En el que descubro algo que no sabía.


 
 
Tengo 37 años y de verdad... que esto no me había pasado nunca.
 
Veréis, me levanto. Me sentía mal, es normal. Recurro a mis amigos. A ver si lo arreglan. Pero me sigo sintiendo mal. Otros amigos, chatean sobre bizcochos y panes, qué bien, qué alegría, me entretengo. Tengo muchas tareas desde primera hora de la mañana. Esto también es propicio para distraerme de mis emociones.
 
Trabajo, trabajo, trabajo más... La sensación de agobio no se va. En mi descanso, una ducha. Me tiro quince minutos bajo el agua caliente. Si pudiera, me quedaba ahí. Debo de estar helada.
 
 
Me seco el pelo mientras barajo opciones. En todas y cada una de ellas yo acabo con el corazón destrozado y la gente es mala malísima. Que cuentos me cuento. Al final cojo el teléfono móvil, pensando: "ya no sé qué hacer para liberarme de esta emoción tan desagradable", y releo sus mensajes.
 
Hmm.
 
Creo que ya os he comentado alguna vez mi digamos... simpatía especial por las palabras. Su conversación es correcta. Nada en ella justifica posicionarse como alma herida.
 
Decido ir a por un café a la cocina. Puede que fuera el brillo del sol sobre el bote de cristal, o... a saber que imperceptible y azaroso gesto (deslumbramiento de por medio) que me hizo parar y pensar una cosa.
 
"¿Pero tú qué quieres?" Le pregunté a mi "yo interior".
 
De repente noto algo muy raro.
Jamás me había pasado esto con tanta..  no sé qué palabra usar. Definición. Fuerza. El foco de atención cambia, de lo externo, donde buscaba respuestas, a... algo que no sé ni definir. Pero lo noto con mucha claridad.
 
"¿Le quieres?"
 
Sí.
 
Vaya. No esperaba respuesta de esa voz interior.
 
"Pero sabes que él solo te quiere para una cosa..."
 
Silencio.
 
Aguardé. Más silencio.
 
Decidí cambiar la formulación:
 
"¿Sabes que quererle implica estar sola?"
 
Tienes un conflicto.
 
¡Vaya!
¡jajaja! Sonreí, mientras vertía el agua hirviendo en la taza de café. Ya no tenía mal humor.
De hecho, todo mi mal humor había desaparecido.
 
Regresé frente al ordenador de la oficina virtual, me senté y repetí para mis adentros "tienes un conflicto" Fíjate. Y pensé que vale, que me parecía bien. Pero que no lo iba a resolver (al menos hoy) en primer lugar porque ese "conflicto" implica que si vuelve a haber interacción (que no la habrá), dependerá de muchos factores que yo responda hecha una bruja, o que me muestre... vamos a decir, dulce.
 
Y esto es una certeza.
 
Tener un conflicto es como tener los ojos azules, o el pelo castaño, o cinco dedos en las manos. No es nada grave. Es algo que está, y ya está. El problema lo tenía antes.
 
Llega el mediodía y llevo mis tareas bien, holgadamente, y le pregunto a mi yo interior sobre la tarde. Especialmente, sobre la novela. Lleva días sin tocar, estaba bloqueada.
 
La respuesta, sin palabras, es que "por supuesto". Claro que me apetece escribir. Y pintar, y leer, y charlar con mis amigos. Y organizar el taller literario.
 
Y todo esto porque me hice una pregunta mientras preparaba un café. Cosa que ocurrió porque el sol incidió sobre el frasco de cristal y me deslumbró apenas uno segundo.
 
Para que veáis que tonterías tan pequeñas pueden causar cambios tan grandes....
 

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