En el que leo un prólogo y me parto de risa.

 Érase una vez hace mucho tiempo, un instituto de salvajes. Cuyo único profesor que imponía respeto era un señor de Valencia, que había estudiado teatro y tenía a bien levantar balones medicinales de doce kilos con una sola mano, delante de los alumnos más problemáticos. Mientras ésta, la autora que suscribe, garabateaba personajes en servilletas y se refugiaba en el Club de Ajedrez del centro, a fin de pasar desapercibida -cosa que no siempre ocurría- y se hacía amiga de algunos "matones" a los que caía en gracia para poder tener un escudo o un defensor, aquel otro profesor había optado por la estrategia de "me creo un personaje" duro, voy de frente, no me escondo y me aprovecho de que soy temido.

La joven escritora, cuyo nombre no vamos a revelar, no le contó a nadie que venía de un colegio en el que le regalaron las llaves de la biblioteca. Que tenía un grupo de amigas maravillosas, a las que obligaron a separarse por culpa de la dichosa Logse, y que fue testigo de momentos muy duros, que incluyen escenas de profesoras llorando y pidiendo que por favor las acompañen a la parada del bus por situaciones que es mejor no recordar. Lo más extraño de todo es que "el malo" que había amenazado a la profesora con algo muy feo, era de hecho el bueno que podía echarte una mano cuando alguien intentaba hacerte daño.

Del intento de quemar los laboratorios de un amigo de la que suscribe (otro de los supuestos "no malos") y de la consiguiente investigación policial o del día aquel que un compañero casi se desangra por un accidente que se inició en una de tantas gamberradas y otro sinfín de cosas..., bueno, no vamos a entretenernos mucho. Cabe destacar quizá el incidente de la sangre porque... jamás había visto nada igual, pero... bueno, supongo que es lo que ocurre cuando atraviesas una ventana y te cortas el brazo con un cristal. Cosa que ocurrió porque en ese instituto lanzaron, entre varios incidentes, una mesa por una ventana. Y en esta ocasión, el que la atravesó fue un alumno. Con bastante mala, o buena suerte, según se mire. (*Los médicos dijeron que tuvo "mucha suerte" aquel día, y que faltó muy poco para algo irremediable)

En este ambiente la joven escritora decidió ocultarse, así que charlaba con sus amigos, se reía, compartía y procuraba mantenerse a salvo hasta que cierto profesor de literatura utilizando sus dotes dramáticas alzó el tono de voz en medio de una clase y gritó: (poned voz de actor de teatro interpretando al Rey Mufasa):

-¡Sí, Nelly! ¡El diccionario! Ese libro que tienes para calzar una mesa...y donde vienen las palabras. Ese libro que nunca abres.

Aquí don "Soy un profe malote" desconocía que la susodicha joven en sudadera que se ocultaba en el lateral derecho de la clase (y jugaba de alero izquierdo al baloncesto) había leído todo lo que estaba a su alcance.

Incluido el diccionario. Por puro placer.

Es decir, como no había nada más que leer en la casa, cuando no estaba jugando, abría el tomo más grueso a su alcance y ojeaba palabras.

Porque la historia de fascinación entre las palabras y ella empezó hace mucho, mucho, mucho... tiempo.

La joven escritora en sudadera de chandal que pretendía pasar por invisible levantó la cabeza indignada.

Pero no habló. Primero, porque estaba paralizada de terror. Era el vórtice de todas las miradas.

Y el profesor siguió en su habitual tono de "conmigo nadie se mete", explicando a los alumnos que iba a tener lugar un concurso literario en el instituto y que -si dejaban de quemar contenedores y beber en el parque-, a lo mejor alguno conseguía darle la sorpresa y escribir una historia. Cosa que jamás ocurriría porque en su opinión éramos todos unos iggggnorantes y, cito textualmente, "¿a vosotros quién os ha engañado?"

La joven escritora que suscribe tenía trece años y en esa clase le dijo a su "intuición interior" que "cómo se atrevía aquel hombre" y "que se iba a enterar". O quizá fue al revés y su "yo interior" se lo dijo a su parte consciente. Sea como fuere, y con un enfado bastante intenso, se levantó al acabar la clase, se acercó al culpabilísimo profesor y le dijo:

-Voy a ganar ese concurso y usted me va a dar el premio.

A lo que el profesor, sin apenas dirigirle una mirada, contestó: "Sí, ya me gustaría..." y siguió al habla con otro alumno. 

Ni siquiera la miró. Mucho menos creer en lo que había dicho.

Al llegar a casa, la joven escritora preguntó a su yo interior qué relato ganaría ese concurso y "coso interior", propuso escribir uno de un diccionario.

Es el mejor cuento que he escrito nunca.

Salió en el periódico, ganó el certamen, y supuso un cheque de 10.000 pesetas (60 €) para que gastara en lo que quisiera. 

Y claro, la joven escritora que nunca había ganado tanto dinero en esa corta vida, compró libros. Docenas.

Así se enganchó a la Dragonlance ---) que a su vez le permitió aprender a escribir con estilo comercial.

La historia "del diccionario" era una trama circular en la que una niña recurre a un diccionario para buscar una definición y cada una de las acepciones le lleva a plantearse veinte mil nuevas preguntas hasta que, tras muchas consultas, llega al punto inicial. ((tanto buscar para acabar donde estaba al principio))

"Planta monocotiledonea de adorno..."

Ganó por unanimidad. Los profesores, admirados. ¿Quién era esa alumna?

No volvió a usar ese registro hasta que al cumplir los 19 años la metieron en un Aulario universitario inaugurado con prisas y sin medidas sanitarias suficientes. Por lo que escribió otra carta a un periódico que empezaba por: ¡Sólo para alumnos intrépidos! pidiendo a su "intuición interior" o más bien "permitiéndole" transmitir lo que estaba pasando. (¡Socorro, la calefacción no funciona, las persianas no se abren, los baños necesitan cosas que no están...! ¿de verdad hacía falta terminar esto con tantas prisas por motivos de reelección del Rectorado????????)

Y entonces su mayor enemigo, un tipo con el que había tenido enfrentamientos por debates éticos sobre trabajos en  la carrera de Publicidad, entró en clase con el periódico en alto diciendo: "¡Tenéis que leer esto, es buenísimo!" "¡Venid a verlo!".

Ese chico admiraba al "autor de la carta" como si fuera un adalid de la justicia estudiantil. Y cuando descubrió quién era su autora real... la perplejidad fue mayúscula. Le mostré la firma y dijo:

-No, no puede ser. Tú no has podido escribir esto. ¡Eso es imposible!

Es que a veces me gusta jugar al escondite.

Sólo es un tono, un registro.

Así que "yo no había podido escribirlo, ¿verdad?". Sí, lo sé. No me correspondo con mi aspecto. Mucha gente no me ve. No es su culpa, parezco un "bizchoco" y soy evasiva. Salvo si escribo, claro.

Ese tono en el que estaban escritos los relatos es lo que me hace partirme de risa cuando leo cierta historia de Eduardo Mendoza y es lo que me ha hecho partirme de risa leyendo un prólogo de un libro de alguien que es especial. Me he reído mucho, es una genialidad. Pero no os puedo decir qué libro es, porque la identidad de dos personas que salen mucho en este blog es secreta. 

Sólo os puedo decir que el prólogo es fantástico. Que lo he pasado genial. Y me han dado ganas de escribir todo un libro sobre la utilidad de cosas inútiles jajajajaj, o cuanto menos, "poco claras".

Y ahora voy a empezar a leer el libro, que me va a hacer disfrutar mucho también!!

¡Felices lecturas! 




1 comentarios:

Alexander Strauffon dijo...

Pues se ve que te gusta y te sale naturalmente. Eso es bueno.

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