Cuentos del Niño Mensajero: El enfado.

¡toc toc toc!
Llamaron a la puerta del pequeño cartero que, somnoliento, se acercó a abrir con el cabello despeinado.
- ¿Nelly?
Era la primera vez que la Alcaldesa acudía a verle a su casa.
- ¿Tú y yo estamos enfadados? -preguntó ella, impaciente.
El niño mensajero se restregó los ojos y, muy sorprendido, la observó de pie, con los hombros tensos, en el umbral de su casa. Era casi mediodía. Sin embargo, el cartero estaba durmiendo. Aquella jornada no tenía encargos...
- ¿¿Lo estamos?? ¡contesta!
-  ¿Te lo ha dicho el Muso...? no, espera, si el Muso te lo hubiera dicho simplemente lo habrías negado. El Muso te ha hecho darte cuenta.
- ¡¡Sí!! ¿Se puede saber por qué estamos enfadados?
El cartero no creyó oportuno señalarle que su presencia ya demostraba la respuesta a la primera pregunta que hizo nada más abrirle. Por lo menos ella, estaba enfadada. Pero como era la primera vez que era Nelly quién iba a verle (sin estar dormida), creyó oportuno invitarla a entrar.
La casa del niño mensajero en la Ciudad de los Cuentos era una vivienda de dos plantas, decorada con austeridad y con muebles algo toscos, pero fuertes y útiles. Nelly indagó con mirada curiosa, a ver si descubría algún cuadro en la pared o cualquier pista que pudiera decirle algo más sobre el misterioso cartero que iba y venía a su antojo y siempre parecía saberlo todo de todos los habitantes de la Ciudad de los Cuentos. 
- ¿Por qué estamos enfadados? -le preguntó, comparando mentalmente aquella casa humilde con su alcaldía, llena de cuadros, dibujos, figuritas y tesoros acumulados durante años.
- Y lo más importante, ¿por qué no me lo habías dicho nunca?
- Pero si te lo digo cada día, Nelly -respondió el niño-, anda, siéntate, y te lo cuento...



El pequeño cartero se rascó una ceja y luego se restregó los ojos, pensando en si de verdad la alcaldesa estaba preparada. Ambos se sentaron frente a frente en la mesa, y el cartero tomó la palabra:

- Como preguntas por una circunstancia concreta, voy a responderte. Cuando entras al trabajo cada día, piensas: "hoy lo voy a gestionar todo muy bien", ¿es correcto?

- Bueno, no lo sé... -Nell se cruzó de brazos-, no pienso nada... voy y ya está. No pienso cosas. Solo voy al Ayuntamiento.. y trabajo. Como todo el mundo cuando va a trabajar. 

El cartero la miró fijamente:

- Voy a gestionarlo todo muy bien, voy a ser la más rápida, voy a responder con energía... ¿quieres que siga?

- Vale, es cierto.

- Cuando la gente empieza a delegar en ti, te parece bien, ¡e incluso piensas: más, quiero más trabajo! Y empiezas a competir contigo misma. ¿Es o no es cierto?

Nell abrió la boca para contestar... pero se quedó callada. Es posible, quizá, que sí que pensara, "a ver si lo puedo hacer más rápido aún..."

- Es verdad -contestó con la boquita pequeña.

- Luego, llega en un punto en el que trato de avisarte de que estás saturada. Pero no me haces ni caso. De hecho, eres una auténtica experta en desatenderme.

Nelly se puso roja. Roja como un tomate maduro.

- Con lo cuál, me dedico a interponer en tu camino los despistes más pequeños, ridículos y divertidos que pueda imaginar... a ver si te das cuenta.

- ¡¡Tú!! -exclamó Nelly acusadora-, ¡¡lo sabía, ¿cómo es posible?!!

- Lejos de lograr mi propósito te sobrepones a los despistes y todavía me exiges más. Y suele ser en este punto, Nell, en el que alguien viene y te exige todavía más labor. Tú respondes que no, pero acto seguido te disculpas porque me exiges a la vez que sea capaz de hacerlo, con lo que la otra persona suele enfadarse por cosas tan absurdas como que no cumplas de inmediato sus deseos. Cuando internamente la respuesta que te viene a la cabeza es otra. Otra, que yo te sugiero, bien diferente, ¿verdad?

- ¡Claro! A partir de ahora seré un ogro... -contestó Nell cruzándose de brazos y mirando al techo.

Por eso el niño cartero no sabía si era pronto para mantener aquella charla. Aunque debía ser el momento oportuno, pues que había llegado.

- Cuando eras pequeña contestabas sin tanto remilgo. Y de hecho eras bastante divertida.

Nelly paseó la mirada por la habitación. El niño mensajero continuó hablando:

- Tienes dos opciones, o bien trabajas de un modo menos exigente contigo misma, cosa que no creo que consigas hacer dado que eres un desborde de energía matutino... y de hecho, te diría que eres un desborde de energía en casi cualquier situación. O bien, aceptas el hecho de que llegará un punto en el que te señalaré que estás saturada y a no ser que desees seguir sufriendo tendrás que cortar de raíz la complacencia de los deseos ajenos. 

-¡¿Qué?!

El cartero suspiró y dijo:

- O reduces el ritmo de trabajo para ser constante, pero lenta, o me sigues desafiando pero buscas el modo de detenerte antes del enfado.

Esa era la frase que la Alcaldesa había ido a buscar. Pestañeó mientras la asimilaba, sin decir nada. Estaba sopesando si hacer caso o no al cartero. 

- Por cierto, dile al Muso que del conflicto subyacente nacen bellas historias. No vaya a ser que al final te conviertas en quién eres y dejes de escribir...

- Hum -respondió Nelly haciendo un mohín-, ... o podría convertirme en un premio Nobel.

- Claro, claro.. exígemelo, anda -contestó el niño mensajero bostezando-... Creo que voy a volver a la cama.

- ¿Y "cómo" hago cuando los demás se enfaden? Porque se enfadarán.. ¿verdad? 

- Con el Muso, ¿tú te enfadas?

- No, ya no. Pero antes ¡mucho! -respondió Nelly-, ¡me pillaba cada cabreo...! Sin embargo él sabe... ¡oh, señor, ¿cómo puede saber tanto?!

Al cartero le dio un ataque de risa.

- ¿Qué? ¡No tiene gracia! -afirmó la alcaldesa-¡Él sabe y yo no sé! Le dieron un manual de instrucciones mucho mejor sobre el ser humano. Bien podrías haberme conseguido uno... ¡si el muso tiene una ciudad de los cuentos, su cartero es mejor que el mío...! 

Hubo una pausa. Él no contestó a la provocación y Nelly se puso a pensar en sus despistes y en los momentos en que ocurrían. Recordó que el día anterior cuando tenía un enfado monumental se confundió al girar en un cruce y en vez de dar el intermitente de su coche, accionó el limpiaparabrisas y se olvidó de meter la marcha. El resultado fue que un pequeño coche azul giró a la izquierda, ante la mirada atónita de una señora y su perro, que no entendían porqué aquel utilitario aceleraba en vacío mientras la conductora observaba perpleja el limpiaparabrisas bailando en un día espléndido de sol. Claro, a Nelly le dio la risa. Fue tal el ataque de risa que se le pasó el enfado.

- ¡Eres un niño mensajero muy malo! -le recriminó.

- Pero divertido...

 - Bien, seamos prácticos, ¿qué hago?

El niño mensajero paseó arriba abajo, en silencio. ¿Qué hacer? Ahora que se había dado cuenta de que estaba enfadada, y de las miles de veces que se enfadaba al día, ¿qué remedio podía darle? Uno que pudiera llevar a la práctica. 

- Escucha... y escucha bien: no es malo que trabajes enfocando toda tu ilusión y energía, ni siquiera es malo que compitas contigo misma, pero necesitas aprender a decir que "no" a los demás... sin sentirte culpable. 

La alcaldesa suspiró y hundió los hombros.

- ¿Y cómo puñetas consigo eso? ¡ah, ya sé! yo digo que no muchas veces...

- Pero te sientes mal. 

- Pues sí.

Y se enfadaba muchísimo. Consigo misma, no con los demás.

- Sin embargo, cuando el Muso dice que no... hasta piensas que le queda bien.

Nelly suspiró... eran tantas las cosas que le quedaban bien al Muso. 

- Bueno, pues aprende de él -respondió el cartero-, ¡y asunto resuelto! y ahora, déjame dormir. De noche trabajo mucho y si no duermo ahora, después estaré muy cansado...

Con cortesía pero sin dilación, acompañó a Nelly hasta el umbral y dio por concluida la visita. A fin de cuentas, ella tenía libros, historias, ejercicios y tareas para entretenerse el resto de la tarde.

Sorprendido por su visita, no obstante, permaneció un rato en silencio contemplando la pared vacía que tenía enfrente y pensando en Nelly, y en el Muso...

FIN. 


0 comentarios:

Publicar un comentario

 

 

 

Creative Commons License
contador de visitas para blogger por paises