Cuento - El pescador y la nutria

Hace muchos años un pescador que vivía a orillas de un lago me contó una historia muy interesante. Me dijo que era autobiográfica aunque, quién sabe, puede que jamás ocurriera.
Él vivía entre dos colinas, siempre verdes a causa de la foresta de hoja perenne que albergaban. Tenía una cabaña en la parte baja de un valle y un poco más al sur las tierras eran muy fértiles, debido a que el gran río Shar las bañaba con sus numerosos afluentes que se abrían en forma de racimo. Dichos afluentes constituían su zona de pesca habitual. En concreto uno, un cauce más grande que los demás, de aguas tranquilas.
Un buen día el pescador salió con su cesta y su caña y tropezó por casualidad con otro río. Era un afluente más escondido, que serpenteaba entre rocas, cuyo murmullo cristalino y fuerte le atrajo sobremanera. Le costó llegar pero cuando lo hizo lanzó el sedal y a las pocas horas contempló embelesado su presa: una  gran carpa arco iris.
Nunca había visto un pez semejante. Las escamas brillaban tornasoladas, cambiando del rojo al magenta y de éste al naranja según le diera el sol. Asombrado y excitado por el descubrimiento, el pescador devolvió la carpa al río y se dijo que siempre iría a pescar en ese cauce. Sin embargo, los días siguientes, a pesar de acudir con su habitual disciplina, no encontró la recompensa que esperaba. Se arañó los brazos, los tobillos y las piernas intentando llegar al caudal pero la pesca fue más bien escasa.
Abatido, regresó a su vivienda y se dijo que probaría suerte al día siguiente. 
Pasaron varias semanas infructuosas, hasta que una tarde pescó otra carpa arco iris. Sólo que esta era completamente azul.

dibujo: olgaberrios (CC)

- ¡Qué maravilla, que río tan fantástico! -se dijo.
No le importaban los arañazos, las camisas rotas, los zapatos echados a perder ni las horas que invertía en tan escasa pesca. Estaba tan asombrado por los peces que vivían en ese río que pensó que nada que no fuera aquel caudal merecía la pena.
La llegada del mal tiempo, especialmente tormentoso en aquella parte del valle, no pareció importarle. Sufrió buenos resfriados, resbalones en piedras traicioneras e innumerables caídas en el cauce del río salvaje. Todo le daba igual. Todo, con tal de volver a ver al pez de colores.
Hasta el día en que al pescar otra carpa ésta le dio un coletazo y dejó una marca muy fea en su piel.
El pescador regresó a su casa, abatido, arrastrando los pies por el sendero más sinuoso que uno podía imaginarse. Cuando de pronto le llamó la atención la risa de una nutria.
- ¿De qué te ríes tú, pequeño animal? -inquirió.
El mamífero se arregló los bigotes y lamió con su diminuta lengua áspera su pelaje antes de responder:
- Ya no traes tantos peces como antes.
- Bueno, es que he encontrado un sitio maravilloso para pescar y allí vive una especie distinta.
- ¿De veras?
- ¡Oh, sí! -levantó un cubo con gesto victorioso-, ¡mira qué bonita es esta carpa!
La nutria se acercó, ufana, y olisqueó el interior del cubo.
- Qué pez tan desgarbado -dijo.
- ¿No es lo más hermoso que has visto nunca?
La nutria se echó a reír.
- Lo que veo es a un experto pescador vestido con harapos -dijo-, regresando a casa día tras día sin pesca alguna y con la ropa hecha jirones. No sé, antes parecías más fuerte. Y tenías menos heridas y arañazos.
El pescador se detuvo para mirarla con dureza.
- Tú no entiendes nada -le dijo-, he encontrado el río más fantástico del mundo.
- Y las carpas un pasatiempo estupendo.
El pescador suspiró y hundió los hombros, como un hombre derrotado. Lo cierto era que se esforzaba demasiado para no pescar nada, cuando antes todo era mucho más sencillo.
- Ven -le dijo la nutria-, quiero que veas algo. Pero antes, devolveremos esa carpa a su hogar.
Siguiendo al animal de orejas redondas y pequeñas y pelaje espeso, el pescador alcanzó el cauce del río caudaloso y salvaje. Soltó allí a la carpa y luego continuó tras la nutria que caminaba con la seguridad del pescador experto, sin resbalarse nunca.
- Tú no lo entiendes -repetía el hombre-, este río es mucho más divertido que el mío. Esta lleno de misterio y de colores, y nunca sé por dónde viene la corriente, me desconcierta. Resulta reconfortante cuando pesco algo bueno.
- Precisamente -contestó la nutria-, porque cuanto más te esfuerzas y más fracasos obtienes, más te empecinas en alcanzar tu victoria. 
- ¡No entiendes nada! ¿Cómo podría pescar en un cauce aburrido como el mío?
- ¿Llamas a esto "aburrido"?
Habían llegado al afluente en el que el pescador solía lanzar el sedal. Un cauce tranquilo, que discurría por medio de un claro iluminado por la luna, llena en ese instante, en todo su esplendor. La hierba de la orilla era alta pero no había escollos traicioneros ni recovecos oscuros en el paisaje. Se respiraba un aire limpio impregnado de fragancias. El cauce, eso sí, discurría tranquilo. Era claro, diáfano, sin sorpresas. O quizá...De improviso un pez plateado saltó en medio del río y desapareció bajo las aguas. 
- No es lo mismo -dijo el pescador.
- No, tienes razón -concedió la nutria-, tu cauce es mucho más hermoso. No tiene rápidos traicioneros, aunque el lecho del caudal oculta secretos de gran riqueza. No hay carpas de colores sino peces plateados. No hay escollos en el camino sino hierba suave que llega hasta las orillas del río y lo más importante, es tu cauce. Olvídate de otros ríos escabrosos y mira la belleza de este, que ya conoces y en el que sabes que puedes confiar.


FIN.

Existe una diferencia entre la belleza natural y el artificio, la primera no se esconde, no entiende de artimañas, la segunda es mera manipulación. Y aunque incluso ésta esconde belleza, no se debe sacrificar lo auténtico por la promesa de una ilusión.

Nell.

Y ya que va de ríos...


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