Llevo siete años trabajando y he estado en cuatro empresas. La primera, trataba muy mal a sus empleados. Era muy pequeña y se caracterizaba porque había tensión con los jefes, si bien he de reconocer que aprendí mucho. Tenía un jefe en el cliente, francés, que siempre me preguntaba cómo me encontraba y que terminaba las frases en un extraño "¿sava?", que a mí me fascinaba.
Habida cuenta su simpático acento cuando venía a darnos los briefings y que yo no tenía ni idea de francés, la verdad es que me gustaba mucho. Era bajito y muy delicado en sus maneras. Se llamaba Guillaum. Como el personaje de un cuento que escribiría después,... (uno de miedo, nada que ver con el trabajo)
Yo tenía 23 años, y él era prácticamente el único que me hablaba con amabilidad. No era mi jefe, tampoco, sino el cliente. Pero siempre tenía la sensación de que todos me miraban por encima del hombro menos él.
Cambié de empresa y empecé a trabajar en el departamento de Comunicación de una multinacional donde conocí a dos personas estupendas. Una era formadora, se hizo amiga mía, y la otra era un director general, al que yo reportaba directamente.
Pasaba algo raro con este hombre, decían que era muy serio,... pero a mí me parecía un buen jefe. En primer lugar, porque en una reunión en la que los jefes de los distintos departamentos gritaban mucho, él conseguía calmar los ánimos (no sé cómo los demás no se daban cuenta). En segundo, porque todos los días salía de su despacho, se acercaba a mi mesa y me preguntaba si todo iba bien, cómo me encontraba, etc. etc.
Y eso sí que me parecía alucinante.
Un director general de una empresa de 1.200 empleados, cuyo trabajo consistía en aguantar las tensiones de Londres, Nueva York y organizar la producción para que todo llegara a tiempo desde China, se tomaba diez minutos en salir de su despacho y venir a preguntarme qué tal me había ido el día. ¿¿??
Je,je,je, también me felicitó mucho por una campaña de comunicación en la que convertí un "problema" en una "oportunidad".
Sin embargo, la gente lo criticaba. Yo nunca estuve de acuerdo, igual por eso cuando se jubiló él, me jubilaron a mí. Una vez estaba hablando con la jefa de formación en un pasillo. Y él venía, muy serio, como siempre, y al pasar por nuestro lado, dijo:
- Se te ha caído una raya.
Porque la compañera llevaba un vestido de rayas. Y lo dijo tan serio que tanto ella como yo miramos al suelo. Y tengo la imagen de aquel director grabada, alejándose por el pasillo, riéndose sólo.
¿Cómo podían decir que era un gruñón?
No lo era. Era serio en su trabajo (alguna regañina me llevé), pero justo. Y tenía casi cuarenta años de experiencia. Se metían con él porque decían que trabajaba demasiado. ¡Bah!
Al dejar esa empresa volví a una que había nacido de la anterior (más o menos), un tiempo.
Y ahora estoy en una compañía en la que llevo casi dos años y tengo un problema.
¿Cuál es? Pues... básicamente, que le tengo mucho aprecio a los compañeros.
En ese trabajo del que os hablaba antes, cuando esa amiga que hice dejó la empresa, apenas logré hablar con ella una vez y luego, a pesar de que la llamé unas seis veces, jamás conseguí localizarla.
El problema es que yo todavía me acuerdo mucho de ella. Espero que las cosas le vayan muy bien pero sé que ella no se acuerda de mí para nada.
Y ahí es, básicamente, dónde está el problema. Que luego echo de menos a la gente. Es mejor no tener queso, si siempre lo digo, lo pensaba antes de leer el libro de Spencer Jhonson, y lo sigo pensando ahora.
Pero como por mucho que me enfade va a dar igual. Pues no puedo hacer nada.
Hombre, podría odiarlos, jajajajjajajaja... pero es que es difícil. A una de mis compañeras le encanta ir al teatro (¡con lo que me gusta a mí!), otro se pasa el día metiéndose conmigo y luego me pregunta si me puede llevar a casa en coche,... Y luego está el jefe...
:) Saludos,
Nelly.