La pulsera mágica - Cuentos del niño mensajero


Pasaban dos horas de la medianoche cuando el cartero de la ciudad imaginada recibió el aviso. Se puso en marcha, veloz, hacia el ayuntamiento, donde la alcaldesa -aquejada de un vigoroso catarro-, estaba en apuros pues no podía respirar. 

Tras llamar a la puerta, el pequeño cartero abrió sin esperar respuesta y ¡qué a tiempo lo hizo! Ya que Nelly, que en ese instante se levantaba para abrir, tropezó con una colcha de colores, perdió el equilibrio y cayó al suelo, tirando por el camino el candil que alumbraba la estancia.  

- ¡No... puedo... respirar! -dijo entre resuellos.

El cartero se acercó a ella, en la oscuridad, y se situó a su lado. Había tardado mucho en llamarle. Cierto era que Nelly llevaba dos horas dando vueltas en la cama. Había probado a tomar miel, leche y coñac. Había dado vueltas en sentido de las agujas del reloj y en sentido contrario, nada había servido para aliviar su  malestar. Antes al contrario. Desde que se había dado cuenta de que tenía que "revisar" cierta tarea, el aire había empezado a faltarle pues oídos y nariz estaban completamente taponados.

- Lo sé... 

- Es... terr... terrr.... terrrr-i-ble -anunció la alcaldesa.

- Quítate la pulsera que trajiste de Japón - dijo el niño, en la oscuridad.

- ¿¿Quéee???

- Hazme caso...

Nelly se quitó la pulsera. Casi al instante, sintió un gran alivio. Como si le quitaran un peso de encima. Eso le sorprendió, ya que la pieza de bisutería pesaba muy poco. Era una humilde pulsera hecha de cuentas de madera, de color marrón. Apenas llegaba a 3 gramos de peso.

El joven cartero dobló entonces la muñeca izquierda de la alcaldesa sobre su corazón, colocando su mano en forma de cuenco. Nelly dejó la pulsera en la mano derecha, con la palma abierta y extendida, apuntando al techo. Aunque no lo vio, el cartero posó su mano sobre la de ella y se quedó así.

A pesar de que el suelo era real, la colcha era real, la habitación era real y el constipado era real, a Nelly todo le parecía difuso en comparación con el tacto de la pulsera. Era lo más nítido y cierto que había sentido en años. Una simple pulsera de madera. En su mano abierta y extendida. Sin más.

En un par de respiraciones, el aire llegó de nuevo a su interior y se le destapó la nariz. Los oídos aún seguían bloqueados pero nada era tan acuciante como respirar.

- Espera, quieta... mantente así.

- ¿¿Cómo lo has hecho?? -preguntó Nelly.

- ¿Te refieres al "cómo" científico? -replico el cartero en tono jovial. Y mirando a la oscuridad, añadió:- Memphis, ¿estas por aquí para explicárselo?

La científica de la ciudad imaginada estaba también en el Ayuntamiento. Desde un rincón de la oscuridad impenetrable del cuarto, llegó hasta ellos su voz con la explicación:

- Bueno, es fácil. Nelly tiene un terrible resfriado. Que ha estado a punto de convertirse en infección en los oídos (por eso no oye nada, están totalmente taponados). De esas infecciones que requieren ir al médico. La garganta está inflamada, y la vía respiratoria superior se taponó debido entre otras causas a que está tomando un medicamento sin el debido consejo médico y -puso énfasis en estas palabras-, superando la dosis recomendada para un solo día.

Aunque no podían verlo, por la oscuridad, la alcaldesa se ruborizó. Puede que se hubiera excedido con el jarabe.

- Quería curarme antes. ¿Te quedarás hasta que me duerma? -preguntó al cartero.

El niño ladeó la cabeza.

- Para eso aún queda un buen rato -dijo, levantando su mano.

Ella se incorporó. Dos veces más se le taponó la nariz y dos veces más se le pasó sujetando la pulsera con la mano derecha. Es curioso, se dijo, no acababa de entender la relación entre mejorar el constipado y sostener una pulsera procedente de un santuario japonés con la mano contraria a aquella en la que la llevaba habitualmente. De pronto miró al cartero y dijo:

- Empeoré mucho cuando me di cuenta de que no confiaba en alguien que me ha pedido que confíe en él. Pero contigo he mejorado. ¿Significa esto que en ti si confío? Como me quedé sin respiración mientras reflexionaba sobre la confianza en otras personas... 

- Absolutamente. Sólo que a veces no me ves. 

- Ya -respondió Nelly-.Pues va a tener que ser suficiente con eso. Porque lo que se dice confiar en los demás...

El niño no contestó. 

El silencio se adueñó del cuarto pero Nelly no se dormía. Se preguntaba si sería factible convertir una pulsera de madera en un remedio mágico contra las enfermedades. Viendo que aquello podía alargarse hasta el amanecer, el cartero de la ciudad imaginada se sentó al fin a su lado y le susurró una historia. Y como siempre que lo hacía Nelly se quedó dormida al instante.

FIN.


2 comentarios:

Unknown dijo...

holas

Nelly dijo...

Hola

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