Un día curioso en la librería.

Nos han hecho una broma telefónica.
Estoy segura.
Era un tipo que buscaba un libro de "chistes de Jaimito", pero.. primero quería el volumen I. Luego ha llamado para reservar el II. Luego ha llamado para decir que el I se lo habían reservado mal...

La cuarta llamada la he cogido yo.

- ¿En qué puedo ayudarle?

Impresionante. 30 minutos de reloj hablando de los chistes de Jaimito. Más o menos a la mitad yo empecé a sospechar que era una broma radiofónica. Pero fuí... super amable. Tooodas las facilidades. Que se lo reservamos, que no, que me diga su nombre... que la comunicación se corta. Oiga, señorita por aquí y yo: "Sigo aquí, y no se preocupe, todos estos cambios los estoy anotando en el ordenador".

A los treinta minutos le pregunto: "¿A qué nombre se lo reservo?"

- Eeeeh... ehhhh,.... ¿pero es el bueno?
- Sí, caballero, el que usted me ha pedido.
- ¿Segura?
- Claro, lo estoy viendo.
- Pero es que he llamado antes y se han equivocado.
- Confíe usted en mí, lo tengo aquí mismo. ¿Cuál es su teléfono? ¿Quiere facilitarme un número para el envío?
- Eeeeh... pero ... pues.... es que su compañera....
- Descuide, ya he hablado con mi compañera para que anule el anterior.
- No si es que el anterior es... vamos a ver, ¿cuál es el anterior?
- El que usted me ha dicho que anule.

Mis compañeros "flipaban". En serio.

- Déjeme su nombre y le enviaremos un mensaje.
- No, mejor no.
Hubo una pausa. Esto es la radio, pensé.
- ¿Cuando puedo pasarme por allí?
- En siete días.
- Pero oiga, es por su librería o por la de al lado?
- ¿Por cuál le gustaría?
- Es que su compañera se ha confundido.

¡Y dale con la cantinela!

- Descuide que de eso ya me encargo yo.
- Bueno pero qué libro es...
- El que usted ha pedido. ¿Cuándo se pasará a buscarlo?
- ¿Cuándo llega?
- Si lo reserva cuando le mandemos un mensaje. ¿Me da su teléfono de contacto?
- Oiga, que he pensado que... mejor no lo quiero.

(Ya.)

- Como guste. Buenas tardes y gracias.

¡Joder!

Ése uno. Pero luego he tenido una anécdota preciosa.

Una compi me preguntó si podía subir un momento a su planta. Cuando llegué me encontré a una mujer con un carrito y el bebé más precioso del mundo dentro. Tendría cinco o séis meses, o siete, no lo sé. Un encanto. Me pedía si podía bajar con él en el ascensor, ya que la mujer... le tenía miedo a esos aparatos.

El problema es que yo... le tengo fobia a los bebes.

Que momento, chicos. Cuando las puertas se cerraron, el crío abrió los ojos como un gato asustado, con las pupilas dilatadas y se quedó quieto, quieto. Mirándome... y yo... "ay leche, que llora". Y a los pocos segundos, no sé si el bebé me tenía más miedo a mí... o yo a él. Es que repito, me dan miedo los críos... los que no andan, y no hablan, y sólo te miran y parece que se van a romper. Conté los segundos en el ascensor y pensé, ¡caray, porqué tarda tanto! Los ascensores tampoco son santos de mi devoción... de pequeña me quedé encerrada en uno.
Pero el crío era tan... tan... TAN MONO.

Como un gatito.

Cuando la puerta se abrió.. y vio a su madre, rompió a llorar. Y yo pensé, qué curioso, estaba asustadísimo y... lo que hizo fue quedarse muy quieto, con esos ojazos y las pupilas tres veces más grandes de su tamaño normal... sólo cuando vio a su mamá de nuevo... lloró. Qué inteligente, ¿no os parece?

Caray, quién iba a decir que los bebes eran tan entretenidos... con esos ojos... y esos pies tan chiquititos.

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