En el que la investigación se me va de las manos.


Que levanten la mano los que no crean en la psicología.

Espero que haya muchas manos levantadas.

La verdad es que, en cuarentena, no había trabajado nada de ciertos temas con la experta psicóloga que conozco desde hace años y cuyas intermitentes visitas conmigo suelen acabar con un: "bah, mira, déjalo, no entiendes nada", seguido de que me levanto y me voy. Es genial tratar conmigo, no soy nada terca.

Hasta que, por casualidad, trabajamos un día on-line. Es decir, yo estaba en casa.

-Avanzas muchísimo más -me comentó-, creo que es porque te sientes segura en tu casa.

Quizá. Vaya usted a saber.

A ella le encanta que yo tengo una memoria prodigiosa. Y más cosas. Lo que no tiene mucho sentido porque pierdo el móvil y las gafas constantemente. Eso sí, me leo una lista de números al azar y al día siguiente soy capaz de recordarla. Sin ir más lejos, le pregunté a mi cerebro el nombre del informático que me había ayudado con un problema meses atrás y -a pesar de haber hablado con otros veinte informáticos, más de cien compañeros, y doce nuevas incorporaciones- mi cerebro me dio el dato como si tal cosa. Nombre y apellido. Pensé: "No puede ser". Lo era. 

Pero luego meto el café molido en el refrigerador. O me ducho con las gafas puestas.... 

Esas cosas.

-Te voy a contar una cosa, Nelly, y tienes que prestar atención -me dijo ayer la psicóloga-, nuestro cerebro se compone de "redes neuronales". Y para acceder a esas redes, a veces nos ayudan las palabras, y otras veces las emociones. Hay redes neuronales que están, y presta mucha atención a esto, desadaptativas.

Eso es cuando algo te causa problemas. 

-Si tú quieres intentamos acceder hoy pero... vamos a ir muy, muy, muy (añade ocho "muys" más) despacio. Pero que muy despacio. ¿Te parece?

Hum.

Me parecía.

Sacamos un montón de información.
Pero no se obtiene de manera gratuita. Quiero decir que uno no puede llegar y "piratear" su propio cerebro pensando que es como el que revisa estantes de una biblioteca. 
De hecho, soñé con un sms de móvil claramente dirigido a esta mujer. Pero no sé si darle el mensaje. Menuda noche. 

No me interesa el contenido, ni las "redes", vistas ayer. Esa es información que a vosotros no va ayudaros en nada. Y que tampoco sirve de mucho contar.

Sí que me interesa lo que pasó luego.
Fui a devolverle el libro a una amiga, y por el camino -ya es casualidad-,me topé con otra que conocí en un extraño y divertido curso de meditación. El profe estaba loco y nos dijo que se podían saber cosas de la gente "con solo mirarla" (uuuuuuh ¡vamos a jugar a los adivinos!). Sin embargo, yo le dije a mi "yo interior" que adelante, que jugáramos a los adivinos.

Una chica estaba a mi lado, me giré y me dirigí a ella diciéndole: "Tu madre se llama Tal" y ella, con sonrisa extraña pero divertida, contestó:

-Sí. Mi madre se llamaba así. ¿Y tú cómo lo sabes?

Luego me enteré de que su madre estaba muerta.

-¿¿En serio?? ¡Qué fuerte! -levanté la mano-, yo ya no juego más. 

-¿Por qué?

-Porque no me da la gana -dije, levantándome.

Sí, son de esas cosas guays de "ponte a jugar con tu yo interior". Menos mal que el Muso dice que no existen los poderes. ¡Jajajaj!
Y si el Muso lo dice, entonces no hay que tener miedo...

Esta amiga fue amiga mía un tiempo pero después, nos separamos. Aunque luego volvió al barrio y como yo no suelo guardar rencor a nadie, le escribí otra vez, y volvimos a hablar. Tuvimos un desencuentro muy absurdo, ella estaba en paro y yo no podía quedar mucho tiempo. Malinterpretamos una hora, y ya fue como "puesss, mira, si tú no te mueves, yo tampoco, ya que estoy muy ocupada", y pasamos casi doce meses sin hablar.

Pero hablamos de nuevo. Repito, yo tengo el sentido del rencor de una margarita.

Y allí estaba. Me paré en mitad de la calle y decidí dar una vuelta a la manzana, y justo, hay que fastidiarse, la vi llegar. En traje. Dudé pero... era ella.

-¿Menganita?

-Sí, hola -ella estaba cansada- ¿qué tal? Qué de tiempo...

-Bien, ¿cómo va todo?

Hablamos y le dije que la podía acompañar. Pero... no sé qué pasó, que algo empezó a ir mal.

Miré el reloj, estaba incómoda. La conversación era trivial, sobre trabajo. Pero me empecé a marear. Al final, al despedirme, seguí andando hacia casa de mi otra amiga, luchando por ignorar el sentimiento. Mi amiga bajó a recoger su libro. Y lo mío fue a peor. 
Tenía la sensación de ser totalmente transparente y -lo que es peor-, débil.
Era como si mi fachada de "todo va fenomenal" se fuera al traste.

-¿Te importa si me siento? Estoy mareada... creo que no puedo respirar con la mascarilla.

-Es ansiedad -dijo mi amiga.

-¿Qué?

-Que estas teniendo ansiedad, por eso no respiras. Siéntate un rato.

Luego fue mejor. Supongo que me sentí debil en comparación con ellas. No lo sé. 

Al volver a casa... lo mismo. Mareada. Haber comido poco no ayudaba.

Me senté en el sofá. 

Vaya desorganización interior tenía.

Con lo que me gusta a mí tener las cosas en cajas.

Esta bien ver el desorden para tratar de unificar personalidades interiores que llevan toda la vida peleando. O al menos, un buen montón de años. Partes que no hablan el mismo lenguaje. 

Y en medio de todo eso, escribí al actor.

Y el actor contestó.

Pero resulta que "esa historia" no es mía... Porque yo soy la parte "pragmática y adulta". Mientras que, al actor, le escribe otra parte. Que -dicho sea de paso-, él ve (no sé cómo) desde el primer día.

Así que "no tiene remedio".
A mí no me preguntéis...


0 comentarios:

Publicar un comentario

 

 

 

Creative Commons License
contador de visitas para blogger por paises