El cometa Hikayake y el asesor laboral - Cuento.
Érase una vez que la alcaldesa de Cuentos de Nelly tuvo un disgusto laboral tan enorme... que mientras estaba en el aparcamiento de una empresa de un confín del mundo muy muy lejano, se puso a llorar. Estaba tan disgustada, tan sorprendida y tan enfadada, porque además era Navidad, que al cabo de media hora de enfado sólo sentía odio, y como no sabía que hacer con tantas emociones negativas (encima, en Navidad), al final el mensajero de la Ciudad de los Cuentos tuvo que tomar cartas en el asunto.
- Ten -le dijo a Nelly- es una carta del asesor laboral.
Nelly cogió la invitación en un sobre lacrado con un sello rojo. ¡Qué ceremoniosa es la carta! se dijo. La echó en el asiento de atrás del coche y siguió llorando y rumiando su enfado todo el día de Noche Buena y buena parte de la mañana de Navidad. Si se le pasaba durante un ratito al poco el cabreo regresaba, en cuanto se descuidaba, volvía a sentir rencor, odio y mil sentimientos más, ninguno de ellos bonito. Alguno de los cuáles, útiles. Así que al final acudió al edificio de doce plantas del Asesor Laboral de la ciudad de los Cuentos, ubicado cerca de la Plaza Octogonal, al otro lado de la fuente que en verano echa agua y en invierno, chocolate con leche.
- ¡Hombre, por fin! -dijo el conserje de la puerta-, ¡ya pensábamos que no venías, Alcaldesa!
Ella se cruzó de brazos.
- El Asesor le está esperando.
Nelly siguió cruzada de brazos en el hall del edificio con cara de "odio a todo el mundo". Aunque más que a todo el mundo, era algo muy concreto lo que ella pensaba que odiaba. Y aunque dicho así parece poca cosa, si el odio hubiera sido fuego la Alcaldesa sería un volcán. Sentir odio y rencor el día de Navidad no es algo muy agradable, lo cuál, todavía le enfadaba más. Fue invitada a seguir al conserje a través de un pasillo flanqueado por jarrones caros y enormes, sobre los cuáles se veían fotos de los múltiples alcaldes y alcaldesas que había tenido la Ciudad de los Cuentos. Nelly pensaba que era la única que conocía aquel lugar así que frunció el ceño, pero no dijo nada.
Las puertas del despacho se abrieron y allí, tras una mesa repleta de papeles, en la última planta del edificio, delante de una librería que ocupaba toda la pared, repleta de pesados tomos azules y rojos, estaba el asesor. Llevaba gafas, era más bien bajito, tenía el pelo entre marrón y canoso, abundante cabellera en la cabeza y rondaría los (¿...?) años. Digamos cincuenta años. Aunque Nelly no lo tenía muy claro.
- ¡Encantado de verla al fin, señora Alcaldesa! -dijo el asesor laboral-, creo que está aquí porque tiene un problema. ¡Adelante, no sea tímida! Dígame qué le molesta.
Nelly le expuso, muy brevemente, el motivo de su disgusto. Bueno, más bien, como no lo conocía en aquel momento lo que hizo fue exponer el extraño y misterioso arranque de llanto que había elevado su cabreo a proporciones infinitas, deseando el mal a ciertos seres de la galaxia, lo cuál... en Navidad no es que sea muy apropiado. En otras épocas del año tampoco, pero es que encima en Navidad...
- Entiendo -dijo el asesor-, ya veo claro lo que pasa.
- Y entonces el mensajero me dijo que viniera a verte....
El mensajero de la ciudad es el habitante más extraño, sabio y huidizo del mundo de los cuentos. Sólo aparece cuando de verdad se le necesita y siempre sabe llevar a los personajes a su correcto lugar. Campa por los sueños y por los relatos imaginados con la misma libertad con la que recorre las calles para entregar el correo. Para el imaginario humano de Nelly es un niño de unos nueve años, de ojos despiertos, redondos y marrones, aunque la alcaldesa no tiene realmente clara su edad.
- Es muy obvio para mí lo que ocurre, Alcaldesa -repuso el asesor laboral, abriendo un pesado tomo de tapas de terciopelo y poniéndolo sobre su escritorio-, a ti, ¿cómo te gusta trabajar?
- Con ilusión.
- ¡Ah! ¡Fantástico! -respondió el asesor laboral mientras pasaba su dedo por las hojas del libro-, ilusión, ilusión.... ¡aquí está!
Mientras buscaba, Nelly empezó a quejarse y a protestar sobre el robo de la ilusión, la injusticia, la maldad cósmica, y un montón de ideas locas sobre las cosas que pasan.... y que no están bien, pero que se conocía de otros momentos que cuando alguien era tan malo y ella sentía tanto odio, de algún modo a esa persona le acababa ocurriendo algo terrible. Sin llegar a ser como la Matilda de Roald Dahl, Nelly había estado a punto, dijo, de visitar al "asesor de la venganza maliciosa" para organizar un desquite, en vez de venir a ver al asesor laboral. Pero, añadió, aunque tenía razones de sobra para ser tan mala ella no quería ser así (no estaba segura tampoco de las consecuencias, jajajajja). Así que por eso optó por ver primero al asesor laboral, sabiendo bien que de todos modos ciertas cosas seguro que habían pasado porque se las merecían, y ciertas otras les pasarían por lo mismo.
- Pero, ¿a quienes? -preguntó el asesor-, ¿a quién castigamos exactamente? Si me dices los nombres de los que odias....
Nelly abrió la boca como un rayo pero sus labios no articularon palabra alguna.
- Bueno... déjame pensar....
Entonces se dio cuenta de que tampoco sabía exactamente lo que odiaba tanto. A fin de cuentas, normalmente, se lo pasaba bien en el trabajo. Normalmente. Pero luego venían estos disgustos y todo era terrible y tanto, tanto odio y tanta tanta tristeza anegaban su casa, algo así como cuando el mago Howl convierte todo en "limo verde".
- Bien, entonces... ¿a quién castigo? -preguntó el asesor.
Hum.
- Tampoco hace falta eso -dijo Nelly.
El asesor empujó el puente de sus gafas sobre su nariz recta y grande y apuntó con el dedo al libro que había abierto frente a la Alcaldesa.
- Aquí esta, la historia que andaba buscando -dijo-, "el caso del cometa Hikayake"
- Dirás Hyakutake -repuso Nelly.
- No, Hyakutake va por otro mundo, este es el Hikayake.
- Aaaaaah.
- Érase una vez un cometa, el Hikayake, -leyó el asesor-, que abordaba su entrada en el Sistema Solar con una ilusión tremenda. Siempre pensaba: "voy a ser el cometa más brillante que vean los seres que habitan la Tierra, y así todos me amarán mucho".
- Ajá -repuso Nelly sin gran interés y con gesto de "sigo fastidiada" y "sigo odiando mucho algo".
- Bien -continuó el asesor-, el cometa se esforzaba muchísimo en tener la cola más bonita y larga de todos los que cruzaban el espacio por aquella zona del Universo. Así que no le importaba arriesgar su vida acercándose al Sol para evaporar buena parte del hielo de su superficie y brillar con magnificencia. A medida que se acercaba a la Tierra trataba de brillar todavía más... y de repente....
- ¿Qué? -preguntó Nelly.
El asesor movió la cabeza, con aire compungido.
- ¿Qué? ¿Qué le pasa al cometa?
El asesor señaló un grabado con un dibujo de la órbita de la Tierra y el cometa atravesando el Sistema Solar.
- ¿Ves esto? -preguntó el asesor.
- Es la Luna.
- Sí -contestó él-, cada vez que el cometa pasa cerca de la órbita terrestre pueden pasar dos cosas: que el cielo esté despejado y los habitantes lo vean y digan: "ooooh, cómo brilla, qué maravilloso es el cometa" o puede ocurrir que la Luna esté en medio... Y no lo vean.
- Vaya -respondió Nelly, sintiendo una gran compasión por el cometa.
- Tanto esfuerzo para nada -comentó el asesor- fíjate que ha perdido buena parte de su masa y se ha arriesgado a que el Sol lo achicharre... y al final por culpa de la Luna, se queda sin brillar. Y lo peor de todo -añadió con énfasis-, es que el cometa no sabe cuándo su esfuerzo va a tener recompensa y cuándo por culpa del mes en el que estemos, se queda sin su justa paga por lo que ha hecho. Pero, ¿dirías que es culpa de la Luna?
- No -respondió Nelly.
- Ya -contestó el asesor-, la Luna es la que lo fastidia. Quizá el cometa podía cambiar de órbita.
- ¡Quizá el cometa podía mandarlos a todos a la porra! -gritó Nelly lanzando los papeles al suelo.
El asesor suspiró.
- Para eso que no brille y que se quede en la mediocridad -añadió Nelly.
"Uuuuy, qué cabreo", pensó el niño mensajero que lo veía todo desde una ventana redonda del tejado. "Esto nos va a costar un rato" pensó.
- Pero es que el cometa así no sería feliz -respondió el asesor.
- ¡Pues del otro modo tampoco es feliz!
- Veamos, imagínate que el cometa Hikayake entra en el Sistema Solar con su habitual entusiasmo. Quiere brillar, quiere ser mejor y aprender cosas en cada viaje. ¿Te parece bien?
- Me parece perfecto -respondió Nelly con los brazos cruzados y expresión impaciente y malhumorada.
- Bien, ahora imagínate que al pasar por Saturno decide arriesgarse a colisionar con algunos asteroides para tener más agua porque sabe que de camino al Sol, así, brillará más.
- Perfecto.
- Y de este modo, preparado para brillar se acerca a la Tierra y resulta que los seres humanos están durmiendo o que es una noche de Luna tan redonda y brillante que no lo pueden ver, o mejor, que la posición del satélite terrestre lo tapa por completo. Dime, Nell, ¿el cometa dejaría de ser un cometa?
De la risa que le entró, el niño mensajero casi se cae del tejado.
- ¿Dejaría de ser un cometa brillante? ¿sólo porque hay una luna en medio?
- No lo sé -respondió Nelly descruzando los brazos para rascarse la barbilla-, porque lo de "si algo brilla o no" por sí solo, o eso de si un árbol hace ruido cuando no hay nadie cerca... tiene su miga, ¿sabes?
- Ya.
- Y.... bueno, déjame pensarlo -siguió diciendo Nelly-, a ver... se acerca a la Tierra... y no lo ven brillar, pero claro, el cometa sigue siendo el mismo. Me estas haciendo un lío. Porque en verdad el cometa sólo no brilla, lo ven brillar los otros. Yo lo que quiero es un remedio para.. -titubeó-, para.... para que no vuelvan a hacerme daño.
- Sin estar triste -añadió el mensajero.
- Eso es... ¡Eh! ¡Deja de escuchar conversaciones ajenas! -protestó Nelly alzando el puño hacia el tragaluz del tejado.
- Claro, el cometa podría no brillar, pero no estaría muy feliz, ¿no crees? -respondió el asesor-. Dicen que el Hikayake es el más luminoso de nuestro cielo, lo malo es que no siempre se deja ver.
- ¡¡Por culpa de la Luna, no del cometa!! -explotó Nelly.
- Aquí nadie tiene la culpa de nada, tú misma lo has dicho antes, es un sistema. Cada elemento traza una órbita y cumple una función, ¿a que eso no lo habías pensado?
- No, eso no -admitió la alcaldesa.
- Bien -el asesor laboral hizo una pausa-, entonces, tenemos un cometa que quiere brillar y tenemos un sistema que no siempre le deja. ¿Qué puede hacer el cometa?
- Tú sabes que el cometa se esfuerza mucho -comentó Nelly, de un modo que hizo reír al asesor. Pero este no dijo nada, dejó que siguiera pensando.
Y lo hizo durante un buen rato.
- Al cometa no debería importarle si los seres de la Tierra lo ven brillar o no -respondió Nell- igual debería centrarse más en otras cosas.
- ¿Cómo cuáles?
- Bueno... no sé, ver Saturno. O... darse una vueltecita por Júpiter y tal. Hay cosas chulas por ahí arriba.
- O sea, que debería disfrutar del viaje y olvidarse del número de seres que lo ven brillar o no.
- ¡Ya pero es que el cometa tiene eso como trabajo! ¡cifras y números!
El asesor no se esperaba aquella reacción y se mostró un poco desconcertado, aunque Nelly solo vio un ceño fruncido.
- Veamos -dijo-, el cometa no puede controlar la Luna, ¿cierto?
- Cierto.
- ¿Qué puede controlar?
- Supongo que tal como dice la historia, parte de su órbita. Completa no creo que pueda, pero una parte, parece que sí, ¿verdad?
- Pues que se centre en esa parte -respondió el asesor-, lo que está claro es que no le puede obsesionar tanto el resultado porque si no, le van a hacer daño. Y al final no es tan grave, va a seguir siendo un cometa brillante y talentoso a los ojos de todos los que lo quieran ver.
- ¿Seguro que no pasa nada porque no lo vean? -preguntó Nelly-, ¿y no será un estrepitoso fracaso?
El asesor laboral sonrió:
- Creo que ya te digo una jefa una vez que saben más que de sobra tu valía. Hagas lo que hagas, esa valía va a seguir ahí, por más que te empeñes en no verla. Siempre ha estado, y siempre estará.
Nelly sonrió. Puso los brazos en jarras, como Peter Pan, y decidió conseguir algún objeto que le recordara la historia del cometa Hikayake, para no olvidarla.
- Tienes razón -dijo.
El asesor laboral cerró el pesado tomo encuadernado en terciopelo rojo y volvió a ponerlo sobre la estantería.
- Pues claro que la tengo -respondió-, por eso soy asesor.
- ¡Oye, ¿y sabías que las cosas no brillan por si solas? ¡solo brillan si las vemos!
- Lo sé, Nell, lo sé -repuso el asesor laboral-, pero esa, ya, es otra historia....
FIN.
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