Nelly y la Playa de los Cangrejos

Esta historia comienza con el desembarco de Nelly en una playa aparentemente tranquila. Una playa sin nombre, sin bullicio, casi sin gente. Sin olas especialmente grandes, ni nada destacable en ella.



Nelly pensó que en una playa así no habría cosas interesantes para hacer, por lo que decidió dar un paseo sin objetivo alguno… solo por el placer de pasear.
Había caminado unos pocos metros cuando reparó en la gran cantidad de caracolas que había en el suelo.
- Qué curiosas –se dijo.
Trató de levantar una pero se resistió, así que se fijó en varias de ellas y al final tiró de un enorme ejemplar y lo puso boca arriba sobre la palma de su mano.
Quería ver de lo que era capaz.
La caracola al principio se mostró muy alarmada, sacó un ojo al que precedía una larga antena, se encogió, se alargó, se volvió a encoger y se escondió en su casa. Al cabo de un rato volvió a estirar la antena. Cuando parecía que no iba a poder hacer nada más, de pronto giró 360º dentro de su concha y se estiró con mucha, mucha fuerza, intentando alcanzar algún punto de apoyo para darse la vuelta. 

“¡Vaya!”, pensó Nelly, “…sí que pone de su parte”.

Viendo sus dantescos esfuerzos por volver a poner el mundo en su dirección correcta, Nelly le acercó un dedo índice al que rápidamente se pegó para darse la vuelta. Luego, lo más gentilmente posible, Nell la acercó a una roca que se le antojó adecuada por su tamaño y orientación. Siempre con un ojo parabólico por delante, la caracola abandonó su mano y bajó a la roca en la que se afianzó como una ventosa húmeda en un azulejo. Nell siguió paseando mientras pensaba en el esfuerzo del molusco de mar cuando de pronto se asombró con un nuevo descubrimiento.
 - ¡Vaya! –dijo en voz alta.

Había descubierto una colonia de cangrejos. Enclavada en lo más recóndito de la playa, en una laguna natural de agua salada que comunicaba con el océano en la pleamar y quedaba aislada en la bajamar. Nelly nunca pensó que pudiera haber tantos. Chiquititos, grandotes, alargados, verdes, moteados, peludos, rojizos, diminutos y todavía más inverosímiles por su tamaño minúsculo, inferior incluso al de una yema de dedo pulgar.

“Es como una guardería de cangrejos”, pensó, mirando el fondo de la laguna salobre donde se amontonaban conchas, algún que otro cangrejo muerto, algas y camarones saltarines.

“Vaaaaaaaaayaaaaa” pensó Nelly observándolos.

Al pisar una roca notó un siseo y bajó la vista hacia la oquedad que configuraba con dos peñascos más pequeños. Vio entonces un puñado de patas gigantes que se escondían en un recoveco que quedaba fuera de su alcance. Aquellos debían de ser los cangrejos más grandes del mundo, se dijo, viendo sus enormes patas. O por lo menos los más grandes de la playa.

Pasó un buen rato observándolos entretenida y pensó: “Qué pena no tener algo con lo que capturarlos para verlos más de cerca”. Quería conocerlos. Indagar.

Entonces se fijó por casualidad en la repisa de roca que había a la altura de sus ojos, salvando el desnivel de la laguna. Un enorme eucalipto había arrojado allí, merced del viento, media docena de palitos y ramas finas.

“¡¡Uy, qué bien, palitos!!” pensó.

De un salto alcanzó la roca más alta, subió a la cornisa y bajó con dos palos finos y mucho entusiasmo. Ya tenía una forma de presentarse ante los cangrejos. De hacerles saber que existía.

Acercó el primero de ellos a la cabeza de un crustáceo verde (sí, no tienen cabeza diferenciada, pero le pareció que sobre los ojos era un lugar inmejorable para que la vieran), y con suavidad hizo “toc-toc” sobre la concha del cangrejo… que puso patas en polvorosa y trató de esconderse en una roca bajo el agua.
Toc-toc… a un cangrejito un poco después que estaba comiendo.
Toc-toc… a otro más grande.
Chof-chof… con el palito en el agua para cortarles el paso.
De pronto se empezó a escuchar un ruido extraño en las rocas. Era algo así como pequeños golpes producidos por los cangrejos, un ruido muy característico ¡que se multiplicaba por doquier e iba subiendo de volumen!

“¡Ay va, pero si hablan!” pensó Nelly entusiasmada. “¡Qué fuerte, están hablando entre ellos!”

¡Menudo descubrimiento! ¡Se comunican!

Todas las rocas vecinas comenzaron a bullir. Y cuando Nelly miró para abajo vio unas enormes patas negras gigantes que trepaban hacia su talón. Al darse la vuelta vio que muchas otras la rodeaban por otros lados.

“Me pregunto qué estarán hablando de mí…” pensó cautelosa mientras variaba su posición a una roca plana. Por si acaso. No es que le dieran miedo aquellas “arañas de mar” gigantes que se movían a cámara lenta. Pero por si acaso.

Después de eso se entretuvo cortándole el paso a un cangrejo diminuto que intentaba en vano llegar a la pared de la laguna. Era tan chiquitito y bonito que Nell procuraba ser “amable”, dentro del hecho de que le estaba incordiando.

Se sorprendió mucho porque al acercarse de nuevo al cangrejo, otro escondido en una cueva de un tamaño muy superior, asomó sus patas para golpear la rama de madera con una actitud entre miedosa y valiente.

“Vaya” pensó Nelly. “¿Habrá sido casualidad?”

Podía tratarse de una casualidad, pensó, pues ese enorme cangrejo parecía en parte asustado. Interpuso de nuevo el palo en el camino del cangrejo chiquitito y de nuevo aquellas patas gordas y peludas salieron de la cueva para darle un golpe al intruso.

“Debe de ser la mamá cangrejo de la colonia” pensó Nelly, repitiendo la acción y obteniendo el mismo resultado.

Asombrada vio como otros tantos cangrejos de la laguna salobre salían del agua y se escondían en cuevas diminutas horadadas en la pared vertical de la roca. En agujeros en los que parecía imposible que cupieran. Fruto sin duda de la erosión del mar durante años, aquellos escondrijos eran ideales para ellos, aunque resultaban refugios un tanto asombrosos para seres de otras especies.

Allí las diminutas criaturas se hicieron fuertes. El ruido que había agitado la colonia minutos antes se repitió.

“Están hablando entre ellos…” pensó Nell.

Minutos después aún seguía observándolos y paseó el palito por delante de las cuevas. Entonces ocurrió algo que no esperaba en absoluto. De una cueva (o más bien, ¡de la nada!) surgió un cangrejo no especialmente grande, pero con una actitud de lo más curiosa. Como un rayo atacó al palo, saliendo de su refugio con las ocho patas en alto, separándose del suelo casi ocho centímetros, de manera que alcanzaba una altura que era el doble de lo normal. Parecía increíble que fuera solo un pequeño cangrejo. Alzó las tenazas, golpeó el palo de Nelly con un golpe decidido y seco, apartándolo, y entonces con las tenazas aún en alto hizo:

¡ZAS, ZAS!

Abriéndolas y cerrándolas en el aire.

¡ZAS, ZAS! repitió.

A Nell le pareció un encanto.

“¡Mira, el gallito de la colonia!” pensó entusiasmada. No había ni que acercarle mucho el palo y ya lo atacaba como diciendo: ¡vete de aquí, vete de aquí! Tan chiquitito y tan valiente.

Lo cierto era que a ese cangrejo en particular nunca lo había molestado. Ni siquiera tenía idea de dónde había salido. Pero era asombrosa su actitud beligerante. Viendo que cada cangrejo reaccionaba de una manera diferente, Nelly estaba entusiasmada con todo lo que estaba descubriendo. Pero fue en ese instante en el que su voz interior, su pensamiento más profundo, ése que rara vez se articulaba con palabras, dio un paso al frente y le planteó la siguiente pregunta:

- ¿Qué haces?

“Interactúo con los cangrejos”, contestó Nell mentalmente muy resuelta.

- ¿Dándoles con un palo?

“No tengo otra forma de comunicarme con ellos” explicó Nell a su conciencia interior “gracias al palo se dan cuenta de mi presencia y yo puedo conocerlos”

Le pareció una estrategia más que lógica y acertada. Los cangrejos no eran como los perros o los pájaros o los gatos o los delfines. ¡A saber siquiera si la veían!, argumentó mentalmente. Eran una especie inferior a los mamíferos. No tenía otro modo, pensaba, de hacerles saber que estaba allí. No hablaban. No podía decirles: “Hola, ¿qué tal? Me llamo Nelly”.

Pese a que tales argumentos sostenían el uso del palo como una herramienta de comunicación útil y estratégica, algo en el interior de Nell se desató provocándole cierta hilaridad. Porque lo que su conciencia le había contestado a la velocidad del pensamiento podría traducirse en la siguiente exclamación cargada de ironía:

- ¡Qué grandes habilidades comunicativas las de los Seres Humanos…!

Y entonces le dio la risa y no solo mental. Porque su razonamiento basado en lo primitivos que eran los cangrejos obtenía como respuesta un: “y vas y les das con un palo, porque ellos son los primitivos… ¿?”

Lo que hay que admitir que era bastante gracioso. Irónico, al menos.

“Imagina que un extra-terreste viaja quince trillones de años luz para llegar a la Tierra. Y cuando lo hace, viendo lo primitivos que son los seres humanos,… decide interactuar contigo tirándote de la coleta. O dándote con un palo…porque estáis menos evolucionados. Y el extraterrestre no sabe o no encuentra la manera de interactuar con vosotros….”

Nell dio por concluida su investigación de la colonia de cangrejos, mientras sonreía ante la absurda idea de su mente. La verdad es que ser la criatura más evolucionada y darle con un palo al cangrejo era un poco absurdo, si se pensaba bien. Un ser lo bastante evolucionado sería capaz de hablar con ellos, o al menos, de demostrar su presencia sin recurrir a un palo. La verdad es que todo era bastante ridículo. ¡Menuda forma de anunciarse ante su civilización! ¡Hola, pertenezco a la especie que ha pisado la luna pero no sé hablar con vosotros si no es incordiándoos con un trozo de madera!

Tras disculparse con los cangrejos (mentalmente y de corazón) y agradecerles todo lo que había aprendido, se giró dispuesta a marcharse. Pero al hacerlo descubrió una gaviota argéntea adulta a pocos pasos, que miró a Nell, y luego al palo, y de nuevo a Nell y de nuevo al palo.

Y de nuevo a Nell.

“¿¿Ves?? ¡esta es fácil saber lo que piensa!” exclamó con el pensamiento.

La gaviota aguardaba, expectante. La playa estaba en silencio salvo por el ruido de las olas.

“Pues lo siento pero no hay cena de cangrejo” pensó Nelly.

Se levantó y abandonó el hogar de la colonia. Pero no había dado ni dos pasos en la arena cuando escuchó a un perro llorar. Había que reconocer que para ser una playa aburrida estaba bastante animada. Al menos en lo que a fauna se refería.

El cachorro gimoteaba sin parar porque le habían dejado atado con una correa elástica a la rama baja de un eucalipto. De manera que cuando se movía, el animal en cierto modo, rebotaba. Lo cuál también era gracioso. Gimoteaba porque su dueña le había dejado allí mientras tomaba el sol medio desnuda a pocos metros de la rama.

Esta vez Nell le habló en voz alta:

- No llores, anda –le dijo-, mira, ¡no estás solo! Tu dueña está ahí tomando el sol y yo te estoy haciendo caso…

Por toda respuesta el animal dejó de llorar, apuntó a Nell con el hocico y comenzó a husmear el aire como si le hubiera ofrecido un trozo de comida en vez de una frase amistosa. Al menos cesó su llanto. Acto seguido, más calmado, se puso a escarbar en la arena frenéticamente y desenterró….

¡Ah, pero esa ya no es la historia de los cangrejos!
Ésa ya es… otra historia.

FIN.

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