dijo una voz a su espalda.
- ¡¡Muso!!
Cuanto se alegraba de verlo. Bueno, de sentirlo.
- Muso, no te veo, ¿estás cerca?
- Siempre.
- ¿Me ayudas a coger la pluma?
- Yo no puedo, Nelly -respondió el Muso-, tienes que hacerlo tú.
Nelly dio un paso titubeante y luego otro, cuando estaba a punto de atrapar la pluma tropezó con algo y cayó de rodillas al suelo.
-¡Esto es imposible!-gritó.
- Bueno, -respondió el Muso con voz tranquila-, pues no la cojas.
Nelly se puso en pie más decidida aún que antes, dio otro paso más, extendiendo la mano delante de sí en la oscuridad más absoluta. Ya casi alcanzaba el rayo de luna y la pluma que iluminaba nuestro satélite.
- Casi la tengo -dijo, rozándola con los dedos.
Pero entonces un trueno retumbó en el horizonte y el sonido asustó a criaturas de la noche que echaron a volar en su dirección. Atrapada en aquella nube de cosas que no podía ver, ni tocar, ni identificar, Nelly cayó al suelo y la luna se ocultó tras una nube.
La luz volvió a la ciudad. Estaba sola, en el puente. No había rastro de la pluma.
A la mañana siguiente la alcaldesa se había olvidado de todo. ¡No tenía tanta importancia! a fin de cuentas no necesitaba aquella pluma. Pasó la jornada entretenida en sus quehaceres y preocupada por los asuntos de la ciudad que debía dirimir y dirigir. De nuevo cayó la noche y las estrellas giraron en el firmamento. Nelly pasaba junto a una fuente cuyo caño se rompió de pronto, inundando una pequeña plaza.
- ¡Vaya! -exclamó.
Tendría que llamar al servicio de limpieza. Como hacía tanto frío, nada más tocar el suelo el agua se quedó congelada. Nelly resbaló y se cayó. Entonces, al tocar la piedra con sus guantes de lana azul, la oscuridad regresó, sin previo aviso, a la ciudad.
- ¡Muso, muso! -gritó Nelly.
Pero solo el viento le contestaba. 
Intentó ponerse en pie pero volvió a resbalar. No solo no veía nada, sino que además, no podía mantener el equilibrio.
- ¡¡¡Muuuuusooooo!!!
Ni rastro.
Descubrió entonces una luz que iluminaba la fuente. Era la última luna llena del mes: la tercera. Reconoció la pluma que había junto al caño roto. Seguramente al caer la pluma había roto el surtidor de agua, lo que era indicio de que no era una pluma cualquiera. 
Las nubes amenazaban ocultar la luna y Nelly no sabría si tendría más oportunidades. Estaba sola. Pensó, "si el hielo es divertido para patinar durante el día, también lo puede ser por la noche". A fin de cuentas la plaza de la fuente era la misma, solo que no podía verla. Pero si era la misma, entonces, aunque estuviera tan oscuro, no tenía nada que temer.
Con esta nueva idea en la cabeza se puso en pie y empezó a considerar la situación como algo menos atemorizante y un poco más divertido. Dejó que resbalara un pie sobre el hielo, luego el otro, y avanzó a tientas hasta el borde de la fuente. La pluma estaba dentro, bajo el chorro de agua, a los pies del soporte que sostenía el caño roto. Justo cuando iba a tomar impulso para subirse a la estructura ornamental, su pie resbaló y casi se da un golpe en la barbilla con el borde de la fuente. Pero por fortuna puso su mano enguantada.
- ¡Ufff! -exclamó. 
"Nadie dijo que sería fácil". Tomó impulso y se subió a la fuente, luego se acercó al caño y -estirando los dedos-, por fin alcanzó la pluma encantada.
- ¡La tengo, la tengo! -gritó.
Se puso en pie al hacerlo y tropezó consigo misma, cayó fuera de la fuente y se asustó mucho, aunque por fortuna aterrizó sobre algo blando.
- Aloha.
- jajajaj,. ¡¡¡¿Muso?!!! ¡Muso tengo la pluma! -gritó Nelly.
- Eso está muy bien.
- Ahora que tengo la pluma, quizá podría dibujar tus contornos un poco mejor -se le ocurrió a la alcaldesa-, te podría dar más apariencia sólida, quizá, si quieres....
Pero el Muso ya no estaba allí.
Sólo alcanzó a escuchar unas palabras, como traídas por el viento, a lomos del último rayo de luna de la última luna llena del mes. Y es que en Cuentos de Nelly la astronomía es algo caprichosa.
- A demain -decían aquellas palabras.
Y otra vez al alcaldesa, se quedó sola.

Saludos!
Nelly.

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