Los cuentos de Nelly.


Aprendí a leer con la palabra RA-NA.
Llegué de parvulitos y me senté en una mesa de cristal que años después, asombrada comprobé que no me llegaba ni a la rodilla.
En aquella época el mundo se componía de piernas y zapatos. Tardé décadas en comprender que el hombre que me regalaba los cubiertos de Iberia en aquel lugar de suelo brillante y deslizante era mi tío. Para mí, era un gigante de esos que me rodeaban, con zapatos negros brillantes.

- ¡No puedes acordarte de eso, Nelly! -dijo mi madre-, ¡eras demasiado pequeña!

¡Pues claro que me acuerdo! La familia cuenta que, por algún motivo extraño, me encantaban los cubiertos de plástico del avión. Siempre he sido muy rara con los regalos. Así que, pensé, mucho después, el señor de zapatos brillantes era mi tío. Y aquel lugar al que había que ir con el vestido de los domingos era el aeropuerto. 

En aquella época de rodillas y zapatos, y finales de faldas rosas, y pies y suelos, yo tenía una profesora que nos enseñó, o intentó, enseñarnos a leer.

Yo llegué a casa, y mientras mi padre veía las noticias (por aquel tiempo, pensaba que trabajaba en la tele. Y cuando esa parte de mi mente me interrogó con algo, recuerdo que contesté: "No lo entiendes. Todos trabajan en la tele" ) ¡JAJAAJJ! Todos los seres humanos trabajan en la tele. Sino, ¿a dónde van por las mañanas? ¡jajaj!

Bueno, como iba diciendo (esa cosa adivinaba números de lotería, ese era otro de mis juegos. En aquella época, sentía que había una... cosa... digamos, armónica, en todo lo que nos rodeaba. Y que si mirabas fijamente una bola, era fácil saber el número que iba a salir. El truco estaba en no pensar en la bola, sino en lo que rodeaba a la bola. Entonces decías: ¡El 5! y salía la bola 5).

Claro que también me daba miedo la oscuridad así que vaya usted a saber sino estaba un poco loca... un poco sí. Bastante. No dormía, no comía. El más leve cambio en el entorno, a mucha distancia, me sacaba de quicio y me ponía histérica. No fui... fácil de criar. Lo compensaba intentando ser buena. Un poco trasto y marimandona (había muchos juegos que organizar) y gritona pues llegaba a casa sin voz de tanto reír y reír y hablar, pero de corazón noble. 

En aquella época me senté en la mesa de cristal, y empecé a jugar con mis trozos de papel. NA-RA-LA.

Cada vez que juntaba dos sílabas, decía:

- ¡¡Papá, papá!! ¿Qué pone aquí?

Me lo leían. Y seguían viendo la tele.

- ¡¿Y aquí?! ¿Qué pone aquí?!

Huelga decir que, cuando anunciaban la programación de la tarde, yo gritaba como una loca para que alguien viniera a leerme lo que ponía, no me lo fuera a perder. Al crecer, mi madre se reía con eso. Creo que, desde mi más tierna infancia, alguien tendría que haberse sentado conmigo a hablar sobre "no ser tan controladora". 

- Nara. Nana. Rala...

Así, una y otra vez, hasta que junté: RA-NA.

- Rana.

Y entonces, en mi mente, por arte de magia, salió un bicho verde conocido como "rana" por los seres humanos.
Una RA-NA.
Así, sin más, de la nada. Y la tenía. La tenía allí, en mi cerebro.

Y aluciné.

Bueno, veréis... comprender que podía tenerlo T-O-D-O.

Zapato, rana, mesa, catarata, nube, cielo, amor, alegría, caballo.

Todo.

Absolutamente todo.

Era un código de todo. 

Y sí, ahí empezó, mi obsesión por las palabras.

Leía compulsivamente. Cada palabra era una caja nueva que rellenar. Eso explica que terminara con la biblioteca de la clase, de mis padres, de la vecina -cuyo ratón blanco me mordió en el dedo y todos se asustaron mucho aunque yo lo que pensé fue: "uy, qué rojo y qué caliente está este líquido raro"-, allá donde había un libro, allá que iba yo.

Fui campeona de lectura de la clase.

Así que, en realidad, todo esto viene por culpa de una RANA.

Lo que yo os pregunto ahora es -cuando el que me enseña Dharma, o con el que aprendo Dharma-, me ve y me dice:

- Ay, ranas, ranas....

¿Lo sabe?

O... ¿es todo una gigantesca casualidad?




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