La superficialidad.

Hace algunos años organicé (junto con otros compañeros) el pase de prensa de la premier de una película de los estudios Fox en Barcelona y Madrid. En esa película había una escena en la que me sentí terriblemente identificada. No solo por el momento de mi carrera profesional, sino porque... para mis adentros me he repetido frases como "no es más que un pintalabios, no es la clave de la felicidad eterna" etc. etc.
La escena en cuestión es la de los complementos "azul cerúleo".
Toda mi vida he censurado y evitado lo relacionado con ... bueno, con todo eso. Pero me he dado cuenta de algo. La superficialidad no es tan mala. 
Aunque mis temas favoritos sean la búsqueda de la verdad y  ahondar en los entresijos del alma humana... no siempre se puede estar hablando de eso. 
Es como si el mundo entero fuera una especie juego o teatro. Y en ese teatro la superficialidad es necesaria.
De este modo, me he dado cuenta de que se pueden mantener conversaciones apasionantes sobre tu tipo de café favorito o la última tontería que ha realzado la televisión sin tener por ello que renunciar a tu "búsqueda" personal del sentido de la vida, o la felicidad, y mucho menos a tus valores.
¡Ojo! que sigo en contra de la gente que se lo cree. Ese "mi Iphone es más nuevo que el tuyo, yo soy más cool que tú... ", o  "yo soy super especial porque creo trendy toppics", ...ay, señor, ¡ayúdanos que el mundo está fatal!
Pero la opción no está en creérselo y ser "repugnante", o no creérselo y evitarlo. Hay una tercera opción.
A título ilustrativo de persona que se lo cree -y vive en ese mundo- el ejemplo de un manda más de una marca de zapatillas, que al preguntarte si le importaba que la gente robara por tenerlas contestó: "yo es que sólo fabrico para la élite. Lo que haga el consumidor de la calle me da igual".
Sin palabras.
El 85% de sus beneficios vienen del consumidor de la calle. Y es justamente su desprecio y ese posicionamiento absurdo de "si las tienes eres mejor" era el que ocasionaba las reyertas y los crímenes por tener ese estúpido calzado. 
Esa es la parte mala de la publicidad. 
La parte hermosa es la persuasión. El crear algo y conseguir que el consumidor asocie tu marca a determinados valores sólo porque así lo has elegido. Es llegar a tu público, moverlos, convencerlos. No sé explicarlo, con los cuentos y relatos también se logra. Es la comunicación en sí. Lo que yo busco es el sentimiento compartido. Por eso me encanta ir al cine. Fijaros en el público, no se parecen en nada, pero todos sienten lo mismo a la vez. O algo parecido. 
En el otro extremo de la balanza estaba yo hasta hoy. Persona que sólo atisbar esos aires de "soy mejor porque si no tienes lo que yo te vendo no vales nada", huyo.
Me importan tres cominos las marcas, las modas, y la versión de tu Iphone. 
Es más, me parece absurdo que te definas por un teléfono móvil. 
La tercera opción es seguir el juego sin cambiar por dentro.
Tú hablas de tu Iphone, yo hablo del mi teléfono. Tú te ríes, yo contesto que voy a tener dos móviles, uno el que uso de verdad (con teclas) y otro el que me regala mi empresa de telefonía y que sólo usaré para que tú lo veas y te sientas cómodo con tu percepción de "el valor de una persona es inversamente proporcional a la antigüedad de su teléfono móvil". Cosa que he visto, no con mis amigos que saben que el teclado y yo somos inseparables, sino en diversas reuniones sociales. 
No sé si me entendéis.
Pero al margen ya del mundo publicitario, la superficialidad en el día a día, los temas triviales, tampoco son tan malos. Ahora entiendo el éxito de los programas del corazón. No tiene nada de malo pasarte horas hablando de cosas... que no tienen la menor importancia. Es más, incluso es bueno ^_^
Creo que lo que acabo de descubrir es "la charla del político", jajajajajjajajaj.
Saludos!!
Nell. 

¡Esta sí que es mala! jejejeje


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