En el que el Muso amplia la ciudad...

Hoy tenemos varias noticias importantes. La primera:

fuente: twitter


Hoy a las cuatro y cincuenta y siete minutos de la tarde comienza la Primavera.

La segunda: Penguin Random House ha comprado Alfaguara, Suma de Letras y varias editoriales más. Lo cual resulta terriblemente interesante. Os dejo un artículo: clic.

Y la tercera cosa que quiero hacer hoy es contar un cuento:


EN EL QUE EL MUSO AMPLIA LA CIUDAD.


La alcaldesa de Cuentos de Nelly estaba sentada sobre una roca de superficie lisa, con los ojos cerrados. Al ponerse el sol había comenzado a hacer frío y las farolas se fueron encendiendo a lo largo de las calles empedradas, relegando la oscuridad a los puntos más alejados de las mismas. El mensajero de la ciudad, un niño de pelo castaño, de mirada franca y no más de nueve años de edad, se acercó a ella y observó su postura de "medio loto", como llamaban los expertos a aquella manera de sentarse, durante unos instantes.
- ¿Qué haces? -le preguntó.
- Sssssshhhhhh -contestó la alcaldesa abriendo un ojo-, estoy pensando.
- Aaah -contestó el niño-, pues cuando acabes, deberías ver esto. 
Agitó frente a ella un pergamino enrollado, atado con un lazo rojo. Nelly abandonó su quietud y lo tomó entre las manos.
- ¿Qué es?
- Un resumen de lo que ha pasado.
Aquellas palabras le resultaron tan crípticas como el lenguaje en el que estaba escrito el pergamino.
- ¿Tú lo sabes leer?
El niño recuperó el documento y lo extendió ante sus ojos:
- Aquí dice -comenzó-, que hay nuevos barrios en la ciudad, aunque si te pones de pie y miras hacia el oeste sin duda tú misma podrás verlos. Han surgido toda una serie de calles nuevas entre las que destacan la Avenida Poliedro, la Plaza de la Quietud... 
- Espera, espera, ¿la Avenida Poliedro? -Nelly se puso en pie y oteó el horizonte desde su piedra plana.
Arrugó la nariz al contemplar un montón de luces donde antes no había nada. Toda una serie de farolas alumbraban nuevas avenidas y barrios repletos de casas que no sabía de dónde habían surgido. 
- ¡Vamos a verlo! -exclamó entusiasmada.
Pero explorar un barrio a oscuras, o por la noche, puede no ser tan interesante como verlo durante el día así que antes de ir, Nelly y el mensajero visitaron al dueño de la tienda de relojes y le pidieron que atrasara un par de horas el reloj oficial de la ciudad.
El relojero era un hombre entrado en años, de barba blanca y cejas níveas. Entrecerró los ojos al oír la petición de la alcaldesa y luego, muy ufano, partió hacia la plaza de la casa consistorial y atrasó un par de horas el reloj que había en el centro, sobre la fuente. Como resultado... volvía a atardecer.
Así, alegremente se embarcó la alcaldesa en la investigación de aquellos nuevos territorios que habían surgido como por arte de magia en la ciudad de los cuentos.
- ¿Esto es obra del Muso? -preguntó por el camino al niño mensajero.
Asintió él con un mudo gesto.
- ¿Te lo esperabas?
El niño negó con la cabeza.
Por vez primera se miraron ambos sintiendo igual desconcierto, lo que no era habitual pues normalmente el niño mensajero sabía más que nadie en la ciudad.
- Hay cosas de las que él dice que no entiendo.
- Muchas -contestó el niño.
Alcanzaron las primeras calles nuevas. La Avenida Poliedro, tal como rezaba el cartel de la entrada de la calle, era un lugar muy original. Los edificios tenían formas irregulares y geométricas. Pero no eran figuras sencillas, sino que una sola fachada podía estar formada por infinidad de diminutos triángulos mezclados con octógonos, o trapecios unidos a pentágonos.
- ¡Qué interesante! -dijo Nelly.
- Y que lo digas.
Siguieron avanzando hasta la Plaza de la Quietud, donde reinaba un absoluto silencio. Por no haber, no había ni viento cruzando la plaza.
- Cada vez estoy más sorprendida... -dijo Nelly.
- Y yo -añadió el mensajero.
- ¿Cómo vas a recorrer estas calles para hacer tu trabajo si ni siquiera las conoces? -le preguntó al niño.
Era un territorio nuevo. Nelly no pensaba aprender esas cosas del Muso. De hecho, en cierto modo tenía planificado lo que quería aprender. Aquellos acontecimientos inesperados eran toda una sorpresa.
- Es un Muso muy eficiente -dijo.
- Desde luego.
Continuaron doblando una esquina y entonces un ruido alertó a la alcaldesa. O más que un ruido, fue una sensación. Un escalofrío, la corazonada de que alguien les estaba mirando. Al darse la vuelta, vio la oscura silueta envuelta en una capa del ser más hierático de la ciudad. El guardián.
- ¿Qué hace ese aquí? -preguntó Nelly.
El niño mensajero frunció el ceño y puso los brazos en jarras. No hizo nada, solo esperó. Al no hacer el encapuchado ningún movimiento, el mensajero volvió a relajarse.
- Será mejor que no le hagamos caso... por ahora.
- ¿Crees que el Muso y el guardián se odian? -preguntó Nelly.
- El Muso no odia a nadie -respondió el niño-, pero él puede llegar a ser un problema.
- Ya. Es un tipo un poco raro.
- No es "un tipo"....  -contestó el niño-, sigamos caminando.
El sol, en su segundo atardecer, comenzaba a rozar el horizonte. Atravesaron un parque con una fuente en la que el agua iba en sentido inverso, y la hierba al pisarla cambiaba de color.
- Oye -dijo de pronto Nelly-, ¿a qué se refiere el Musco con aquello de las cajas? Eso que dijo de "meter todo en cajas"...
El niño mensajero sonrió. 
- Supongo que se refería a esto -dijo señalando los nuevos barrios.
- Pues no lo entiendo.
Llegó hasta sus oídos un sonido en ese instante, lo siguieron y ambos descubrieron con estupor un enorme río fluyendo en medio de las calles.
- ¡¡¡Anda, tenemos un canal!!! -gritó Nelly entusiasmada.
Desde luego, la ciudad se había vuelto enorme. A lo lejos se podía ver la Torre de la Arpía Aelo, y otros lugares emblemáticos pero los dos estaban muy lejos del centro de la urbe. O lo que antes era el centro porque en verdad, una ciudad sin fronteras, no podía tener centro.
- Vale, creo que era esto a lo que se refería el Muso -gritó el niño-, a que las cosas fluyan solas.
El torrente de agua se precipitaba calle abajo con una fuerza imparable. Era un río caudaloso, Nelly no estaba segura de que fuera un canal, simplemente, bajaba por donde mejor le parecía al propio río. Por un instante temió que fuera a desbordarse pero pronto desechó esa idea. Aunque la mayor de las sorpresas estaba aún por llegar. Al final de la calle un corte abrupto interrumpía el paisaje. No había más edificios allí, simplemente la nada. Y por aquel corte transversal que parecía ser el fin del mundo se precipitaba la corriente caudalosa en una espectacular cascada. Los últimos rayos de sol incidieron sobre ella tornando carmesí y naranja el agua al caer.
- ¡Qué bonito! -dijo Nelly asomándose al vacío.
- Sí que lo es -contestó el mensajero.
Pero a pesar de su aparente despreocupación y de la alegría que embargaba a ambos, el mensajero miró a sus espaldas unos instantes, durante los cuales dejaron sus ojos de ser los de un niño, como si buscara entre la creciente penumbra una amenaza velada que aguardara el momento oportuno de dar un paso al frente.
FIN. 

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