En el que os recomiendo un libro y trato de crear dos buenos hábitos.

 Es curioso que, tras escribir la entrada en la que os hablaba de los libros y que son efímeros y lo de regalarlos o malvenderlos... Es curioso que, paseando con un amigo, nos topamos con dos docenas de libros abandonados.

La primera impresión fue detenernos. Él empezó a curiosear los libros tirados de mala manera junto al contenedor de reciclaje. Había llovido así que muchos se habían empapado. Me llamaron la atención varios, el primero porque tenía la pegatina de regalo de El Corte Inglés, tapando el precio. Lo que me produjo impresión. Era un detalle pequeño pero... ese libro lo han regalado. Alguien le puso esa pegatina ahí, para que el destinatario (destinataria) ni viese el precio. ¿Qué pasó? ¿No le gustaría? Era de princesas y magia, de un autor reconocido. Junto a él, otros tantos best sellers. Mi amigo y yo, nos miramos:

-Si los llevas a la librería... aún te sacas una pasta.

Hombre, no.

Primero, la forma de tirarlos en la carretera era mala. Muy mala. Podían estar sucios, mojados o algo peor. Mojados, ya estaban, algunos. Por otro lado, yo no comercio con libros como si fueran trapos viejos. Es decir, una cosa es regalar o malvender los que no te gustan y otra... dedicarte a husmear junto a un contenedor para trasladarlos sin otro fin. 

No obstante, nadie impide llevarse los que te atraigan.

Y elegí dos. "Princesita que solicita socorro" y un libro fino con un chico sujetando las riendas de un caballo. Le están reprendiendo, un señor con sombrero, no sabemos por qué... y parece de 1700. Lo digo por la ropa del dibujo de los que salen en la portada. 


Bien, el libro de las princesitas, lo abandoné pronto y acabó en la tienda de segunda mano, con su pegatina del Corte Inglés y todo. Pensé: "A alguien le traerá felicidad".

Pero lo de "El salteador de caminos", no me lo esperaba en absoluto, ¡Jajajajajaja!

Esto me pasa por escribir entradas en las que os hablo de regalar libros para que encuentren a su lector.

¿Qué puedo decir? La ilustración interior es poderosa, en tanto a que no parece para niños. Lo es y no lo es. El dibujante es un artista.

En segundo lugar, está narrado en primera persona.

Lo cuál no sería suficiente para hacerle una entrada, pero es que te topas con esto:

"Él llevaba unas botas tan estupendas como las suyas, señor, y pensé que..."

Ah, espera, ¿lo está narrando? ¿A quién se lo cuenta?

"Señor, yo nunca he tenido una guinea y, como se puede imaginar..."

Vale, vale. Se lo cuenta a alguien. Ok, os hablo un poco más de él:

Aparentemente, niño de la calle, descalzo, de 1700, que está en una calleja vieja, y de pronto ve venir un caballero a galope tendido. El caballero desmonta, le dice: "Muchacho, ¿quieres ganar una guinea? Si me cuidas del caballo hasta que regrese será tuya".

Bien.

Le da las riendas de una yegua increíble de bonita. Negra. Poderosa. Noble. Ya lo iréis viendo si compráis el libro. O lo sacáis de una biblioteca.

Como autora, yo pienso: "Primer acto". Escena inicial. Caballo-niño-riendas-desconocido. El hombre se va, el chico sujeta al caballo.

¡Jajajajjaja!

Es más o menos en la página 74 o así, cuando llevo ya un buen trecho (quizás antes) en lo que me doy cuenta de que no habrá segundo escenario/ni segundo acto/ ni nada así.

Y es entonces, cuando pienso: "Espera, ¿esta autora ha hecho un libro de algo tan increíble por cotidiano?"

Sí.

Es como si elijo una palangana para el primer acto... y escribo una epopeya. No es sostenible, ¿entendéis? O quizás no debería serlo. Pero lo es. ¡No hay más cambios! ¡Es el niño, las riendas y el caballo!

Por supuesto, van a ir pasando cosas delante del niño y el caballo. Pero en vez de ser el niño quien promueve, más bien es como la vida desfila delante de él. El maleante, la inocencia, el... etc.

Todo contado mucho más divertido. Y, de hecho, yo se lo conté a un familiar y me dijo: ¿¿¿y cómo acaba??? Porque te engancha de una manera de lo más absurda.

-¡No lo sé! ¡Todavía no lo he terminado!

Hay cosas que ves venir y piensas: "Madre mía, pobre niño". Pero como dice el narrador, tiene suerte.

Todo está narrado desde su punto de vista. A estas alturas yo ya estaba enamorada de la autora. Aparecen los soldados, todavía se enreda más la historia. Conflicto de interés por todas partes. Un lenguaje de lo más atractivo y singular. Y ya, por fin, el desenlace.

"Ah... se convertirá él en...." piensas.

"No, espera... mejor, aquí inicia su vida de aventuras..." te dices.

"No, no, toda la novela es narrada a alguien... ¿¿a quién se lo está contando, a un posadero???"

Y entonces, se descubre a quién se lo está contando.

-¡JAJAJAJAJAJAJJAJAJAJAJAJAJAJ!

No puede ser.

"Usted verá, señor, ... pero entederá que..."

¡jajajajajajajajaj!

Qué genialidad.

¡Jajjajaajjajajaaj!

Por favor, leedlo y me decís si era o no era.

Yo creo que era. Era, en serio. Es. Estoy convencida de ello.

Pero puedes elegir lo contrario.

En fin. Ya veis, un libro juvenil. Absolutamente maravilloso. Y la buena autora solo decidió narrar la historia de un chico al que le dicen sujétame el caballo. ¡Jajajajjaajaj! 

Es brillante.

Bueno, eso en cuanto al libro. En cuanto a hábitos saludables, tengo casi interiorizado el taichí diario porque hacer animales sobre una esterilla es de lo más divertido. Apenas haces el oso, el corzo y la grulla y te han pasado ya diez minutos sin que te des cuenta. 

He pensado que, lo mejor para poner un buen hábito en tu vida, es que lo pases bien haciéndolo. Si te gusta hacer taichí, no te cuesta hacerlo. Es como si te gusta comer pipas. 

La meditación tiene un handicap adicional, el comienzo. A veces, me siento y pienso que lo voy a hacer tan mal que para qué ponerse. No lo pienso de modo consciente, es que la vida es muy acelerada. Y no te da tiempo, etc. Opté por reducir los tiempos. Meditaba media hora, una compi de trabajo que tiene el mismo puesto que mi compi de curro (y se conocen y tuvieron buena relación) me dijo:

-Me alegro de lo del taichí, pues... tú estabas buscando un camino..  Pero, ¿¿¿meditar media hora??? ¿Quién te ha dicho eso??

-C -contesté.

C. no es el C. que digo cuando hablo de mis amigos. Mi vida tiene muchos Cs. Este C. es diferente.

-No -me dijo la supervisora-, no, no... qué barbaridad. Eso es muchísimo. Tienes que meditar 11 minutos. El 11 es un número mágico.

Ella no sabe que tengo pánico al 11. No es pánico, es que todas las cosas malas ocurren en once. No me preguntéis por qué. Es así. Si tengo una discusión en el chat, está enviada a las 11.11.

Los onces son malos. A veces, están mezclados con otras cosas. Entonces son relevantes.

O raros.

Pero ¿meditar once minutos? Es como decirte que rompas un espejo habitualmente.

No, no, no, no.

Esto, claro, no se lo dije.

-¿Once minutos?

-Sí -me dijo-, ya verás.

Reduje a diez.

Diez de taichí y varias sesiones de 10 de meditación a lo largo del día. 

Y en esas estoy.

:) Feliz jornada. 

Posdata: por si sentís curiosidad por el tema de los puestos que ocupamos en mi oficina. C es supervisor (lleva equipos, motiva a gente, alcanza objetivos) y yo soy algo similar al control de eficiencia mezclado con un planner. Digamos que tanto doy clase a las nuevas incorporaciones, como respondo preguntas, manejo datos y analizo escenarios. Se me da bien el detalle, me gusta trabajar mucho, pero en lo "social" soy bastante patosa. ¡Y os dejo que llego tarde! 

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