Cuentos del niño mensajero - El adiós.


Cualquier intento de descripción del amanecer se habría quedado corto para reflejar su belleza. Pero la Alcaldesa no era consciente de ello. Sentada sobre su escritorio, con el brazo el alto, esperaba que llamaran a la puerta. 

Poco después un golpe de nudillos anunció la entrada del pequeño cartero de la Ciudad de los Cuentos en la casa consistorial. Al ver a Nelly, acusó de inmediato su dolor y sufrimiento.

- Menudo corte.

Ella frunció los labios y alzó un más el brazo herido. El cartero se acercó y lo examinó con cuidado.

- No dejes que se infecte.

- ¡Es un mentiroso! -exclamó Nelly (refiriéndose, sin duda, a quién le hubiera hecho daño)- ¡Un falso y un mentiroso! ¡Mira! ¡No puedo dormir bien con esta herida! Me duele. Todo el rato. 

Su visita fue a por un poco de agua y la echó sobre la piel.

- 8 años de mentiras parece una mentira difícil de mantener...

- ¡Pero me odia! ¡Era todo falso! ¡No era verdad!

El agua la reconfortó y observó como el cartero la curaba. Lo que distrajo su atención y le proporcionó un oasis de paz entre tanto ajetreo mental y sufrimiento. 

- Nelly, ¿crees que si alguien entendiera tus intenciones del otro día te habría hablado de semejante manera?

Ella se quedó pensando. 

- No.

- Entonces, ¿no puede ser quizá que se haya equivocado?

- Puede ser.

Era una ventaja que no pudiera cruzarse de brazos, en su habitual postura defensiva. El niño mensajero la siguió curando hasta que la piel quedó sólo marcada con un corte limpio que no tardaría en cicatrizar.

- Él te dijo muchas veces que no era un maestro. Que era como pedirle a un estudiante de medicina que hiciera una operación de cerebro... ¿verdad?

Nelly suspiró.

Se removió inquieta y miró al cartero a los ojos. Desde que había llegado, se sentía mucho mejor. Las heridas tardan en cicatrizar, sabía que iba a necesitar unos días. Decidió tener paciencia. Pero, preocupada, le pidió al cartero algún escudo para protegerse mientras se le pasaba el daño y el mal humor.

El niño se echó a reír ante su sugerencia.

- ¡No quiero hablar con él en mil años! 

Para su desconcierto, la risa del otro aumentó.

- ¡Hablo en serio! ¡Es malo! ¡Y tú lo sabes mejor que yo! ¡Quiero un escudo! Que no se acerque, que no me hable, que no me miré. No quiero que me cotilleé. Le odio!!! ¡Es todo mentira!

- No necesitas escudo.

- Sí lo necesito... me volverá a engañar. Y es malo. Tú sabes que es malo. Es una mala persona. 

- Tranquila, Nelly. Céntrate en estar bien tú y olvídalo.

- ¿Le puedo ignorar cien años? ¿Puedo no volver a hablarle nunca? ¡Dame tu palabra! No dejes que se acerque de nuevo. 

El cartero no contestó. Presa de la desesperación, la Alcaldesa se puso en pie y dio una vuelta por el cuarto, inquieta. Cuando logró serenarse un poco y miró a su alrededor descubrió que el cartero se había ido. La herida estaba mucho mejor.

- ¡¡Sí qué me hace falta escudo!! -gritó al vacío de la habitación como si el niño pudiera oír las palabras-. ¡No pienso dirigirle la palabra en mil años! ¡¿Me oyes?! ¡Borraré sus correos, cerraré su mail! ¡Lo borro para siempre! ¡Y además le odio! ¡Por hacer daño!

Curiosamente, en la distancia, sólo le pareció escuchar una risa. Acarició su brazo izquierdo con la mano derecha, en un gesto de cuidado hacia una misma, y se prometió, pasara lo que pasara, no volver a dirigirle una sola palabra al Muso en lo que quedaba de milenio. Y se sintió mejor, sabiendo que volvía a tener su pequeño círculo de aislamiento y felicidad. 



0 comentarios:

Publicar un comentario

 

 

 

Creative Commons License
contador de visitas para blogger por paises