Cuando no eres buena en la incertidumbre...



Quiero que imaginéis una chica soltera de treinta y tantos años, que lleva muchos viviendo sola. Con un montón de amigos y muy trabajadora. Y ahora vamos a repasar sus tres últimas relaciones a ver si arrojo algo de luz sobre ellas.

Hace unos dos años, conoció a un chico por casualidad, y tras tomar un par de cafés y coincidir con él varias veces, empezaron a salir. Pero no congeniaban. No por parte del chico, más bien era ella la que no le decía lo que quería, ni lo que sentía. Posiblemente, porque ni ella misma lo sabía. Al chico le preguntó: "¿tú cuando sales con alguien ese alguien es tu prioridad, no?" Pues había oído algunas cosas extrañas, y el chico dijo que sí. Lo que pasa es que este chico había estado casado y la protagonista de la historia nunca había convivido con nadie. Por lo que pronto (muy pronto) el chico quiso irse a vivir a su casa y ella no estaba preparada para eso. Además, el chico estaba en paro y además, le dijo: "¿Por qué no llegamos a un acuerdo en el que trabajas tú y yo me dedico a hacer cursos?". La chica, al oír aquello, se quedó helada y se negó. Y ya empezó a pensar que no quería convivir con él. Apenas llevaban un puñado de semanas cuando rompieron. El chico mandaba muchos mensajes... y también le hablaba de muchas chicas. Ella se encogía de hombros y pensaba: "haz lo que quieras pero no me metas a mí en la ecuación". Rompieron porque un día ella miraba al techo y una parte de su interior se sentía tan mal, que pensó que para sentir eso, era mejor estar sola.

El siguiente chico con el que salió era muy tranquilo. Pero a las pocas semanas, le ocurrió lo mismo. También quiso irse a vivir con ella, en muy poco tiempo. Y cada vez que estaba en su casa, ella le atendía como si fuera un invitado. Un día, muy nerviosa, hablaba con una amiga muy intuitiva, y ésta le dijo: "¡Pero mujer! ¡Así no puedes estar con un novio! ¡Si es como tener a la suegra en casa!".
Tampoco funcionó. 

Pasó un año y por casualidad lo volvió a intentar con el primer chico. Ésta vez, ese chico la conocía un poco más y se echó a reír un día al decirle: "madre mía, la primera vez que lo intentamos debió de ser muy difícil para ti". Sí. Lo fue. Otra cosa no, pero la chica era cabezota... y trataba de que las cosas funcionaran. Esta vez se empeñó más, pero... no funcionaron. Y lo dejó él. Lo dejó él porque se dio cuenta de que a la chica no le gustaba.

La chica protagonista de la historia, tardó aún muchos meses en darse cuenta de que él tampoco le gustaba a ella. Y es que ser honesta con una misma, no es fácil.

Si repasaba toda su larga trayectoria de intentos de noviazgo, quitando uno, siendo muy joven, los demás en realidad no le gustaban. Y el noviazgo duraba lo que podía durar el tiempo que tardaba su parte emocional en imponerse sobre la racional que sopesaba, valoraba y argumentaba con buenas razones el porqué la relación tenía que fluir. Aunque no fluyera. La pregunta: "¿pero te gusta ese chico?" era la que más le hacía la gente que la apreciaba. 

De las citas de internet y aplicaciones, mejor no hablar. Como unas amigas muy queridas las usaban a menudo, la protagonista de esta historia probó. Y los cafés eran desastrosos. Una vez quedó con un chico muy guapo que quiso volver a verla, pero en la segunda cita ella tenía todas las barreras levantadas. Y mientras el chico hablaba de abrir una botella de vino en su loft (era un chico de mucha pasta) ella pensaba: "Sé amable y a ver cómo sales de aquí..." No quería ofender al chico. Y guapo era un rato. De hecho, era demasiado guapo para ella (pensó), mirando su traje caro y oyéndole hablar de las altas finanzas en las que se movía.

Al final un día se encogió de hombros y dijo: "Mira, tienes muchos amigos y mucha gente que te quiere. Disfrútalo porque no va a haber nada más".

Y entonces alguien compró unas estúpidas entradas de teatro.

La solterita fue al teatro, se divirtió y luego -pasadas varias semanas-, abrió un día en el ascensor un cuento de un remitente que por ser extraño, ya le había borrado varios mensajes. Pensó que era uno de esos reenviados de publicidad, a mucha gente. Pero leyó uno de los cuentos y contestó. Y el autor, le contestó a ella, a su vez ella volvió a contestar...

Quedaron para un café....

La tarde del café nuestra protagonista tenía una cena de empresa. Y mientras pasaba al lado de una tienda de colchones y enfilaba el camino hacia la biblioteca, se dijo: "¿Para qué quedas? Si va a ser un desastre. Yo es que no sé cómo no aprendo... te vas a poner hiper nerviosa y será super incómodo." A lo que su interior replicó algo, a lo que ella volvió a contestar en palabras con forma de pensamiento: "Bueno, mira, pues ya está. Será una hora, te tomas el café, hablamos de él, sonrisas y tal.. y corriendo para la cena de supervisores".

Antes ya de entrar en la cafetería había encerrado esa hora en una caja mental de tiempo que no iba a ser agradable sino incómodo. Y llegó y vio al chico, y se sentaron y pidieron un café. La primera señal de alarma debió ser que no se sentaron uno frente a otro, sino al lado. La protagonista de esta historia prefiere sentarse junto a que no enfrente. Porque la posición de enfrente, a menudo es un poco incómoda. Igual cambió ella el asiento, a lo mejor lo cambió él. De eso, la protagonista de la historia, no se acuerda.

El comienzo del café fue como el comienzo de cualquier otro café. Hablar de trabajo. Sólo que el chico parecía muy relajado. Empezó a contar historias y resultó ser científico. Pero no hablaba de eso, sino de cómo dejó su campo. La protagonista de esta historia (publicista renegada) se reía y comparaba su vida con la suya (jugando a "¿dónde estabas tú mientras estaba yo en...?"), pues había sido en una época similar, lo de romper con lo anterior y cambiar de sector. El sector de él, todo había que decirlo, era más divertido.

No sabe en qué punto fue pero sí se dio perfecta cuenta de ello, cuando cambió la posición y subió las piernas al sofá, doblando las rodillas.
Sabe también que lo hizo por el lenguaje corporal de él. 
Y a partir de ahí, ocurrió algo que no ocurría nunca:

-Mis amigos... -comenzó.

Y se tiró mil horas hablando de sus amigos. 
Ya no era un café con un extraño, ahora estaba con alguien en quien confiaba ligeramente, y al que le quería contar cosas.
Esto, repito, jamás pasa.
Ni con sus parejas.

Miró el reloj y se dijo: "ay va, la cena". Y él tenía también trabajo.

Pagaron, se despidieron, caminaron hacia el metro. Y entonces, entre muchas sonrisas, él dijo: "Hablamos" y ella contestó "hablamos" y siguió andando.
No fue sino al llegar a la tienda de colchones (pasada la biblioteca) donde se dio cuenta de algo.

"¿Y el teléfono?".

Y fue ahí, en lo que todo volvió a cambiar.

Detenida ante el paso de peatones, se dijo a sí misma: "Aaaay, te has equivocado". Y le explicó a su "yo interior" que había confundido todas las señales, pues cuando una chica le gusta a un chico, siempre, el chico pide el teléfono. "Hablamos" o "Hasta la vista" o "Ya nos veremos", son fórmulas de "ha sido bonito y tal, bueno venga.. hasta más ver".
Unos cuantos pasos más allá, concluyó: "Que no le gustas, vamos".
Y ahí quedó.

Pero los mails se sucedían. Ocho correos en un día y cero correos en tres. 

La protagonista de esta historia, viendo que se le estaba escapando de las manos, mando un extenso e-mail argumentando el porqué no debían seguir escribiéndose. La respuesta fue: "¿vamos al cine?"
¡Jajaja!
Eso estaba dicho en "cerebrés". Lenguaje de la parte emocional del cerebro. Lo que provoca risa.

Al tener el teléfono, la cosa no mejoró. Si de algo se jactaba la protagonista de esta historia es de poder tardar una semana en contestar un mensaje. O de poder pasar un día whasapeando sin parar y al siguiente no decir ni pío. Una de las cosas que le agobiaban muchísimo de sus parejas eran los mensajes de whasap.
Sin embargo, con este chico le pasaba lo contrario. Una vez interrumpió una clase para mirar el móvil y pensó que el mundo estaba del revés.

"¿Qué está ocurriendo?".

Lo que ocurría es que perdía el control. Y si al menos el otro le hubiera dicho: "Me importas, cálmate". Pero las respuestas del otro no podían ser más equivocas. O no. No tenía un "no me importas", por escrito. Pero sí un "no busco lo que buscas tú".

Así que la protagonista de esta historia rompía con el chico los miércoles para volver a quedar el fin de semana. Y en una de estas citas, frente a un espejo que decía "está usted en la realidad: haga el favor de ser surrealista", el chico le dijo:

-Igual deberíamos dejarlo pero es que... ¡Me gustas!

Y la protagonista de la historia alzó las cejas.

-¿Te gusto?

-¡Pues claro! Tengo trabajo y quedo, ¿no?

-Si no me lo dices, yo.. yo que sé si te gusto.

A día de hoy, sigue sin tenerlo claro.

Los días normales, en los que la joven protagonista hace su vida, no hay problema ninguno. Pero cuando tiene un disgusto (como ayer) y busca instintivamente apoyarse en él, él no está.
Lo que provoca una gran pelea interior.

Él le dice que aprenda a vivir con la incertidumbre, pero ella no puede. Y la historia tiene un final abierto aunque seguro que muchos de vosotros anticipáis la tragedia... 

Os dejo aquí el cuento para que pongáis el final que más os guste.
Sed buenos con la protagonista. Podéis publicar como "anónimo", si queréis. Pero los comentarios son visibles solo después de moderación. El blog tiene bastantes lecturas y hace unas semanas alguien puso comentarios de publicidad, así que tuve que poner la moderación.

Saludos!! 






2 comentarios:

David Hernando (Davidel) dijo...

Al poco tiempo, algo drástico, cambió en la vida de la protagonista. Esto, ya se anticipa, fue un rayo de luz para ella.
Sin dolor, no hay amor. Que se lo digan a ella sino. Aunque lo del amor, amor verdadero, no lo descubriría hasta pasado unas semanas. Unas semanas de confinamiento. Algo que cambiaria la vida de muchas personas, incluida la de nuestra protagonista.
El chico, todo hay que decirlo, era guapo, inteligente, divertido… Pero ante todo, había dado en el botón correcto, para tener a nuestra protagonista enamorada.
Ella enamorada, tendríais que conocerla. Es perfecta, aunque lo negaría. Es una chica guapa, simpática, divertida, trabajadora, entusiasta, etc. Y claro, no se enamora así como así.
Ya lo daba todo por perdido. No es de extrañar, pues él había rebasado su límite de oportunidades. O al menos es lo que le hubiese gustado a la protagonista. Alguna oportunidad le quedaba a él. La última.
Pasaban los días. Encerrada en su casa, trabajando por la mañana y disfrutando por la tarde. Leyendo, dibujando, escribiendo. Con la mente en calma. Tuvo tiempo, al igual que muchos, de interiorizar todo lo que rodeaba su vida. Meditación y una merienda a base de té, esa es su formula. Y la sirvió, vaya si lo hizo.
Mientras ella reorganizaba su mente al pasar los días, nuestro otro protagonista… como decirlo. También tuvo tiempo de reorganizar su mente. Cuando lo hacía, se acordaba de sus amigos, sus fiestas y su familia. Y al final de cada pensamiento, el rostro de la chica inundaba toda su visión. Su rostro de ojos azulados, cabello dorado y preciosa sonrisa, inundaba su visión por completo.
Él no quería enamorarse. Tenía miedo. Ella era perfecta para él y lo sabía. Por eso su actitud en las semanas anteriores. Sin darse cuenta se había enamorado. Al principio se lo negó el mismo. Pero cada día miraba el móvil y el correo, pero no recibía mensaje alguno por parte de la chica. Eso le quitaba el apetito, le dolía el estomago. Algo muy desconocido estaba pasando en su interior. Si en los días atrás, sus pensamientos era: amigos, fiestas, familia y el rostro de su enamorada, ahora era: rostro de su enamorada, rostro de su enamorada y para acabar, rostro de su enamorada.
Tenía miedo, ahora sí. Pero no de enamorarse, sino de perderla. Había dejado de escapar la que puede ser la mujer de su vida. Y no podía salir de casa para decírselo, besarla y acabar abrazados. Todo en su interior se estaba hundiendo. Quería compartir su vida junto a ella, conocer a sus amigos y familia. La escribió.
“Estoy enamorado de ti, he sido un estúpido” sin respuesta
“¿Qué tal estás?, perdóname” sin respuesta.
“vale, lo he cogido. Me lo merezco, no he sabido apreciarte en toda tu esencia y ahora pago las consecuencias” sin respuesta.
“solo pienso en ti, eres perfecta para mí y lo he estropeado todo” sin respuesta.
“Yo mismo me he roto el corazón, siento si te lamenté” sin respuesta
“no puedo dejar de pensar en ti, no sé que voy hacer” … mensaje leído.
Hasta pasada tres horas la chica no contestó. “mañana acaba el confinamiento”
Chico: “todo ha cambiado, yo he cambiado. Supongo que lo que te hice sentir se ha ido. Siempre estaré ahí, para lo que quieras. ¿Querrás dar una última oportunidad al chico más torpe del planeta?
Chica: “¿tomamos un café?”


Muack!!

Nelly dijo...

Precioso!!!!
Un hermoso final feliz... Poco verosímil... Jajajja!
Davidel, eres un amor!
Qué afortunados somos todos tus amigos!
Gracias por esa conclusión tan maravillosa y esperanzadora para el relato.

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