El cuento del día.

Érase una vez uno de esos días en que todo parece salir mal y la alcaldesa de Cuentos de Nelly estaba enfadada. Llegaba tarde al trabajo, no se llevaba bien con alguna persona, se sentía desdichada por un motivo o por otro, y además, el autobús no venía a la hora que debía.
En estas andaba, sumida en sus pensamientos, viendo pasar por la ventanilla a la gente y los paisajes urbanos, cuando una señora que estaba sentada a su lado le preguntó por qué estaba tan enfadada.
- ¡Oh, tengo muchos motivos! -le dijo la alcaldesa-, nada va como debe. No soy feliz. He tomado muchas decisiones erróneas. Y estoy enojada porque llego tarde al trabajo...
La mujer, con una sonrisa benévola, le dijo:
- Al menos tienes trabajo.
La alcaldesa se puso a pensar, pues en eso llevaba razón.
- Aquella joven de allí no lo tiene -prosiguió la mujer-, y todos los días sube al autobús para ir a buscarlo...
La alcaldesa se acercó a la joven, que no parecía enfadada, y comentó lo injusta que era la vida. Al no obtener el respaldo que esperaba, le preguntó porqué no estaba molesta si no tenía trabajo.
- Bueno, es que estoy contenta porque soy afortunada. Tengo dos hijos maravillosos, no como aquel chico de allí, que es huérfano -dijo, señalando un asiento cercano al conductor-, y esta sólo en el mundo. Aunque yo no tenga trabajo al llegar a casa tengo cariño, mientras que él no tiene a nadie.
La alcaldesa pensó entonces que, seguramente, el joven señalado sí estaría enfadado, puesto que tenía muchos motivos. Así que se acercó para quejarse de lo injusto que era todo. Sin embargo, la respuesta le sorprendió:
- Te equivocas -dijo el joven-, yo soy muy feliz. No tengo a nadie pero puedo andar, no como aquel hombre del fondo, que también es huérfano y no tiene trabajo, pero además está en silla de ruedas. Puede que yo no tenga a nadie en el mundo pero siempre puedo ir de un lugar a otro por mi propio pie, mientras que él está condenado a ir sentado, y ni subir unas escaleras puede...

La alcaldesa se trasladó al fondo del autobús, donde viajaba el minusválido. De nuevo, dijo un par de frases sobre lo injusto que era todo pero se sorprendió aún más cuando el hombre le miró sonriente y le dijo:
- En verdad yo soy afortunado.
La alcaldesa no daba crédito a lo que oía.
- ¿Puede saberse porqué motivo sonríe usted? -preguntó, enfadada-, no tiene trabajo, va en silla de ruedas, no tiene a nadie el mundo... ¡¿es que se ha vuelto loco?!
El hombre le mostró entonces la portada del periódico que estaba leyendo, donde venía la foto de una masacre ocurrida en un país en vías de desarrollo. La alcaldesa sintió que el corazón se le encogía y un nudo se formaba en su estómago.
- Soy muy, muy afortunado porque tengo muchos amigos -dijo el hombre en silla de ruedas-, y no vivo en un país en guerra.
Tras suspirar, la alcaldesa cogió su agenda y utilizó sus contactos para poder viajar a ese país en guerra, y llegar hasta una aldea en la que vivían un montón de refugiados. En aquel lugar, una niña jugaba junto a sus amigos en un campo de fútbol improvisado. No tenía trabajo, no tenía ropa nueva, seguramente había perdido a seres queridos, y le faltaba un brazo. La alcaldesa se acercó y empezó a quejarse de lo injusto que era todo. Pero la niña, sonriente, le tiró de la manga de la camisa y señaló una fuente cercana:
- Soy feliz porque ahora tenemos agua potable -dijo-, y así no enfermarán mis hermanos.
En ese instante la alcaldesa se cayó de la cama, pues había estado soñando, y se dio cuenta de que llegaba tarde, de que las cosas no marchaban como ella quería, de que su vida seguía teniendo un sinfín de pequeñas incomodidades.
Sólo que entonces recordó todo esto y se sintió avergonzada de su enfado. Pues a menudo medimos la vida por las cosas malas que nos ocurren, y no valoramos las cosas buenas que hay a nuestro alrededor.

FIN.
Saludos!!

Nelly.

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