La Isla de Mathilda (Segunda parte)

Al día siguiente me levanté dispuesta a encontrar a Mathilda.
Estaba claro que el motivo de su silencio era una terrible catástrofe que le había sobrevenido sin previo aviso.
O eso, o se había olvidado de mí.
Así que empaqueté mis escasas pertenencias, le hice una reverencia al mono y corté el tronco del banano con un hacha artesanal -que me había llevado meses construir- para luego unir todas las botellas formando sendos soportes que até al madero.
Una vez que tenía esa base creada, coloqué las hojas de palmera, unidas por lianas, de manera que conformaran un suelo bastante estable. Sólo entonces pensé en echarme a la mar. Las botellas de Mathilda siempre llegaban al mismo punto de la costa. Presumiblemente procedían del sureste.


No tenía vela, así que preparé unos remos con dos tablas del navío naufragado y les di forma hasta que sirvieron a mis propósitos.


Un día de luna nueva me puse en marcha. Pudiera parecer desaconsejable partir con esa luna puesto que por la noche no habría luz para orientarme, pero un fulgor extraordinario me servía de brújula. El cometa Yakutake era visible en todo el hemisferio Sur y cruzaba el cielo marcando el Este. Rumbo a la isla de Mathilda.


CONTINUARÁ...



A medio camino me encontré con otra embarcación. Al principio pensé que Dios había oido mis plegarias. Me olvidé de la isla, de Mathilda y hasta de mi naufragio.


Acercándome al bote, me puse a gritar:


- ¡¡¡¡¡Ah, del barco!!!!


Y su capitán contestó:


- ¡Ah, de.... la balsa!


- ¿Hay tierra cerca? -Pregunté remando hasta su quilla.


- ¿Quieres que te lleve? -Pregunto él a su vez.


- ¡Claro, gracias!


No había contestado a mi pregunta, pero tan emocionada estaba yo por encontrar a otro ser humano, que me olvidé de observar las cosas a fondo.


- ¿A dónde te diriges en ese bote artesanal? -Me preguntó.


- Intento llegar a mi casa.


El capitán era un hombre de mediana edad, de ojillos verdes rasgados y mirada astuta. Tenía la piel suave (cosa poco habitual en los marinos), y caminaba de un lado a otro de su pequeño bote como si fuera un rey en un gran castillo.


- Me llamo Rigoberto Donoso, ¿cuál es tu nombre?


- Sara.


- Dime, Sara, ¿llevas algo de comer ahí?


Señaló mi balsa, que acababa de atar a la popa de su navío.


- Me quedan algunos plátanos y dos cocos.


-¡Bien! -Exclamó el señor Donoso.


Me pareció que se entusiasmaba demasiado con mis escasas pertenencias, pero en seguida recuperó la compostura. Jamás había visto a un hombre tan seguro de sí y tan apuesto. Me contó muchas historias, de gente a la que había ayudado a llegar hasta la playa, de lugares remotos, de aventuras sin igual.


- A partir de ahora -dijo-, no volverás a pasar hambre. Yo cuidaré de ti, ¡tus preocupaciones se han acabado! Te llevaré a casa, te lo prometo. Puedes relajárte y disfrutar de este crucero por el Caribe,....


Y me dio su palabra. Me dio su palabra como unas cinco veces en la misma media hora.
Jamás olvidaré la estampa de Don Donoso, de pie en cubierta, sobre todo porque pasada la medianoche me despertó un chasquido, seguido de un chapoteo.


Salí del camarote a tiempo a tiempo de observar como saltaba por la borda. Como subía a mi balsa artesanal, que previamente había desenganchado de la popa, y como se alejaba unos metros hacia el océano desconocido.


Al principio no comprendí sus intenciones.


- ¡Espera! -le dije.
No me hizo caso.


- ¿Vas a pescar?


Donoso no contestó.
- ¡Eh, no me dejes aquí! -Grité.


Ingenuamente, llegué a creer que había avistado un barco y se dirgía a él a pedir ayuda.


- Lo siento, princesa -dijo Don Donoso-, pero he tenido que elegir. Esta balsa es sólo para una persona. Y yo soy muy egoísta.


Me quedé allí de pie, con las manos crispadas sobre la cubierta, incapaz de comprender el giro de 180º en la actitud de mi amigo Donoso. No obstante, no me di cuenta de la magnitud de su crimen hasta que el agua mojó mis tobillos. Sólo entonces me percaté de una cosa: el barco de Rigoberto se hundía.


No era él quien me había acogido y ayudado, sino yo la que le había proporcionado una vía de escape.


Durante unos minutos que más tarde se revelarían como preciosos me quedé estupefacta sin hacer nada, más que preguntarme porqué la gente cometía tamañas traiciones.


CONTINUARÁ...


(¿quieres saber con qué canción se escribe el cuento?: Brooke Fraser)

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya con Don Rogoberto, menudo caballero jijiji...

Estoy deseando saber que le pasa a nuestra Sara y que ha sido de Matilda

Lin

Nelly dijo...

Ay, Rigoberto, Rigoberto, ¡cuánto sufrimiento por Rigoberto!!!!!!!!

Unos buenos tiburones,....

Bueno, vale, valdría una piraña que le mordisqueara un poquito un pie...
Una piraña pequeñita.
Pero que jorobe :)
Nell.

Anónimo dijo...

JAJAJAJ
No se si queria decir Rigoberto o Robaberto...
En fin... cosas del directo... :(

Eso, eso una piraña que le muerda el dedo gordo del pie!!
Besines!!!
Lin

Anónimo dijo...

¿No tenemos noticias de nuestra querida Sara?
Lin

Nelly dijo...

Pues tienes toda la razón. Luego pondré un trocito más de la isla de Mathilda,....

:)

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