"El Verdadero Nombre Del Hechizo".


No había un villano como él.
Con su porte adusto, su barba rubia y su melena al viento, era la envidia de todos los héroes del reino.
Pantacruel, así le llamaban.
Y su fama era tan terrible como su nombre.
Unos decían que era hijo de un noble caído en desgracia durante la guerra de los Doce Soles. Otros, que era el bastardo de un rey, nacido en la clandestinidad y criado por los Badrus de las montañas, una raza misteriosa y oscura como las forestas en que habitan.
Fuera como fuese, Pantacruel aterrorizaba con su reputación las once colinas del Reino de Nelly. Y no había caballero que no temblara de temor al escuchar su nombre, ni dama que no se estremeciese de placer al pensar en sus áureos cabellos y su rostro angelical.
De no haber sido un villano tan hermoso, tan apuesto y rabiosamente elegante, sólo su maldad habría quedado inmortalizada en los libros del Duque de Grifols, el Cronista del reino.
Pero el Destino le reservaba otros planes.
El día que comienza esta historia, muchos hechos acontecieron en el reino de Nelly. Sin embargo, sólo uno atañe a nuestros protagonistas. Y es que Aelho de Menis perdió un zapato de camino al Castillo de Janendra.
Aelho era trovadora. Viajaba hacia el Castillo de Janendra Cienmagos, heredera al trono del Reino de Nelly, cuando el carro en el que realizaba el viaje sufrió un brusco vaivén. El zapato de Aelho salió volando y aterrizó a los pies de Juan, un pícaro compositor que rápidamente lo hizo desaparecer en su bolsa.
- Deteneos, deteneos –pidió Aelho al conductor.
- ¿Qué pasa?
- He perdido mi zapato.
- ¿Y qué? –gruñó el hombre, que mordisqueaba un palillo con sus dientes sucios y gastados.
- Pues que no puedo presentarme ante Janendra con un pie descalzo. ¿Qué imagen le daría?
El conductor escupió en el suelo antes de replicar:
- ¡Me pagan por llevaros hasta el Castillo y ya vamos retrasados! ¡No puedo detenerme para que busquéis un mugriento zapato!
- Pues debéis hacerlo. No puedo presentarme así ante la heredera del Reino.
- ¡Debo estar en la ciudad del Duque de Grifols a tiempo para el Mercado!
- ¡Y yo debo ir presentable!
- Si paramos continuaréis el viaje andando.
Alhelo se bajó del carro y le dio un puntapié a la madera hinchada y enmohecida del carromato.
- No cobraréis ni un penique –le dijo al conductor.
- Y vos no llegaréis a tiempo al Castillo.
Agitó las riendas y se alejó, emitiendo un sonido que recordaba más al rebuzno de un burro que al de una carcajada.
Juan, el pícaro compositor, le siguió llevando en su bolsa el zapato perdido.
Con el tiempo, Juan escribiría una oda llamada “El Zapato del Trovador”, que seguramente conoceréis porque fue mundialmente aclamada.
Debido a aquel retraso, Alhelo pasó la noche al raso, buscando entre la maleza su zapato extraviado.
Al caer la oscuridad sobre el camino hacia el Castillo de Janendra, unos ruidos extraños se hicieron eco en los árboles. Aelho sintió un escalofrío. Era valiente. Pero al oír el aullido de un lobo y ver como las ramas de la maleza se sacudían su ánimo se debilitó.
- ¿Quién va? ¿Quién anda ahí? –preguntó a la oscuridad.
De nuevo, el sonido escalofriante.
- Soy una mercenaria mu-y peligr-grosa –a Aelho le temblaba la voz- ¡Salid y os perdonaré la vida!
En verdad la única arma que portaba Aelho era su cítara, atada a la espalda, que si no peligrosa arrojada con acierto podía provocar un buen chichón.
Se llevó la mano a la nuca, simulando coger la empuñadura de una espada oculta bajo su abundante cabello rojo.
- ¡Descubríos u os atravesaré el corazón!
El arbusto se agitó, enfadado.
- ¡Ya basta!
- ¡Salid de una vez!
Las hojas temblaban. Como Aelho.
- ¡¡Que salgaaaaaaais os digooooooo!!
Agarró la cítara y la lanzó contra el matorral.
- ¡Ay!
El arbusto protestó.
- ¿Os parecerá bonito? –dijo Pantacruel asomándose al camino.
- ¿Quién sois?
El malvado hizo una reverencia burlona.
- Pantacruel, a vuestro servicio –se presentó-, y ahora dadme un buen motivo para no tener que mataros aquí mismo.
Aelho tragó saliva. Conocía las terribles historias que circulaban sobre aquel hombre.
- ¿Có-como puedo estar segura de que sois el terrible Pantacruel?
El villano tiró de sus ropajes y apartó la cota de malla de su hombro derecho, donde un terrible mordisco había dejado una fea cicatriz en forma de estrella.
- ¡Pantacruel!
Sin duda alguna, a la vista de aquella herida del tamaño de un puño cerrado, era el asesino.
- Sí, pero no me gastéis el nombre.
- Perdón, no quería molestaros –dijo Aelho, recelosa-, pensé que erais un animal salvaje.
Una ceja del villano se alzó con escepticismo.
- ¿Acaso habéis visto algún animal salvaje por aquí?
- Escuché el aullido desgarrador de un lobo hace un momento...
- ¿Un aullido?
- Sí.
- ¿Estáis segura de que era un lobo?
- ¿Qué otra cosa podría ser?
Pantacruel no dijo nada, pero tragó saliva y desenfundó la daga que llevaba atada al cinturón.
- Bien, será mejor que pasemos la noche aquí.
“¿Pasemos?” pensó Aelho.
- ¿Hacia dónde os dirigís, juglar?
- Soy trovadora.
- Lo mismo da. ¿Cuál es vuestro destino?
- El castillo de Janendra.
Un brillo astuto iluminó la mirada de Pantacruel. Sus ojos avellana parecían dorados bajo la luna menguante.
- Janendra... ¿eh? –aguardó unos instantes y luego resolvió:- Bien, nuestro encuentro no ha sido casual, pues, y los dioses me sonríen. Me ayudaréis a entrar en el castillo.
- ¿Quién yo?
- Si, vos.
- ¿Y para qué queréis ir allí?
- Tengo que matarla.
Las palabras, dichas con aquella naturalidad, se clavaron en el alma de Aelho y la dejaron sin habla unos instantes. ¿Matar a la hija de Nelly? ¿La heredera al trono de las once colinas? No estaba muy versada en leyes de Estado, pero seguro que aquello traería nefastas consecuencias.
- Lo... lo siento –se disculpó-, yo ya llego tarde y debo ponerme en camino ahora mismo... No es por no ir con vos, es que...
Pantacruel se acercó a la trovadora y le agarró de la pechera de su vestido esmeralda.
- He dicho que me ayudaréis a entrar al castillo –siseó amenazador.
- ¿Y... y si me niego? –replicó Aelho con un hilo de voz.
Sabía que aquellas palabras podían ser las últimas que dijese en vida. Lo que no esperaba es que la respuesta no la diera el propio Pantacruel.
- Si os negáis buscará otro medio para entrar en el palacio de Janendra.
La voz, oscura como la noche, procedía de su espalda. Pantacruel soltó a la mujer y miró con enojo el frondoso sotobosque.
Cuando Aelho se giró, alcanzó a distinguir unos ojos brillantes, casi lobunos, mirando en su dirección.
- ¿Qué tal va todo, Panta?
El Badrus se descubrió. Medía más de un metro ochenta, pero a pesar de su corpulencia daba la sensación de ser ágil y rápido.
- Badruslord –saludó Pantacruel-, a vos os estaba yo buscando.
- ¿Vais a matarme también? –preguntó el recién llegado con sorna. Y mirando a Aelho continuó-. No le temáis, es tan inofensivo como un infante de diez años.
La afirmación enervó al villano.
- ¡Calláos!
- ¿Por qué? ¿No creéis que se enteraría tarde o temprano?
- ¡Tengo una fama! ¡Maldita sea! ¡Ponédmelo un poco más fácil!
- Quiero estar seguro de que vuestra mano no temblará cuando tenga que hacer lo que ha de hacer.
Aelho no pudo aguatar más:
- ¿Puede alguien explicarme lo que está pasando aquí? –preguntó.
Pantacruel le puso su daga en la mano.
- ¡Matadlo y seré vuestro siervo para siempre!
Badruslord se echó a reír. Fue una risotada franca y abierta.
- Qué original sois, Pantacruel –dijo-, encargarle mi asesinato a una simple mortal.
Aelho arrojó la daga al suelo.
- ¡Bueno, ya basta! ¡Tú! –dijo mirando al villano-, ¡no pienso matar a nadie! ¡Y tú! –Añadió girándose hacia el nativo de las montañas- ¡O me cuentas lo que está pasando o incumpliré lo que acabo de decir!
La osadía de la mujer le ponía de buen humor así que Badruslord decidió complacerla:
- Pantacruel no puede matar a nadie. Esta bajo el influjo de un poderoso hechizo. Su mano solo puede hacer el bien, hasta que cumpla con la promesa que me hizo.
- ¿Qué promesa?
- La de casarse con mi hija Lin, o la de matar a Janendra.
CONTINUARÁ...

II
- ¿Y por qué ha de matarla? ¿Qué os ha hecho ella?
El villano se adelantó en responder:
- Nada. Hace esto porque me negué a desposar a su hija. Quién, por cierto, ama a otra persona.
- ¡Calláos! –ordenó el otro-. Os ama a vos.
El guerrero puso los ojos en blanco.
- Si no cumplo el maleficio antes de la próxima luna llena, me quedaré así para siempre y seré el hazmerreír de los villanos.
- Comprendo –contestó Aelho.
- Os imploro vuestra ayuda. Debo asesinar a la princesa Janendra. ¿Os apiadaréis de un asesino a punto de quedarse sin empleo, verdad?
Aelho observó detenidamente al hombre que tenía frente a sí. Había una recompensa de más de mil monedas de oro por atraparlo. No sería difícil llevarlo hasta el Castillo de Janendra y una vez allí revelar su identidad y pedir a la Guardia Real que lo apresara. A fin de cuentas, sólo tendría que fingir durante un tiempo que el villano no era quien decía ser.
Podía convertirse en su ayudante. Incluso sería divertido.
Sin pensarlo más, lanzó la cítara y el macuto con sus bártulos a los pies de Pantacruel.
- Tomad –dijo-, seguidme y cumplid todas mis órdenes.
Vio tensarse las mandíbulas de Pantacruel hasta que sus labios se convirtieron en una fina línea horizontal. Braduslord se echó a reír.
- Lo ha pillado muy rápido. Me gusta esta mujer,...
El resto del viaje, Aelho hablaba y Pantacruel se imaginaba ciento y una formas distintas de asesinarla. Desde apuñalarla mientras dormía a estrangularla mientras cantaba odas; cortarla en pedazos cada vez le ordenaba preparar la comida o ir a por leña. Miles de ideas locas cruzaban su mente (ahogamientos, despedazamientos, rotura de huesos, etc.), frustrándole, pues no habría sido capaz de llevar a cabo ninguna de tales empresas.
Añoraba los viejos tiempos en los que, al entrar en una villa, las mujeres recogían a sus hijos de las calles y los hombres se escondían en sus casas.
¡Ah, esos sí eran buenos tiempos!
Su reputación era temida y respetada en todas partes.
Pero lo perdió todo el día que conoció a Janendra.
- Panta, ¿me estáis escuchando?
Los ojos verdes de Aelho le miraban con curiosidad.
- Sí, sí.
Suspiró, ensimismado en sus pensamientos.
A medida que se acercaban al Castillo la trovadora tuvo que reconocer una cosa: el villano le caía bien. Era tan guapo. Parecía siempre tan seguro. Tenía una voz tan suave a la par que firme. Y sabía ser amable y solícito, de eso no cabía duda.
Pero era un villano.
Una lástima porque, de no ser por eso, cualquiera habría dado el brazo derecho por desposarlo. Sus bien torneados brazos parecían esculpidos en mármol y su inteligencia resaltaba tanto como su cuerpo.
Entretenida en estos pensamientos, el viaje se le hizo muy rápido. Dos días después, cuando llegaron al Castillo, la princesa Janendra les recibió en el salón del trono.

8 comentarios:

Janendra Cien Pájaros dijo...

*0* tengo un castillo y me quieren matar ¡que guay! ¿También tendré un dragón ? Yo quiero un dragón que maulle con ferocidad *-* Me gusta ese malo xD es muy lindo. Esperaré ansiosa la continuación.

Aelo dijo...

¡Y ahora nos dejas con la duda! jooo, con lo bien que iba la historia.

RG Wittener dijo...

Muy bueno, pero es de mala educación dejar a alguien con la miel en los labios!!! Voy a tener que esperar para saber cuán maligno puede ser mi alter-ego???

Eso sí, de momento promete un nivel de gloria bastante aceptable.. ;D

Nelly dijo...

Sois un público muy benévolo conmigo. Os lo agradezco. Pantacruel es guapísimo, un villano lindísimo y muy machote. Lo saqué de una película que han estrenado hace poco... je,je,je. Todavía no la he visto.
Janendra es igualmente hermosa y misteriosa, y Aelho una mujer muy fuerte y decidida.
A Chihiro le he cambiado el sexo, en este cuento es un mago. Un mago muy astuto.
...
Esta noche os pongo un trocito más.
Besitos y gracias por ser tan buenos ^^
Nell.

Anónimo dijo...

Ala!!!!
Me ha encantado !!!
;) sobre todo la sorpresa del final..


PD gracias por este "entrante" tan exquisito
Besos
Lin

Anónimo dijo...

Muy bueno. Me ha encantado... nos has dejado con la intriga malditasea... ¿Por qué querría que se casase con mi hija? PantaCruel, como la hayas deshonrado vas a saber lo que vale un peine :P

La historia me está gustando mucho, lo has dejado en lo mejor... no vale... vas a conseguir doblar el numero de visitas con este cuento de tanto refrescar la página hasta que cuelgues la segunda parte :P

Anónimo dijo...

Esta de lo mas interesante!!!

Besos
Lin

Janendra Cien Pájaros dijo...

Nellyyyyy eso no se hace, me has dejado con la intriga O.O Panta me cae cada vez mejor ¿cuándo la siguiente parte?

Badrusblog, ¿por qué me quieres matar? ¿Qué te hice yo?

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