De cómo acabó mi historia con el actor (casi sin empezar)


Por aquello de dar un final a los cuentos, y si bien es verdad que podría censurar mi intención de ser sincera (y subjetiva, pues os hablo de mi experiencia), considero oportuno y educativo contaros cómo cambiaron las cosas con ése actor que tanto me llegó a gustar.

Aunque por lo visto soy hiperracional (seguramente para compensar que en realidad soy justo lo contrario), sostengo la teoría de que el amor romántico es un ideal superior a cualquier otro tipo de relación de las que hoy en día al parecer se dan frecuentemente en el mundo. Creo que el otro tipo de relación es superior. Me refiero a ir al cine, abrazarse o pasear. Además de hablar, saber el uno del otro. Y esas cosas. 

Mis amigos me dejan un amplio margen de maniobra en mi toma de decisiones, pero la sonrisa irónica de uno, al que aprecio mucho, me afectó bastante con este tema. Y no quiso darme su opinión. Todo lo más que le sonsaqué fue: "No le vendría mal que tardaras en contestarle". Este amigo es muy realista y el contrapunto perfecto cada vez que hablamos de cualquier tema. Personalmente, ni mi postura es correcta del todo, ni la suya. Debatimos y él dice que es "brutalmente honesto", mientras que yo (y es verdad) mareo la perdiz con tal de no enfadar a nadie. Lo que resulta agotador e igualmente inadecuado.

Con esta premisa, vamos al meollo del asunto. Veréis, que alguien te guste o no, no depende de lo maravillosa o no que sea la otra persona. Yo tengo conocidos muy guapos y os aseguro que a nivel atracción no me dicen nada. De hecho, casi todo el mundo es guapo. Pero aquí la que suscribe es un perro verde y a no ser que vengas de otro planeta, es poco probable que me vayas a gustar. Con esta premisa y siendo super-amable con la gente, la situación de "Oye, de verdad, no eres tú, soy yo" se me da mucho. Y el otro se enfada. Y a mí me da dolor de barriga sólo pensarlo. No depende de que seas gordo o flaco, alto o bajo, amable o borde... la atracción es una extraña ciencia en la que a menudo lo que otros consideran defectos a ti te parece justo la piedra angular de una relación. Y que alguien no te guste no es menospreciarlo, sino que ocurre justo lo contrario: lo raro es encontrar a alguien que sí te guste. Al menos, en mi caso. Si todos nos gustáramos entonces la gente se enamoraría a cada instante. 

Hasta aquí, seguro que me seguís.

Bien, cuando yo conocí a esta persona (cabe destacar también que idealizo) tuve la sorpresa propia de que alguien me gustara, más todas las intuiciones previas -de las cuáles ya os hablé- y más tarde descubrí una serie de cualidades en él que me resultan atractivas. Y uso el presente, esas cualidades siguen estando y no se van a marchar. Hay cosas en él que admiro y otras que me intrigan. 

Hasta aquí, diréis, bien. Te gusta un chico. No parece algo tan malo. Y no lo es.

El problema es el equilibrio en la relación.

Podría haber hecho una gráfica. Desde la felicidad despreocupada del domingo a la tormenta del miércoles (en la que yo siempre rompía, me revolvía y arañaba, intentando alejarle a patadas léxicas) ¿Por qué? Algo no me cuadraba. 

Falta de interés.
((Y Miedo...))

Por su parte, no por la mía. Lo que nos llevaba de nuevo al punto de "lo que yo quiero" y "lo que tú quieres". 

Lo que me conducía a mí invariablemente a una tormenta interna. Seguro que a muchas y a muchos esta situación os suena. 
Las cosas se me complicaron bastante.
A nivel interno. De emociones. Y sólo de atisbar lo intensa que soy ya me ponía peor. Y me entraba pánico. Si seguía por ese camino iba a cambiar. Y hay unas normas. Mis normas siempre han funcionado, incluso siendo tácitas. Sólo que con él, es algo parecido a colocar una caja de cartón como dique artificial para detener el océano. No funcionan. Una parte de mí depone armas y acepta sin discusión sus maneras. Como si mi lógica aplastante fuera relegada por... algo emocional y absurdo.  

Hasta que me rendí. Si os parece difícil pelear con los demás, probad a pelear con vosotros mism@s. Puedes acabar absolutamente agotada. Y además no es sano. 
"Está bien, vale, te gusta".
Muchísimo.
Te gusta un montón. Tuve que admitirlo, aceptarlo y aguantarme.

La gente empezó a preguntarme: "¿bueno, y cómo estás hoy? ¿hoy le quieres u hoy has roto?"  ¡Jajajaj! Que malos. "Es que con tu relación nueva nunca sé en qué punto estas y tengo que preguntarte a diario"

Durante unos cuantos días hablé de nuevo con él. De libros, de cuentos, de otras cosas...

Hasta que presté atención "a lo que no dice". Una comunicación no sólo es el texto. Parte de la comunicación son los tiempos al responder o indicios que te demuestran dónde tiene el otro la atención. Analizando eso y viendo que yo sí respondía de manera prioritaria y él no, tras un "qué descanses" correcto y escueto, me levanté y me dije:

"A este chico no le gustas".

-Analiza el discurso -pensé, para mis adentros. Móvil en mano, en medio de la oscuridad.

Y estaba clarísimo. No le gusto. 
Levanté la persiana. Y entró la luz a raudales.

Sobre este punto cabe aclarar:

Un día me dijo: "Me gustas" en una cafetería (de hecho "es que me gustas mucho" fue su frase) y yo contesté: "¿Te gusto?" muy extrañada y dándome cuenta de que no lo sabía. Tres citas y una docena de besos para seguir sin saber si le gustaba. Es posible que no tenga claro quién o cómo soy. Desde luego, volví a casa pensando en ello. "¿Le gusto?" "¿Y por qué le gusto?" "¿Por qué habría de gustarle yo?" "Pero si tiene cientos de chicas..." (miles... al llegar a casa eran ya millones...)

A día de hoy estoy convencida de que no le gusto.

Porque la clave estaba ahí. "¿Eso es gustar?" Es un debate que hemos tenido desde el inicio de la relación. A mí cuando una persona me gusta, quiero estar con ella. La busco, me acerco, hablo... cierto que algo debo interpretar mal de mis emociones, porque acabo huyendo como novia a la fuga...  Pero al menos inicialmente, reconozco la emoción. Y hago las cosas normales que se hacen cuando se siente eso: llamar, interesarte. "¿Cómo le puedo gustar y si me caigo por una escalera no se enteraría en un mes?"

Eso no es gustar.

Tardar tres horas en responder a un mensaje no es gustar.

Pasar días sin preguntarte: "¿cómo estás?" no es gustar. Eso es indiferencia.

Busqué en Internet a ver cómo "rayos" funcionan los tíos. Y debatí con amigos, largas horas. Llegando yo a la misma conclusión. Eso no es gustar.
Mi amigo, el que me da siempre una visión diferente, me dijo: "Nelly, que yo tengo amigas así. No tiene que ver con que seas chico o chica".
Hum.

"No le gustas" me dije. 

Dejé el teléfono sobre la mesita y pensé:

"Y acuérdate de todas las veces que "otros no te han gustado" y tú eras amable. Como lo está siendo él. Si no le escribieras, no te echaría de menos. Es como esos amigos que tienes que están ahí, pero si no están, no pasa nada. Podéis pasar semanas sin escribir y la relación no se resiente. Sus vidas siguen". 

"¿Entiendes la situación?", le dije a mi yo interior.

Debió entenderla, porque pasé 6 días sin escribir. 
Y sin necesidad de hacerlo.

Los dos primeros, le eché de menos. Mucho.
Los dos segundos, ya supe que él no iba a escribir.
El quinto día me ocurrió una cosa, con la cuarentena, se me empezaron a olvidar todos los besos.
El sexto ya daba todo igual. Acepté tomar un café con un compañero que me lo pide siempre. Fue la primera vez que miré hacia delante dándome cuenta de que él no estaba, ni iba a estar.
"Que pena".
Me encogí de hombros. No depende de mí. Y seguramente, él tenga tanto control sobre su corazón como yo sobre el mío. Es decir, no es culpa de él. En absoluto.

Y entonces, en el día cinco sin mensaje, caí en la cuenta de que a mí no me gustan las adicciones. No veo series, no me engancho a cosas. No espero nada de los demás. Mi relación con todos los amigos que tengo es armónica. Ellos están ahí y yo estoy ahí. Entonces, ¿por qué arriesgarme a que me hagan daño? ¿Por qué pedir cosas a alguien que no está? 

¿No es un poco absurdo? 

Traté de enfocarlo como un problema de adicción. ¿Y qué es correcto ante un problema de adicción? Alejar el elemento que te tambalea. Por tanto, no escribirle. No verle. Eso es fácil. Hay cuarentena.

Bien, ayer escribió él.

Seguramente, un reenviado a cuarenta personas. Me avisaba de una función. Por suerte habían pasado 7 días. Me llega a escribir el tercero o el cuarto y me habría puesto de los nervios, otra vez.

Y allí sentada en el sofá, de noche, pensé lo siguiente, tenía 3 opciones para contestar:

a) No responder. Pero esta opción es mala para mí, callar cosas no es adecuado, como estrategia, es malo. No responder no era una opción para este momento. Igual, en el futuro sí. Cuando hayan pasado seis o siete meses sin verlo.
b) Hacerme la sueca. Responder fingiendo una indiferencia que no siento, es decir mentir. No era una opción viable. Tampoco era correcto. Enfadarse tampoco. Yo no estoy enfadada. ¿Por qué iba a estar enfadada? 
c) "Dile la verdad", pensé. La verdad es: "No pensaba ver la función porque... no creo que sea bueno para tratar una adicción. Pero vale, puedo ponerla de fondo". Y ya está. La puse de fondo. De fondo y procurando no prestar atención.

No me ha contestado. Lo que sin duda obedece a tres posibles situaciones (me encanta hacer de Sherlock Holmes):

a) Si lo ha visto..., no le ha prestado atención.
b) Te mandó el mensaje por error y dijo: "mecachís, ya no puedo borrarlo".
c) Se ha arrepentido de enviarlo. Pero de ser esa la situación, ¿para qué lo envía? (Analicemos de nuevo la conducta y no las palabras) No, no creo que sea un error, ni que no sepa de sobra cómo estas o lo que sientes. Pero una vez más es dueño de sus reacciones. Y no va a ceder. 

En esos 6 días de mutismo (que continuarán hasta el infinito) yo hablé con un ser muy querido. Después de 39 minutos de interesante debate me dijo que esa idea de amor romántico que yo tenía no existía, no era real. Me dijo que sí, que yo al chico le gustaba ("Si no, no quedaría") a pesar de mis reticencias a creer en una inclinación que por otro lado ninguna prueba sostiene. Y en tercer lugar, añadió que yo valía mucho más que todo este asunto. Cuando pregunté: "¿y entonces qué hago?" La respuesta fue: 

-Lo que tú quieras.

¿¿Cómo??

-Lo que a ti te interese. Lo que te apetezca.

¿Os acordáis de la tormenta? ¡Y yo qué sé qué me interesa! ¿Cómo voy a decidir si cada día cambio de opinión? ¡Es imposible! A no ser que exista un y un No! a la vez, en la misma frase, dudo mucho que llegue a dar una respuesta.

-Llevas toda la vida pidiéndole a los demás que decidan por ti...

Eso no es verdad, yo sé elegir bien sobre trabajos, expedientes, finanzas, economía y un sinfín de menesteres. Todo aquello que se pueda someter a un riguroso balance de "riesgos" y "beneficios" y conlleve una estricta previsión. (Lo que el Muso llamaría hacer Cajas) Todo aquello que implique lógica y realismo. Análisis de normativas, establecimiento de protocolos...  Sé muy bien elegir en muchos ámbitos.

-Y luego eres la mujer más terca del mundo...

En ese punto llevaba razón. Y además, drástica. Blanco o negro. No hay grises. La lógica no tiene grises. La lógica da respuestas claras.

No me resulta posible saber lo que quiero con el actor. Pero sí me resulta posible analizar la situación actual.

Y sé que lo de gustar o no gustar es la base de mi argumento y sigo pensando que esto es "no gustar". Por más que la vida sea mucho más pragmática de lo que yo pienso. Lo más probable, en una hipotética situación así en la que una hipotética chica se embarcara, es que la otra persona un día se enamorara y entonces te dijera: "Tenías razón, ¿recuerdas que llevo meses diciéndote que esto es más bonito que el amor ...? pues resulta que he conocido a alguien y me he enamorado. Así que te dejo porque ahora sí quiero estar con esa persona". Y la chica en cuestión se quedaría allí plantada, dándose cuenta de que se ha creído todas las mentiras que esa persona se contaba a sí misma (a veces la gente se cuenta mentiras y no lo hace a propósito). Por lo que la chica no sólo habría sido un poco tonta (le puede pasar a cualquiera) sino lo más importante, se habría traicionado a sí misma. Es como si alguien te convence de que cazar está bien, para luego un día volverse de Greenpeace. ¿Me entendéis? Y tú eres activista de Greenpeace y piensas: "lo que soy es imbécil". Porque arriesgarte para cambiar tu punto de vista por otro más correcto, está bien. Pero partir de un punto de vista correcto para darte un garbeo por el lado oscuro y acabar dándote cuenta de que tenías razón desde el principio, es un poco absurdo. ¿No?

Pues ya está.

No creo que nos veamos más.
=) Y este es el final de la historia. 

Además, tampoco es para tanto... Sólo es un chico. 


0 comentarios:

Publicar un comentario

 

 

 

Creative Commons License
contador de visitas para blogger por paises