Lo difìcil que es aprender - Cuentos del niño mensajero

Érase una vez que la Alcaldesa de la ciudad de los cuentos se enfadó con el Muso.
Cuando esto pasaba ocurrían, invariablemente, dos cosas: que Nelly lloraba mucho y al día siguiente se sentía de lo más perdida.
En estas circunstancias, los demás personajes, alarmados, acudieron prestos a la plaza octogonal del Ayuntamiento y allí, congregados, esperaron a que su querida alcaldesa dejara de llorar.
Nelly se levantó con un aspecto horrible, unas ojeras hinchadas y una mirada triste. Bajó a su despacho (pues dormía en el piso de arriba del Ayuntamiento, en una casa abuhardillada) y antes de ponerse a trabajar llamaron a la puerta.
"Toc-toc!"
Nelly abrió.
Era el pequeño cartero. Ese que siempre venía a echar una mano.
- ¡Estoy triste! -dijo Nelly, aunque por su tono más bien era enfado-. ¡Mira lo que me ha pasado!
El niño entró con su bolsa bandolera al hombro y no dijo nada. Echó un vistazo a la habitación. Estaba oscura.
- ¡Yo así no puedo seguir! -exclamó Nelly-,...¡No avanzo! ¡No aprendo! ¿¿Me enseña o no me enseña?? ¡A él le da igual!
(llanto)
El cartero se acercó a un radio-casette que había sobre la mesa.
- ¿Pongo ese mantra que tanto te gusta...?
- Ponlo -dijo Nelly-, para lo que va a servir... ¡ya no me queda otra cosa porque no tengo maestro budista!
Nelly rompió a llorar.
Madre mía, cuanta agua. 
Memphis, que en ese momento entró en la alcaldía, señaló a sus espaldas:
- Están todos preocupados ahí fuera -dijo.
Miró a Nelly, empujó el puente de sus gafas con un dedo y luego miró interongante al niño.
Memphis llevaba en la mano, por orden de la alcaldesa, un sinfín de temas que pudieran acaso ser interesantes (para aprender) tales como astronomía,...y literatura. Los de literatura sí gustaron a la alcaldesa. Y había bastante material.
- Aprenderé otra cosa -dijo Nelly-pero yo... quería...
Más agua.
Sin embargo, a medida que la música y la voz del radio-casette inundaron la habitación, algo extraño pasó. Nelly dejó de llorar. Y abrió una de las contraventanas del Ayuntamiento. La plaza, fuera, estaba abarrotada de gente.
El sol entró en la habitación y la reconfortó.
La Alcaldesa se secó las lágrimas. Y murmuró:
- Es que funciona -refiriéndose al mantra-. ¡¿Por qué funciona?! He encontrado algo que funciona y parece que no es para mí. ¿No es acaso muy injusto?
Llegados a este punto, el cartero se acercó a ella y le dijo:
- ¿Con qué intención crees que hizo lo que hizo? (¿mala intención?)
- ¡Oh, no! -respondió Nelly-. El Muso nunca tiene malas intenciones (nunca ha tenido para conmigo). Jamás. Me imagino que sólo quería... -su voz se apagó-. Sólo quería... enseñarme lo malísima persona que soy....
¡Más llanto!
- O sea que estás enfadada con él por algo que haces tù, porque escribes mucho.
- ¡Sí! ¡Pero no puedo evitarlo! ¡Me humilló!
El niño mensajero sonrío al escuchar esas palabras.
- Tenemos una Alcaldesa humillada -dijo.
- ¡Y además ahora tengo miedo!
- ¿Miedo de qué?
- ¡Porque no voy a entender los textos budistas! Para estas cosas hace falta un maestro y yo no tengo, ni tendré ninguno. 
Nelly se cruzó de brazos. El Viajero no enseñaba, el Muso tampoco.
Hubo un silencio. 
Memphis propuso, al cabo de un rato, otros temas de estudio e investigación. Había bastantes para elegir.
- He encontrado al maestro perfecto pero no quiere enseñarme -respondió Nelly, tozuda.
En este punto, el mensajero le recordó a Nelly una frase que le había dicho a un compañero de trabajo respecto a una cosa que no podía cambiar. Le dijo: "¿ves el cielo? ¿Puedes hacer que nieve? No. Y si dices ¡qué nieve! y no nieva, ¿te sirve de algo enfadarte?"
Eso le recordó el cartero y a la Alcaldesa le entró la risa. 
Las cosas eran como eran. 
-  Lo que importa aquí es si vas a dejar la práctica o no. -repuso el niño mensajero.

La canción seguía sonando y la Alcaldesa se sentía mucho mejor. Mucho mejor que cuando empezara esta historia. Reflexionó unos instantes con el mantra de fondo, y después dijo:
- No. 
- ¿No la dejas?
- No, no la dejo. Pero no voy a entender nada. Me he leído el Libro de los Muertos de pé a pá y no entiendo nada. Igual que el sutra del corazón y otras ochocientas mil cosas más... ¡¡¡y me voy a quedar en la ignorancia!!! ¡No es justo! los católicos no me dejan preguntarles cosas y el budismo no parece que esté en mi camino. ¡Ya estoy harta de forzarlo yo!
- No lo fuerzas -repuso el niño.
- ¡Pues lo dirás tú! ¡A mí me da la sensación de que estoy todo el día pidiendo!

Ambos guardaron silencio un rato. 
El mantra acabó.
- Tomada la decisión, y sabiendo lo que sientes, el resto es cosa de ella -señaló a la científica de la ciudad-, y sus planes.
Rápidamente, Memphis hizo un plan de estudio de literatura, budismo y otros tantos temas intelectuales en la pizarra. Y mientras Nelly lo miraba poco convencida, pues si bien en lo relativo a letras se sentía segura y capaz de comprenderlo todo, en lo relativo a espiritualidad la cosa cambiaba. 

- Ya llevo muchos años leyendo...no sé yo...

- Seguro que tienes inteligencia para ello.

Una vez aclarado el malestar de la Alcaldesa, la multitud de la plaza se dispersò y Nelly se fue a desayunar con un amigo. Detenièndose en un puesto de libros a la vuelta, con la mente puesta en qué elegir, una vez que terminara con Las Correcciones, de Franzen.

Fin
(De momento)





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