El paratiempo mágico
Este cuento tiene banda sonora: CLIC.
Nelly llevaba tres días intentando publicar una entrevista pero era tal la tormenta desatada sobre la ciudad de los cuentos que no había forma de llevar a cabo aquella simple tarea. Al anochecer de la tercera jornada, cuando el único rayo de sol oblicuo que había logrado atravesar las nubes se ocultaba tras la Torre de la Arpía, la alcaldesa decidió llama al mensajero.
- ¿Qué es esto? -preguntó señalando el suelo de su despacho.
El niño mensajero se agachó y tocó el charco que no dejaba de expandirse, luego se llevó la mano a los labios y probó el líquido. Estaba salado.
- Lágrimas -dijo.
- ¿Lágrimas?
- Eso parece.
- ¿Y qué puñetas hacen aquí? -quiso saber la alcaldesa.
El niño mensajero se encogió de hombros.
- Alguien estará llorando.
- Me estorban -repuso Nelly-, vete ahora mismo a averiguar a qué viene este mal tiempo y así podré ponerle solución.
El niño mensajero abandonó el ayuntamiento en medio sonoros chapoteos producidos por sus pasos. Se perdió en una bocacalle y tardó una hora en regresar a la plaza. Para entonces, la lluvia había anegado ya tres cuartas partes de la ciudad de los cuentos, ganando cerca de un metro de altura y tragándose inexorablemente a los habitantes más bajos, que habían colocado alrededor de sus ojos unas gafas y un tubo de buzo para no morir ahogados y poder seguir con su quehaceres. No se veían los bancos, ni los buzones, tampoco los arbustos más pequeños y el despacho de la casa consistorial estaba inundado. Los truenos seguían resonando en el cielo y la tormenta no amainaba.
- ¿Y bien? -la alcaldesa esperaba impaciente, sujetando unas hojas que pugnaban por salir flotando de su mesa.
- Bueno -repuso el niño rascándose la cabeza-, la verdad es que hay mucha quejas... no sé, es difícil averiguar quién está provocando la tormenta.
- ¿Cómo que hay muchas quejas? -se alarmó la alcaldesa-, ¡pero si todo va perfecto!
El niño mensajero no quería contrariarla, pero la verdad es que en su viaje a través de las calles había recogido no pocos mensajes de alarma y más de una petición de ayuda a la alcaldía. Para poder guiar a Nelly a través de aquel laberinto de canales que era ahora la ciudad, tiraba de una cuerda atada a una barca, a la cual le invitó a subir.
Primero, visitaron el almacén de telas. Allí un viejo avaro lloraba y lloraba junto a un montón de rollos de distinto género y exquisito tacto. Había telas preciosas: terciopelo, seda, satén, lana tejida, algodón, etc. Todos los rollos estaban a su lado, pero le quedaban muy pocos metros.
- ¡Siempre dando a los otros! -se quejó el anciano de manos huesudas y expresión dolorida-, ¡si no repones, me quedo sin tienda!
Nelly miró al viejo avaro con cara de incredulidad.
- Oye, tienes telas de sobra -le dijo-, ¿acaso no hay un canal con el que se comercia con el resto de ciudades del mundo? Si quieres telas, pues las pides.
- ¡No! -se cerró en banda el viejo-, ¡ya me he hartado de pedir!
- ¿Y entonces qué quieres? -repuso Nelly.
El viejo cruzó los brazos sobre el pecho, alzó el mentón con gesto orgulloso y dolido y apretó los labios hasta que formaron una fina línea.
- ¡No hay más telas! ¡Se acabó el comercio! -dijo-, el canal está obstruido.
- Si necesitas ayuda...
- No necesito nada, gracias -repuso el viejo.
La alcaldesa suspiró. Fuera, los rayos golpeaban los tejados como si fueran latigazos.
- De acuerdo -cedió al fin Nelly-, el canal está obstruido, ¿si reparo el canal se acaba la tormenta?
Miró al mensajero que se encogió de hombros. Precisamente su segundo trayecto les iba a conducir hasta allí, pues una enorme bola de hojarasca y ramas viejas había obstruido el cauce del río al que se refería el viejo avaro.
- Así que este es el problema -observó Nelly.
El agua había desbordado la acequia, anegando las calles.
- Si no lo es todo -respondió el mensajero-, parece parte importante de él.
Las hojas y ramas retorcidas se habían encajado en el cauce del otrora manso río, provocando una crecida incontenible. Un arquitecto observaba el desastre desde lo alto del pequeño dique que regulaba las aguas.
- ¿Tiene solución? -gritó Nelly al desconocido.
- ¡Muy mala! -respondió el arquitecto, bajo la lluvia-, el desvío está formado por una maraña de palabras enredadas, y de cosas que nunca se han dicho.
Nelly hundió los hombros y continuó estudiando aquel embrollo sin saber qué hacer
- ¿Y si desvío el canal? -le preguntó al desconocido.
- ¿Quieres hacer otro recorrido? Tendrías que hundir parte del pueblo....
Aquello era una ardua tarea.
Los variados guijarros que rodeaban el atasco de hojarasca se habían vuelto fastidiosos, porque afianzaban la presa indeseada que sin duda había arrastrado la corriente desde... ¡la montaña!
Nelly observó la elevación del terreno que se alzaba por detrás de las últimas casas de su ciudad.
- Creo que ya sé cómo solucionarlo.
Pero ir río arriba no era sencillo. La corriente viajaba justo en dirección contraria. Tras cinco días de marcha penosa a través de tierras empantanadas, sorteando peligros y evitando las pozos traicioneros que se habían formado a causa de la subida de la corriente, Nelly y el mensajero llegaron a la montaña. Allí estaban los manantiales en los que nacían los ríos. Y allí, en teoría, estaba la solución a sus problemas.
Un hombre sentado como un indio les miró desde una piedra junto a una pequeña cascada.
- ¡Hola! -dijo Nelly.
- ¡Hola! -saludó el desconocido.
- Venimos de la ciudad -señaló la alcaldesa-, que está inundada. A ver si puedes ayudarnos.
El hombre vestía un pantalón de color blanco un tanto desgastado, y llevaba un atuendo en el torso aún más extraño si cabe. Una banda de color blanco cruzada al pecho, sin nada más sobre la piel tostada. Su melena larga al viento no había conocido el tacto de un peine en años, y la barba nívea le llegaba casi al pecho.
- Llueve mucho, ¿eh? -dijo el hombre.
- Bastante -respondió la alcaldesa-, y tengo muchas cosas que hacer, así que a ver si puedes ayudarme a cerrar el caudal del río.
Una risa sacudió el cuerpo delgado del ermitaño de la montaña.
- ¿Quieres cerrar un manantial?
- Pues sí, esa es la idea -le dijo Nelly enfurecida, llevaban muchos días de viaje y estaba perdiendo la paciencia.
- No puedes cerrar el cauce de un río, buscará otro lugar por el que discurrir. Nada puede parar el agua -le informó el ermitaño.
- ¡Pues al menos que deje de llover! -protestó la alcaldesa-, ¡está todo empantanado!
- En vez de dejar libre el cauce prefieres una solución rápida, ¡esta bien! ¡tengo lo que necesitas!
Se dio la vuelta y rebuscó entre los matorrales hasta dar con un objeto de color rojo.
- Esto es un "paratiempo" -dijo el ermitaño.
- ¿Un qué?
- Un paratiempo.
- Dirás que es un paraguas.
- ¡No! -exclamó el desconocido-, es un "paratiempo"; los paraguas son solo paran la lluvia, este sirve para todo tipo de climatología.
- ¡Ah! -contestó Nelly, intercambiando una mirada significativa con el mensajero y añadiendo en un susurro casi inaudible:- este hombre está loco...
El carraspeo de su interlocutor interrumpió la expresión de sus temores.
- El paratiempo sirve para protegerse cuando las condiciones climatológicas son adversas -le explicó-, funciona en todas las épocas del año: si hace demasiado calor, bajo su sombra notarás una suave brisa. Si por el contrario llueve a cántaros, refúgiate dentro de él y el tiempo estará en calma.
- ¡¿Y la ciudad?! -exclamó el niño alarmado- ¡que nos ahogamos!
- De eso ya hablaremos luego -contestó el ermitaño.
Nelly estudió con ojos tristes la solución del hombre de la montaña y pensó que era buena, a fin de cuentas, ¿quién desprecia un paratiempo mágico? Lo cogió en sus manos y lo abrió; de inmediato bajo su sombra notó una mejoría de tiempo. Incluso se diría que lucía el sol bajo la tela mágica.
- Y si las cosas van muy deprisa -dijo el ermitaño-, también "para el tiempo", como su propio nombre indica.
Perduraron las objeciones del niño mensajero, quien insistió en que Nelly no vivía sola, y de poco servía a los habitantes de la ciudad de los cuentos que la alcaldía estuviese seca si el resto de la urbe se inundaba. "Ya verás que cuando ella se sienta mejor" repuso el ermitaño, "deja de llover así".
Y efectivamente, a los pocos días de usar el paratiempo, los cielos clarearon y el sol se coló a través de jirones de nubes grises, cada vez más amplios.Incluso el viejo del almacen de telas se mostró de mejor humor y, cuando la corriente arrastró el atasco de palabras y pensamientos más allá de la urbe, volvió a recibir un gran cargamento de telas, que repartió -como siempre-, entre los habitantes de la ciudad de los cuentos.
un autético "paratiempo" mágico... para que os ayude cuando os haga falta fuente clic. |
FIN.
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