La Churrería - Cuentos del niño mensajero.

Érase una vez...que en la ciudad de los cuentos se personó un individuo con un proyecto de apertura de un establecimiento único e inexistente hasta entonces en la urbe. Una chocolatería-churrería.
Pero para poder instalarse allí, necesitaba autorización del Ayuntamiento. Así que se personó ante la alcaldesa y expuso su idea para el local.
Nelly miró al recién llegado con el ceño fruncido y aunque conversó un par de tardes con él, cuando le presentó los planos le contestó: "¡No!".
Y ahí quedó la cosa.
Pasó más de un año y un buen día, el nuevo habitante se acercó de nuevo a por un mapa, para conocer la distribución de canales de agua subterráneos de la ciudad. Saludó a la alcaldesa y expuso de nuevo su idea para la tienda y sus ventajas. La ciudad de los cuentos no tenía churrería. 
Esta vez, Nelly, quizá porque el viento soplaba del oeste, contestó un tímido: "bueno, puede que sí". Y luego se quedó pensando por qué sí y por qué no con diez meses de diferencia. El Muso había comentado algo sobre una churrería curiosamente, un día antes de la llegada del churrero.
¿Se conocían?
¡No! ¡Qué absurdo! Además, cuando Nelly se negó a abrir aquella tienda allí pensó, con regocijo: "¿¿ves?? ¿ves? El Muso se ha equivocado".
Se lo dijo a sí misma porque en su fuero interno pensaba que eso no pasaba nunca, aunque Memphis le recordaba un día sí y otro también, que las leyes lógicas de la naturaleza impiden creer -por no tener antecedentes- que un ser humano podía no equivocarse jamás. En según qué ciertas cosas. Pues, ¿no dijo acaso el Muso que él también era humano y no pasaba nada por equivocarse?, Nelly se perdió de nuevo en sus pensamientos...
Y empezaron las obras. 
Al poco de martillear, clavetear, levantar pilares y barnizar puertas, en el local en cuestión, la alcaldesa se dejó caer por allí, a husmear.
Estuvo evaluando, examinando, indagando, observando bajo la lupa cada tornillo y cada clavo.
- Esto esta todo mal -dijo-. Seguro, no hay más que verlo. Yo no soy experta en obras pero esto seguro que se cae. Todo se cae. Debería cerrar este sitio.
Todo esto se lo decía a Memphis, que caminaba tras ella, con su bata blanca de científica y su libreta de tomar apuntes.
- Lo cerraré mañana -dijo Nelly.
El churrero, con su casco de obra, su perilla pelirroja al sol, y sus ojos color almendra, la observó llegar e irse y luego continuó trabajando. Sin decir nada.
A la semana siguiente, Nelly estaba de los nervios.
- ¡¡La cierro!! ¡Esa tienda se tiene que ir! 
- ¿Y por qué le diste permiso?
El cartero cruzaba la plaza octogonal cuando se encontró con ella y con Memphis. Junto a un pozo. Un nuevo pozo en el que Nelly estaba intentando ver su reflejo.
- ¡Que te digo que la cierro! ¡No he ido antes a cerrarla porque estaba muy ocupada! Pero vamos ahora mismo...
Se encaminó decidida hacia el lugar.
- ¡Eh! ¡Tú! ¡Chico de los churros!
El joven la miró. Se quitó el casco de obra de color blanco y tras secarse el sudor con la manga de su camisa, se acercó.
- Ven aquí, tenemos que hablar -dijo Nelly-.... Mira, esto, no es buena idea. Seguro que a la gente no le gusta el chocolate. Y seguro que tienes mejores cosas que hacer.
- O puede que no.
- Mira, esta ciudad es muy rara -repuso Nelly.
- Ya lo sé.
- A veces anochece dos veces al día.
- Me parece bien. Me encanta.
- Puede llover según mi estado de ánimo.
- Me encanta la lluvia. Tengo un paraguas en el coche.
- ¡Vale! ¡Tenemos termitas! Ya está, a nadie le gustan las termitas...
- Da la casualidad de que mi mascota es un oso hormiguero...
Cuando Nelly vio al bicho casi le da un infarto.
- Hala, bonito -dijo el churrero dejándolo libre-, busca termitas y ponte las botas.
El niño mensajero sonrió. Nelly miró a Memphis (refutada científica) buscando apoyo. Ella le devolvió una mirada igual de perpleja y negó con la cabeza como si no supiera qué argumentar.
- ¡Bueno, te tienes que ir porque tu obra es muy fea!
La verdad sea dicha, el local estaba quedando precioso. Pero es que eso era precisamente lo que más molestaba a Nelly. Era la cafetería más bonita del mundo. Jamás había visto otra igual. 
- Mañana la cierro. ¿Entiendes? ¡Puedo dictar un bando anti-cafeterías de un día a otro! 
- Y si lo haces no me arrepentiría del tiempo que he pasado aquí -repuso el churrero.
Nelly apretó los puños y dijo: "¡Vamonos!". Y regresó a su confortable ayuntamiento. Suspiró. Qué alivio estar en casa. Lejos de todas esas cosas ilógicas que hay fuera de ella.
- Mañana es la inauguración de la churrería -dijo Memphis antes de irse también.
- Se arruinará -respondió Nelly-. No le doy ni una semana...
Lo malo fue que al día siguiente de abrir aquel nuevo local, todos los vecinos cambiaron las costumbres cotidianas que tenían. Y cuando Nelly fue a la panadería, se encontró con que no había panadero dentro porque estaba hablando con el profesor del churrero. Entonces dijo: "no importa, iré a la tienda de flores", pero resultó que la de la tienda tampoco estaba porque al retrasarse el panadero en su entrega de pan, tuvo que salir a dejar a su hijo con la niñera. Cada vez más confusa y molesta, la alcaldesa fue de un lugar a otro solo para comprobar que nada estaba en el sitio de ayer, y que todo había cambiado.
Decidió descargar su frustración dándole golpes a un poste en una esquina de la plaza. Era un poste hecho de un material blando porque servía precisamente para eso, para que Nelly le diera patadas cuando se enfadaba, cosa que ocurría bastante a menudo.
- ¿Y bien? -preguntó el cartero a sus espaldas-, ¿quieres cerrar la tienda?
- Vamos hasta allí y lo decido por el camino -dijo Nelly.
Avanzaron juntos por las calles empedradas. El niño mensajero con su bolsa bandolera al hombro. Nelly con mucha tensión en la espalda. Al llegar, la animación se había contagiado a las calles colindantes de la churrería. Todo eran vecinos con sonrisas amables en el rostro, gente leyendo sentada en confortables sillas, personas con sombreros con flores, niños jugando. Algarabía. 
Nelly se paró.
- Vaya, no quiero cerrarla -dijo.
Era demasiado bonita. 
- ¿Un café, Nelly? -preguntó el churrero-. Aunque, lo primero: ¡buenas tardes!
Qué detalle. No todo el mundo saluda con un buenos días o un buenas tardes, y mucho menos de esa forma. Esa manera de decirlo, que más que un saludo parece una afirmación, sorprendía. 
- Gra-gracias -dijo Nelly- Te quedó muy bonito.
- Gracias a ti por venir a verlo.
Tras tomar el café y cuando ya se habían ido todos los clientes, incluido el niño mensajero, la alcaldesa le preguntó:
- ¿¿Por qué en mi ciudad?? 
Y el churrero dijo:
- Porque tienes buen corazón. Algún día te contaré más.
Hum. 
- Oye, mira... que eso ya me lo habían dicho antes -añadió Nelly. 
Y pensó en el Muso, pero no por él, sino por los peligros que le evitaba. Seguro que el Muso tenía poderes cósmicos capaces de ver el futuro y el corazón de aquel chico. Pero ella no. Y ante la duda, "no" era la mejor respuesta. 
- Te vas a perder la vida -contestó el churrero secando un vaso por dentro y sin dejar de mirarla.
- Es que me da igual.
- Ah, sí... -contestó-, pues vale.
- Total... ¿qué tiene la vida que no tenga un buen libro?
El churrero se echó a reír.
El caso es, que por unas cosas u otras, la alcaldesa se acostumbró a tomar un café con churros cada tarde y de paso, conversar con aquel nuevo habitante de la ciudad. Pronto, las conversaciones eran tan animadas que se dejaban cosas importantes en el tintero por no tener tiempo para tratarlas todas. Hablaban de la existencia, del budismo, del apego, de arquitectura técnica (bueno, de eso hablaba él en realidad), y sobre todo, Nelly le contaba dudas y problemas. Al principio no, claro, pues, ¿quién sino el Muso podía entenderla de verdad? Pero le sorprendió ver que aunque era diferentes, sus respuestas coincidían.
- Por lo que me cuentas estas intentado que yo, o el muso, u otra persona te den una respuesta, una guía, de "cómo debes reaccionar" ante cada situación problemática que se te presente. Es decir, como si buscaras un: "si pasa A, debo hacer B. Si pasa B, debo hacer F..."
- Claaaro -dijo Nelly.
El churrero se echó a reír.
- Pero es que eso no funciona así. Es más bien un problema de cómo ves tú las cosas. No tienes que ir a buscar respuestas para cada situación porque, te vas a encontrar situaciones nuevas cada día.
Hubo una pausa. ¡En eso llevaba toda la razón! Del pasado hasta la fecha, las situaciones conflictivas había ido cambiando. Un año tras otro, siempre que se solventaba una cosa, aparecía un reto diferente. 
- No lo pienses tanto -contestó el churrero-, mejor que pensar: obsérvalo.
Nelly dio un salto en la silla de la chocolatería. Y sonrió. Le gustaba cuando las cosas le encajaban, de manera, por así decir, lógica.  
- ¡Me tengo que ir! -dijo de repente.
Y regresó al ayuntamiento. Tenía muchas tareas pendientes.
Al poco rato llamaron a la puerta. Ya había anochecido. Se levantó a abrir con cara pensativa, y se encontró al cartero parado en el umbral. Sin mediar palabra, aquel niño de unos nueve años, de pelo rizado y mirada franca, metió la mano en su bolsa bandolera y la extendió hacia ella con un sobre. 
Nelly rompió el sello rojo y leyó el contenido. Era del dueño de la cocholatería-churrería. Decía:

"Ya verás cuando llegue el momento en el que no tengamos límite de tiempo para hablar..."

Las cejas de Nelly se alzaron con sorpresa. Se apresuró a buscar papel y bolígrafo y contestó en otra carta:

"¿Eso existe?"

El cartero se marchó con la misiva.
Y la respuesta, a manos del niño, llegó un rato después.

"Bueno, si tienes en cuenta que el tiempo no existe... a lo mejor su límite tampoco. ¿O sí?"

¡¡Vaya si era listo este muchacho!!

Nelly se apresuró a contestar:

"¡Es verdad, el tiempo no existe! Es solo la medida del cambio. En verdad, aunque estamos separados, estamos juntos. Cambiando en otros espacios".

Antes de entregarle la carta al niño pensó que quizá aquello era demasiado metafísico pero, bueno, se podía arriesgar un poco. La respuesta le sorprendió:

"Exacto. No hay distancia".

Llegados a este punto, la alcaldesa retomó su escritura, diciendo:

"Pero... ¿existimos individualmente?"

Al ver la carta, el niño la guardó con una sonrisa y se fue. Pasaron las horas. Rozando la medianoche llamaron a la puerta de nuevo.

- ¡Ay, sí qué has tardado! 

Nelly abrió la misiva:

"La cuestión es, ¿qué es un individuo?"

Y de un modo absolutamente sorprendente, el cartero le entregó otro sobre más. También era de él:

"La definición de individuo es ser indivisible. Te sientes separada del resto, ¿por qué?".

- Indivisible -repitió Nelly en voz alta. 

Y mirando al cartero, añadió:

- ¿Tú qué opinas? Dile que la gente se mueve "sola", actúa "sola" y que a veces me hacen daño. Así que la gente está allí y yo estoy "acá". 

- Tengo otra carta más -repuso el niño.

Decía: "Claro".

A Nelly le dio un ataque de risa. ¡Cielos, era como el Muso!
Cuando paró de reír, leyó la última misiva que le entregó el cartero.

"Si me insultas, ¿eres tú quien me hiere?"

- No tengo respuesta para esto -admitió Nelly-. ¿Se lo dirás?

- Se lo diré.

Y así es como la Alcaldesa permitió que la ciudad tuviera una churrería. Porque a fin de cuentas, nunca esta de más tener un lugar para las buenas conversaciones. 



FIN. 


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