El Mago Trotamundos

Érase una vez un mago despistado, joven y algo alocado, con un sombrero de pico torcido sobre la cabeza. Tenía el pelo alborotado en la frente, la nariz aguileña, los ojos despiertos y brillantes, y una mochila repleta de artilugios y pociones. Llegó a la ciudad de los cuentos un mediodía de verano. Abrió su pequeño tenderete y colocó encima extraños objetos que llevaba consigo. Al poco rato empezaron a llegar curiosos, gente de todo tipo, seres reales e imaginarios, personajes de libro e internautas de todo el orbe.
-¡Remedios, soluciones! -gritaba- ¡Gabo, el mago, a su disposición! Precios asequibles...
El mensajero de Cuentos de Nelly llevó el aviso por toda la ciudad. La arpia Aelo se acercó a ver los remedios de Gabo, el mago fantástico, y pronto el tenderete se convirtió en la principal atracción del día.
A las tres de la tarde, Nelly pasó por el lugar. Vestía de colores claros, con un sombrero y falda estampada; en su rostro una expresión risueña y curiosa por igual, ya que el mensajero había hablado maravillas del puesto del recién llegado. Nelly saludó amablemente a los vecinos y luego se dirigió al mago:
- Remedios de todo tipo -le dijo él-: tónicos amorosos, pañuelos mágicos que curan las heridas, sacos sin fondo para guardar miedos, nueces mágicas que ocultan oro... ¿En que puedo ayudarte?
La alcaldesa miró todo lo expuesto sobre la mesa del tenderete, recubierta con un pañuelo con una luna dentro de un sol. Luego alzó los ojos para estudiar al recién llegado de hito en hito.
- ¿De dónde vienes? -le preguntó.
- Del desierto -contestó Gabo.
- ¿Y a dónde vas?
- De camino.
Nelly se rascó la nariz, y luego sopesó algunos artículos del tenderete ambulante.
- Ya sé qué quiero -le dijo al brujo-, me gustaría un remedio para que la gente que más me importa no se aleje nunca de mí.

Ahora fue el mago el que se rascó la nariz. 

(mago Schmendrick/El último unicornio: fuente de la imagen clic)

- Me pides algo complicado -dijo.
Nelly cogió un reloj de arena de oro que había sobre la mesa mientras el mago la estudiaba detenidamente.
- Si me cuentas algo más quizá pueda ayudarte...
- Bien, ya sabes -dijo Nelly, preguntándose si con aquel reloj podría viajar en el tiempo-, si alguien te importa, no perderlo nunca. Que esté a tu lado siempre. Que no haya inconvenientes, desventajas, desventuras, cambios o modificaciones que lo lleven a otro lugar.
- Entiendo.
El mago Gabo revisó en su mochila. Sonaron algunos objetos de cristal y otros que produjeron un ruido similar al de una campanilla al agitarse, después se oyó un rugido.
- ¿Qué ha sido eso?
- ¡Nada, nada! -exclamó Gabo cerrando la mochila-, una alarma.... Bien, me decías que quieres mantener a los que más amas cerca, ¿no es eso?, ¡tengo la solución!: el fabuloso frasco de conservar seres.
- ¿Un frasco?
- Tres o cuatro, o los que quieras -repuso Gabo-, ten, te dejo tres, de momento. Ya me dirás si son suficientes.
Nelly miró los frascos de cristal, a simple vista, eran como los que se usan para conservar pepinillos.
- Oye, Gabo, ¿no me estarás tomando el pelo, verdad?
- ¡En absoluto! -repuso el mago vagabundo-, pruébalos. Sólo tienes que abrirlos junto a los seres que amas y en un periquete, ¡pum! ¡al frasco!
- ¿Cuánto valen?
- Un cuento. 
- Ah.
Bueno, ese era un precio asequible.
- ¿Uno cualquiera?
- Uno de frascos -repuso el mago.
Nelly se encogió de hombros. Si eso era todo....
Recogió sus tres frascos con escepticismo y se marchó. Aquella misma tarde una de las mejores amigas de la alcaldesa fue a visitarla. Nelly no perdió tiempo y abrió el primer frasco....  ¡Zas! Tal como había dicho el mago trotamundos, ¡de inmediato la persona entró en el recipiente!
Por la noche el muso estaba cerca de un estanque y Nelly se acercó y ¡zas!, ¡al otro frasco! y lo mismo hizo con otro amigo al que se cruzó en un puente. 
Muy contenta, colocó sus frascos en la mejor estantería del edificio más bonito de la ciudad (un museo), con vistas a la plaza principal, al río de los cuentos y al laberinto de las ideas. Luego se fue a dormir.
Al día siguiente, bien temprano, cuando llegó al Ayuntamiento, se encontró con el mensajero. 
- Buenos días -le dijo.
- Hola -saludó el niño.
- ¿Qué ocurre? -preguntó Nelly.
- Me envían con un mensaje del Museo. Al parecer algo no ha dejado dormir al guardia durante toda la noche.
- Pasa a mi despacho -le invitó ella.
El mensajero colocó una caja de cartón delante de la alcaldesa. Contenía los tres frascos de cristal, que eran los mismos que el día anterior Nelly había llevado al museo, sólo que sus seres queridos tenían un aspecto algo distinto.
Su mejor amiga, la florista, estaba pálida, casi de color azul. Su otro amigo tenía el ceño y los labios fruncidos, y el muso... bueno, el muso se reía, pero como estaba dentro del frasco, Nelly no lo podía oír.
- Ya te dije que era mala idea encerrarlo -comentó el niño.
Nelly miró al techo y suspiró. Todo siempre eran problemas.
- Busca al mago trotamundos a ver si sigue en la ciudad...
Esperó y esperó hasta que el sol del mediodía hizo desparecer la sombra de los árboles. Entonces regresó el mensajero.
- Está a punto de irse, alcaldesa, le dije que te esperara en la puerta sur, la que da al Bosque del Páramo.
Nelly se puso en marcha, la ciudad tenía cuatro puertas, cada una daba a un punto cardinal. Al norte estaba el desierto de hielo, al este la playa, al oeste un mar interior y al sur bosques frondosos. Alcanzó a Gabo justo en el lugar en que había dicho el niño.
- ¡Mago, espera! -le llamó.
- ¿En qué puedo ayudarte? -contestó jovial el forastero-, ¿has traído mi cuento?
- Sí, eso luego -contestó Nelly-, necesito preguntarte algo.
- ¿De qué se trata?
- Los frascos funcionan, pero mis amigos tienen un aspecto algo abatido. 
- Ya veo -respondió Gabo observando el contenido de los recipientes-, ¡oye, este que tienes aquí...!
- ¡No lo digas! Lo sé, es un mundo aparte.
El mago rompió a reír.
- ¡¡¿Y quieres encerrarlo?!! ajajajajaja. ¿Quién querría encerrar algo tan libre?
- Dijiste que el frasco conserva a los seres que quieres -respondió Nelly, gruñona-, ¡pero no parecen felices!
- Comprendo.
Hubo una pausa, ninguno dijo nada. Una golondrina cruzó el firmamento y una mariposa aleteó a los pies de la alcaldesa, donde asomaban las flores silvestres entre la hierba. Al final fue Gabo el que rompió el silencio:
- Tu querías conservarlos cerca, no hablaste nada de su felicidad. ¿No te has parado a pensar que igual para ser felices han de seguir sus propios caminos y eso los puede alejar de ti? ¿Qué harías si tuvieras que elegir entre esas dos opciones?
Nelly apoyó el peso de su cuerpo en una pierna y luego lo cambió a la otra, mientras pensaba con los ojos mirando al cielo y los brazos cruzados sobre el pecho.
- ¿Si tuviera que elegir entre que se quedaran conmigo o que fueran felices? -repitió-, por supuesto, lo que quiero es que sean felices. Muy, muy, MUY FELICES.
El mago Gabo sonrió.
- Pues entonces -dijo-, no te harán falta los frascos.
Y tras tocar los recipientes con el dedo índice los tres desaparecieron. La florista, el mejor amigo y el muso se dispersaron en el aire y tras quitarse el sombrero para saludar a la alcaldesa, Gabo también desapareció. Sólo quedó de él esta prenda, que voló por encima de su cabeza mecida en el viento estival.
- Me debes un cuento -fue lo último que le dijo.
Nelly sonrió. 

Y con esto queda saldada la deuda de esta historia, que espero que os haya servido como a mí, a no echar tanto de menos a la gente, cuando la vida por cualquier motivo, nos separa un poco.
FIN.



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