Tiempo
Cuando eres niño un sólo día parece durar toda una vida. Eso pensaba Claudia mirando a su hermano pequeño que jugaba, libre de preocupaciones, sobre la alfombra azul del comedor. Para ella los días no tenían una duración constante. Según cómo los disfrutaba sentía que eran cortos o más largos. No estaba enojada por tener esa capacidad extraña en su cerebro que le impedía llevar la cuenta correcta del paso del tiempo, pues sabía que había casos peores. Sus padres, por ejemplo, sólo vivían los fines de semana, por lo que disponían apenas de 54 pares de días al año. El resto de sus horas eran un devenir indistinguible e incesante de una tarea a otra.
El reloj circadiano de Claudia era algo diferente al del resto de seres humanos. Sólo contaba momentos de felicidad.
Es decir, diez días suyos podían ser noventa, o cien, o tres mil,... de los días que vivían los demás.
Además de esta peculiaridad, tenía otra que le traía problemas mayores. Y es que solo era capaz de percibir la cantidad de días felices que habían vivido los demás, por lo que a menudo se refería a señoras muy ancianas como si fueran adolescentes, o trataba como a niños a jubilados.
-No sé qué vamos a hacer -dijo un día su madre-, ¡hoy le ofreció un tarro de galletas a una mujer sin dientes! ¡Dijo que tendría unos veinte años!
-Lo sé, cariño -contestó su padre-, pobre Claudia. Siempre igual... Si al menos los médicos pudieran hacer algo por ella.
A menudo se quedaba a trabajar hasta tarde en la cafetería y llegaba a casa agotada porque cometía muchos errores. Su jefe, el señor Sandemetrio, nunca se enfadaba pero su mujer, la señora Zungaga, sí.
Un día un excéntrico joven entró en la cafetería y pidió un té con limón. Claudia le puso el té y se fijó en su rostro sin arrugas y su cabeza lisa como una cáscara de huevo. El extraño era un monje budista meditador, con gafas sin monturas y ojos rasgados, que aquel mismo día había llegado en un avión procedente de Nepal.
-Disculpe, ¿qué edad tiene usted? -preguntó Claudia, tímidamente.
-¿Qué edad me echas?
-Es que no estoy segura... Diría que unos treinta años...
-Cuando uno está rodeado por la oscuridad, la memoria no captura los momentos, y lo mismo pasa con las rutinas, por lo que para mucha gente el tiempo se acelera al hacerse mayores y empezar a tener obligaciones.
-Eso es verdad.
-Estar en el momento presente hace que el tiempo pase más despacio, y aprender cosas cada día. Hacer algo distinto, hará que ese día sea memorable.
-¡Eso es muy cierto! -coincidió ella.
-Quizá podrías hacer cada día memorable para los demás.
El joven monje del Nepal acabó su té, se despidió con una inclinación de cabeza y tras pagar la cuenta abandonó la cafetería.
A la mañana siguiente, y desde aquel día en adelante, Claudia se presentó en su lugar de trabajo con la firme intención de hacer cada día algo nuevo y especial. Pidió al señor Sandemetrio la oportunidad de preparar un café, té o especialidad diferente para cada jornada, comenzando por poner a la venta un roiboos que llamó del peregrino.
Cuando la gente se acercaba a la barra para pedir, siempre contaba alguna historia o hacía que se rieran con algo, dejando de lado las tristezas y las conversaciones sobre penurias. En menos de una semana la clientela habitual se había duplicado. Y ella era cada día más y más feliz.
-¡Su hija es un milagro! -exclamó la señora Zungaga al cruzarse con los padres de Claudia en el mercado-, el negocio nunca había ido tan bien.
-Nos alegra oírla hablar así.
Fueron pasando los días y los años y la fama de la cafetería creció, así como la riqueza de los dueños que dejaron a Claudia de encargada del local.
Hasta que por fin, una noche de luna creciente, ella destapó el espejo de su habitación y se atrevió a mirarse. En los últimos tiempos se había hecho muy mayor, acercando su edad percibida a la biológica que observaban los demás. Tenía que reconocer que su hermano, que se acercaba ya a los veinte años, comenzaba a crecer más y más despacio porque comenzaba a tener preocupaciones y no vivir todo igual que antes.
"Me pregunto" pensó Claudia, "¿cuál será mi edad real?".
Pero eso queda en manos del lector, pues si sólo contaran los momentos felices, ¿qué edad tendríamos ahora en la Tierra?
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