Tenía que pasarme a mí.

Tenía un montón de cosas por hacer, pero ayer, de noventa en mi trabajo estábamos malos quince. ¿Qué significa eso? Que al terminar la jornada, sólo en mi planta, habían caído enfermos otros diez. La culpa, échensela al aire acondicionado. Un suelo de moqueta y aire acondicionado para todos, eso es como una especie de Montaña Rusa o Parque de Atracciones para los virus. Casi les oía gritar por los conductos de ventilación: "Yupiiii, yupiiii, mira, allí hay otro que no está enfermo".

Suele pasar... en estas fechas. No es culpa, ni mucho menos, de la empresa. Es que no nos cuidamos.

Ahora bien, ¿qué tiene de malo estar enfermo? Diréis que nada, y es verdad, nada. ¡Atchús! (perdón), pero si hay algo bueno... estoy a tres disgustos de que me de fiebre...¡Atchús! (ay, señor!), así que tooooodo lo que tenía para... ¡atchús! hacer hoy, se ha ralentizado.

¿Fregar los platos? no, mujer no, pon el lavavajillas... ¿Ir corriendo al centro?, nah, mejor otro día, tú tómate algo calentito. ¿La peluquería? Cambiala por la biblioteca... así no te mojas la cabeza y tendrás un libro de misterio para leer en la cama...

Esta mañana cuando me levanté escuché: Cuiiiiiii, cuiiiiiiiii... como viene siendo la costumbre desde hace tres días. Le di de desayunar a Cui-Cui (Aristóteles para el resto del mundo), y yo me tomé un ibuprofeno, leche caliente, miel y limón. Mientras el bicho pedía mimitos.

Que sepáis que Aristóteles es una mascota estupenda: se queda dormido en el sofá, te pide el desayuno al laventarte y es bastante cariñoso.

De hecho, voy a ver qué está haciendo porque este sin vigilancia....

¡Que tengáis un buen día!

Nell.