El banquero, el depósito y el guardián.

El sol arrancaba reflejos multicolor a una campanilla de cristal situada tras un escaparate. Una vez más, Nelly se tomó su tiempo antes de continuar andando por la calle de los artesanos. Entre dos talleres de orfebrería se alzaba un edificio nuevo: un banco. Todas las ciudades importantes tenían uno, así que no era de extrañar que ésta, la ciudad de los cuentos, tuviera sucursal propia. 
¡Y qué edificio! Una construcción de planta rectangular imponente, con fachadas acristaladas y un gran letrero sobre su azotea, con letras doradas muy llamativas. Había aparecido de un día para otro, como por arte de magia.
La alcaldesa se adentró en el recibidor, cruzó la puerta giratoria y se dirigió al mostrador más cercano.
- ¡Buenos días! -dijo.
La atmósfera de la entidad era limpia y dinámica, y todo estaba muy ordenado. Dos mesas con clientes haciendo cola y varios archivadores llamaban la atención del recién llegado a la oficina.
- ¡Hola Nelly! -le saludó el banquero.
Quedó gratamente sorprendida por el hecho de que conocieran su nombre, al parecer tenían un registro detallado de todos los habitantes de la ciudad, más exacto incluso que el censo de la casa consistorial.
- ¿Quieres abrir una cuenta? -le preguntó el hombre rubio de ojos grises, con una sonrisa solícita.
Nelly se encogió de hombros. En la ciudad de los cuentos, al menos hasta la fecha, no existía el dinero.
- Este es un banco especial -prosiguió el empleado tras el mostrador, empujando el puente de sus gafas redondas-, sólo tenemos depósitos.
- ¿Depósitos?
- Sí -replicó su interlocutor-, depósitos de confianza.
- ¿Depósitos de confianza? -repitió Nelly-, ¿se llaman así? Qué originales... 
- No, no me has entendido -repuso el banquero-, no se llaman así, es que son eso: depósitos de confianza. Los clientes vienen y nos dicen en quién o en qué depositan su confianza. Somos una sucursal mundial con centros repartidos en todos los países.
- ¡Ah! -exclamó Nelly, admirada.
Un banco de confianza.
- ¿Y cómo funcionan las cuentas o depósitos? -preguntó divertida.
- Es sencillo. Todo el mundo tienen un producto de este banco en alguna sucursal del mundo. Hay varios tipos de depósitos: de confianza relativa, de confianza discrecional, de confianza por interés...
La alcaldesa aguantó la risa. ¡Menudo banco más absurdo!
- Has dicho que todo el mundo tiene uno.
- Sí.
- ¿Yo tengo cuenta en el banco?
- Por supuesto.
- ¡Vaya!
El banquero dio media vuelta y se encaminó hacia un gran archivador que había al fondo de la sala. Era de madera, muy elegante, con tiradores bañados en algún metal que simulaba el oro. Nelly observó como el hombre abría uno de ellos y extraía de su interior unas carpetas rotuladas en una esquina, dos minutos después regresó junto a ella.
- Estos son tus depósitos -dijo-, como ves hay bastantes porque cuanto más amplio es el círculo de amistades de una persona más depósitos tiene.
La alcaldesa los contempló perpleja. Fue desconcertante descubrir que tenía media docena de depósitos abiertos, todos con el título "confianza relativa".
- ¿Qué significa esto?
- Significa que depositas tu confianza en alguien "para" algo en particular. Son los depósitos más habituales de los clientes.
- ¡Ah! -repitió Nelly.
Se quedó un rato en silencio y luego preguntó algo que sorprendió mucho al banquero:
- ¿Existen depósitos de confianza relativa.... existen también de "confianza total"?
- Sí.
- ¿Puedo tener uno?
Un carraspeo fue su respuesta, casi un reflejo involuntario de su interlocutor, seguido de un silencio sepulcral. El banquero se había quedado sin palabras. Sus cejas se arquearon en su frente, ahora perlada de sudor, mientras tragaba saliva con esfuerzo.
- Bueno, verás... esos depósito son... muy extraños. No suelen verse... de hecho... muy poca gente los tiene. 
- ¿Por qué?
- Porque son de alto riesgo -repuso.
- Me gustaría ver uno. ¿Qué condiciones tiene?
Tras dudar unos instantes, el empleado de la sucursal cumplió su deseo. Se acercó a la caja fuerte que había al otro lado de la sala, giró su complicado mecanismo de apertura, luego tecleó una clave secreta en un panel de la pared, después firmó en una hoja especial con tinta invisible y por último silbó una canción que permitía la desconexión temporal del sistema de alarma. Al cabo de un rato regresó con un pliego de pergamino.
- ¡Qué bonito! -dijo Nelly, con una sonrisa algo escéptica en la cara.
- Esto es un depósito de confianza total -explicó el banquero-, es muy antiguo porque lo mandan cuando damos de alta a un cliente nuevo y no suelen pedirlo nunca. De hecho, requiere tres firmas para poder ser concedido a un beneficiario. Hoy en día sólo lo solicitan los religiosos, y con reservas. A menudo rompen el contrato del depósito.
- ¡Caramba! ¿y cuáles son sus beneficios?
El banquero desenrolló el pergamino, extrajo de su interior un paquete envuelto en una tela de color marrón y luego sostuvo en alto lo que guardaba.
- Esto es una llave maestra -dijo a Nelly-, abre todas las cerraduras de la ciudad, no importa si son de cajas fuertes o de puertas blindadas. El beneficiario del depósito recibe la llave.
- ¡¿Todas las puertas?! -preguntó la alcaldesa.
- Incluso las que no sabes que están ahí -respondió el banquero.
Sólo de pensarlo, a Nelly se le hacía la boca agua. ¡Una llave maestra! Claro que... no es que se hubiera encontrado con muchas puertas cerradas pero, ¿quién sabe? igual había muchas. La ciudad era grande.
- Quiero un depósito de esos.
- ¡Ah, pero no es tan sencillo! -replicó el banquero-, los depósitos se abren con un beneficiario. ¿Ya has pensado en uno? Porque la llave no se te concede a ti.
Nelly asintió. Tenía uno en mente.
- Entonces sólo te falta conocer las condiciones del depósito y tener tres firmas. 
- ¿Cuáles son las condiciones? -preguntó la alcaldesa.
- El depósito concede la llave a su beneficiario, aquella persona en la que descansa la confianza plena, y otorga una serie de ventajas mutuas tanto para el abajo firmante como para la persona a la que autoriza. No obstante conlleva una gran desventaja.
- ¿Cuál?
- La clausula de rescisión.
- ¿Qué pasa con ella?
- Tiene una penalización muy alta. Los depósitos de confianza plena no se conceden a la ligera, y el primero de ellos es el más importante de todos, puesto que si se rompen las condiciones no se vuelve a otorgar otro en toda una vida.
- Caramba, pues sí que es algo serio.
- Mucho -respondió el empleado del banco -hubo una pausa, luego prosiguió-: además, el que apertura el depósito, tú en este caso, necesita contar con tres firmas específicas para poder hacerlo. A cada cliente se le piden unos determinados avalistas y el depósito conlleva en cada cuál unas ventajas diferentes.
Señaló la parte final del contrato, donde había espacio para las firmas, bajo tres leyendas muy específicas. 
- ¿El mensajero de la ciudad? -preguntó Nelly mirando lo que ponía sobre uno de los espacios en blanco-, ¿y quién es este otro? 
Había una X de color negro donde se supone que debía firmar alguien llamado "el guardián".
- Vive en las ruinas situadas al este de la plaza del ayuntamiento. Sin su firma no hay depósito.
Bueno, la firma del mensajero era fácil de conseguir, Nelly podía llamarlo cuando quisiera. La del otro avalista no tenía ni idea, puesto que no lo conocía de nada. 
- Iré a buscarlo -dijo.
Y sin más dio media vuelta, salió de la sucursal y caminó con paso decidido hasta la zona en la que vivía el misterioso guardián. Todos los edificios de aquel barrio eran de ladrillo visto y tenían un aspecto lúgubre y dramático; parecían muy viejos y en muchos casos se caían a pedazos sobre aceras llenas de agujeros. Nelly pensó que debía mandar un equipo de restauradores a aquel sitio, sin embargo, conservaba cierto encanto precisamente por su aspecto decadente. Al doblar una esquina tropezó de pronto con una figura aún más tenebrosa que los edificios abandonados; era delgada y alta, con una capucha oscura que tapaba todo de su rostro salvo la barbilla. Vestía una capa negra larga hasta los pies, parecía, en definitiva, una representación de la propia muerte, a la que tan solo le faltaba la guadaña.
Nelly gritó ante la pavorosa figura. Ella, a su vez, no dijo nada.
- ¿Eres el guardián?
Un asentimiento, mudo y conciso, sin palabras.
- Necesito tu firma en este documento -dijo Nelly.
Desenrolló el pliego de condiciones del pergamino y señaló el espacio para la rubrica del encapuchado. Pero él negó con la cabeza.
- ¿No quieres firmar?
Asintió de nuevo. Era espeluznante.
- Oye -repuso Nelly enfadada-, necesito tu firma para esto.
Una mano, que ella esperaba que fuese esquelética aunque no resultó ser así, se extendió en el aire y la asió por la muñeca. A su contacto sintió que un escalofrío le recorría la espalda. El guardián echó a andar entonces guiando a la alcaldesa hasta una casa abandonada con una puerta de madera de roble. Era antigua, sólida y parecía triste, tan misteriosa como inaccesible. Le señaló la puerta en un gesto significativo. Nelly comprendió enseguida. El depósito otorgaba una llave, y las llaves sirven precisamente para abrir puertas. Y aquella era un tanto tenebrosa.

Nelly se quedó pensando un buen rato. Tanto, que le dio tiempo a las estrellas a salir y adornar el cielo. Y todavía al amanecer seguía de pie frente a aquella casa, pensando, observándola sin decir palabra. La figura del guardián no movió ni un ápice, no dijo nada, no tosió ni estornudó, a ratos Nelly se preguntó si realmente respiraba.

- La ciudad tiene muchas puertas -dijo la alcaldesa, cuando los primeros rayos de sol incidieron en la casa. 

Por algún motivo extraño la fachada seguía tan oscura e inhóspita como siempre. De día o de noche, en aquella parte de la ciudad todo eran sombras. 

El guardián giró la cabeza hacia ella. No le vio los ojos pero por vez primera se expresó con palabras. 

- Otorgar confianza a quien no te la pide puede ser un error muy grave -dijo.

Nelly reflexionó en silencio. Se rascó la barbilla, enroscó un mechón de pelo en su dedo índice y se mordió el labio mientras pensaba.

- Si tuviera que pedirla no sería digno de ella -repuso.

Un sonido extraño que resultó ser una risa recorrió todo el vecindario en ruinas. Se extendió por las calles empedradas, sacudió los edificios y liberó una nube de polvo y telarañas. Era el guardián quien se reía, y si su aspecto resultaba inquietante aquel sonido lo era todavía más. 

- Sea como quieres, entonces -repuso firmando el documento con una pluma de cuervo que recogió del suelo, y cuyo extremo mojó en un charco de barro.

De regreso a la sucursal, la alcaldesa se encontró al mensajero de la ciudad.

- ¡He oído que tienes un depósito! -dijo alegremente el niño-, yo también quiero firmarlo.

Y así fue como Nelly, en secreto, concedió su confianza plena a un nuevo amigo. 

FIN. 

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