¿El fin del confinamiento?


Se ha montado una tremenda cacerolada en el barrio. Y con razón.

He salido a caminar, con mis cascos, mi mascarilla, guantes. De los nervios. Porque, todo hay que decirlo, antes de salir estaba de los nervios.
Al llegar a la calle, me encontré con muchísima gente. Tanta, que mi plan inicial de ir por la avenida más ancha pronto quedó descartado. "Callejea" me dije, "es mejor".
Pero ni callejeando. Me acerqué a la imprenta que quería que me imprimiera el manuscrito. Se trasladaban. Di la vuelta a la manzana buscando la nueva ubicación, pero no estaba.

Yo iba todo el rato mirando al cielo. Está muy despejado, Madrid no tiene contaminación. O tiene poca. Y yo, no tengo alergia. Así que si alguien me pregunta si existe relación entre la alergia a las gramíneas y la tremenda boina de Madrid, ya os digo yo que sí.

Me encanta mirar el cielo así que pasé como... doce manzanas siguiendo las nubes, los vencejos, las golondrinas, el rastro de los aviones y la luna. La luna estaba increíble.  "¿Cómo no lo ven?" pensé, mirando a la gente.

Pronto descubrí que era mejor invadir la calzada que seguir por la acera. La gente que va en grupo no es consciente de que si caminan en paralelo... no dejan espacio a nadie más. Eso me cabreó. Vi gente en bici entre los paseantes, una chica en patines bajó a toda pastilla la avenida, sin guantes, sin mascarilla y sin tener en cuenta nada, más que la velocidad que sentía. La entendí. De verdad, la entiendo, yo también echo mucho de menos deslizarme (mayormente, en bicicleta). 

Empecé a escuchar cacerolas. Al principio, tímidas. 

Decidí caminar hasta un cruce famoso que une cuatro calles importantes de Madrid. Quería ir a ver el cruce pero al volver decidí atajar por un parque en el que encontré amigos reunidos. Con y sin mascarilla. No caminando. Sentados, hablando, como cualquier otro fin de semana. Riendo.

Un señor parado en mitad de la calzada, daba la espalda al tráfico y deambulaba como si lo más importante de salir fuera salir a hablar por teléfono en la calle. No estaba caminando, estaba moviéndose dos pasos a la izquierda, tres a la derecha, sin mascarilla y a voz en grito. Vi llegar el coche de lejos pero no dije nada. El coche también le vio a él. Finalmente, pitó.

Empecé a recordar lo que me estresa cuando salgo de casa. Me estresa que la gente parece pensar poco en los demás. Todos nos obstaculizamos, pero existe cierta danza en lo que nos rodea. Y yo creo que hay que intentar -por lo menos-, que parezca que vas atento a dicha danza. Y ya el colmo es toparme con un joven (de mi edad, aprox) que iba con su novia. Cada uno por un extremo de la calle, es decir, o bien me acercaba a la novia, o bien a él. Al pasar por mi lado pensé: "¿Sois tontos o qué? Elegid uno de los lados de la calle". ¡Van en Babia! De verdad. A lo mejor están muy enamorados.

(me pregunta mi "yo interior" si eso los disculparía).

En fin. 

La policía pasó entre el barullo pero no pudo hacer nada. Y yo me subí a casa porque se me estaba empezando a notar mucho el enfado. 

Mi motivación para salir es caminar. Y ver el cielo. 
En realidad es el deporte. Pero no sólo es por salud (lo principal), en parte es por estar guapa (soy sincera). No quiero pesar diez kilos más al salir de la cuarentena. Estoy aprendiendo mucho sobre lo que me va bien y lo que no. Y veo que necesito moverme. Y tampoco quiero tenerle miedo a algo tan cotidiano como un paseo. 

Hay que encontrar la forma de hacerlo, con la mayor responsabilidad posible.

Pero que sepáis que, al menos en la ciudad, esto está muy complicado.

Saludos !!! 

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