Shogun



Tras arrasar con los libros de la biblioteca del colegio, de mi clase, de la vecina y El Señor de los Anillos, empecé con las novelas de "adultos" que había en casa. La primera fue Tiburón. De la que hablaré en otro momento (y digo esto porque 30 años después, en una comida de un taller literario comenté esta novela y dije que me impactó algo de ella porque la leí siendo muy niña, y otra persona  me dijo lo mismo, y nos miramos y ambos pensamos en la misma escena). 

-¿Y esta? -le pregunté a mi madre, sosteniendo un libro muy gordo en la mano.
-Esa es "Shogún"... Si te gusta Japón, te va a gustar.

Dado que yo piantaba dibujos manga en los manteles de los restaurantes (debo decir que alguno me pidieron pese a ser garabatos), puedo asegurar que sí, entonces me gustaba mucho Japón. Y cuando visité Japón, todavía me gustó aún más. 

Lo que también os puedo contar es que mientras leía Shogún mi concepto de Japón cambió por completo. Hasta entonces, no tenía ni idea de nada.

Cuando empieza la novela, un marinero inglés en un buque holandés, llega hasta Japón (tal era su objetivo) en el año 1600 (y pico) y allí su primer contacto con un occidental es un jesuita portugués con el que se enzarza en una disputa delante del señor feudal.

Cuando dicho señor feudal llega al pueblo, un campesino no inclina la cabeza ante un samurái y se la cortan.

Os cuento esto porque levanté la vista del libro con el ceño fruncido.

"¿Acaban de cortarle la cabeza a alguien por mirar a otro alguien a los ojos?".

Ese, amigos lectores, fue el primer encuentro con Japón.

Yo pintaba Son Gokus y Bulmas por todas partes. Leía y consumía manga. Decía que me chiflaba el país pero mi idea de Japón era chicas con la cara blanca mientras pétalos de cerezos en flor nevaban sobre sus cabezas delicadas.

Nadie me había dicho nada nunca sobre mirar a un samurái y perder la cabeza.

Pero seguí leyendo.

Me imaginaba a Blackthorne algo más pelirrojo que en la serie que acaba de estrenar Disney, y -desde luego-, pronto te das cuenta de que su privilegio es la adaptación. Lo que salva al marinero es que aprende a hablar japonés. 

En la mitad del primer capítulo de la serie es verdad que reta a bajar por el precipicio al señor feudal y es verdad que habla en su idioma "ojalá te mates" ¡jajajajajja! con una magnífica sonrisa lo que te hace reír y te adelanta el verdadero tema de la novela. 

Serie y libro son muy similares, pero en el libro recuerdo perfectamente la escena del acantilado porque el siervo del señor feudal, para indicarle a este que había un saliente o cuerda al que podía agarrarse... en el libro, repito, importante: grita "banzai" y se lanza al vacío y se espachurra en un charco de sangre SÓLO para que su señor gire la cabeza.

"¿¿¿????"

Ahí sí que dejé de leer.

-Perdona... ¿¿¿qué????

Y acudí a mi madre (completamente escandalizada):

-¿¡SE ACABA DE LANZAR POR UN PRECIPICIO PARA QUE SU SEÑOR VEA UNA CUERDA!?

Respuesta: sí.

-¡¿PERO ESTÁN LOCOS O QUÉ LES PASA?!

Ahí conocí Japón.

Viaje a ese país en 2018 y todavía me fascinó más, por muchas cosas que no relataré ahora. En el momento, comprendí algo: Honor vale más que la vida. Eso es Japón. Y, podéis creedme, yo no estoy conforme con eso. Vida vale más que nada.

La novela es maravillosa. El señor Toranaga es maravilloso (ni os imagináis). En realidad, es algo así como Juego de Tronos pero en las escenas geniales de Juego de Tronos (a saber: cuando Jhon se levanta del suelo y ves cómo levanta la espada SIN QUEJARSE y a lo lejos viene toda una avanzada de caballos y jinetes bien pertrechados). Para mayor precisión os lo voy a mostrar:



Siento haber mezclado dos series pero es que este es el mejor momento para mí de Juego de Tronos. Esta todo perdido, es imposible ganar, vienen cinco mil hombres y "yo lo he perdido todo" y va y se levanta. Y no solo se levanta sino que saca la espada y piensas... ¿qué?

Bueno, pues Shogún es así pero más divertido y más (partida de ajedrez). Adoraba el ajedrez. Me sigue gustando.

A medida que leía Shogun me encontraba con cosas como:

-¡No, señor, no lo acepto... déjame quitarme la vida!

??????

No sabéis lo chocante que era para mí la novela. Estaba..., como Blackthorne. Hasta que al final... lo entiendes. Al final él pide "un baño" cuando vuelve con los occidentales (escena que copia El Último Samurái) y de eso va... de que los marineros al llegar pensaban que la enfermedad venía del sol y los japoneses sabían que tenían que comer más fruta.

La novela va de ver al señor Toranaga diciendo: "No, por favor, la madre del Taiko es tan rehén mía como yo lo soy de vosotros en este castillo" ¡JAJAJAJAJA! A decir verdad, cómo te prepara esto para la vida adulta.

Ains, señor.

Y la serie está MUY BIEN adaptada, al menos en la mitad del capítulo primero (que es por donde voy). 

Son cinco señores feudales a la muerte del Taiko (con un hijo muy joven para heredar). Hay paz, pero muchos indicios para la guerra. Y el "viejo" Toranaga es un señor muy poderoso  y...,  en fin, tiene enemigos.

Acabé el libro y tardé muchos, muchos años en ir a Japón. Cuando fui pensaba que Tokio me daría igual porque yo quería ver Kioto. Cuando estuve en Tokio, en cierto parque con un Tori (Un santuario Meiji) me quedé casi tan alucinada como cuando viajé en un tren sin conductor a la bahía de Tokio.

Cuando vi aquel paisaje de rascacielos... miré a mis compañeros de viaje y dije:

-Pero...¿¿¿¿Tokio tiene mar?????

Haced el favor de poner en Google Imágenes: Bahía de Tokio, e imaginadme viendo ese puente y esas vistas, ¡allí! con una cara de... estar viendo Marte... y la mujer que había a mi lado, que viajaba sola, me dijo:

-Tú no has visto nunca Shangai, ¿verdad?

Pues claro que no.

Vi cosas en Japón alucinantes. Sigue siendo mi viaje favorito.

Pero tenéis que leer Shogún. Si queréis de verdad entender cómo era su cultura tenéis que leerlo. Es un país de contención. De normas. Y de señales.

Mi compañero de viaje, viendo un guardia dando órdenes cada cinco pasos y muchos cerezos en flor y muchos carteles y muchas reverencias, soltó: ¡¡cielo santo, este país está lleno de Nellys!!

Yo me puse roja y le miré con espanto. (Un poco por verme descubiert@)

No os confundáis, no me gusta eso. Ves gente recién salida de la empresa con traje de ejecutivo dando saltos en un local con máquinas para bailar y máquinas que regalan peluches. Y ves gente sola que al salir del trabajo va allí (¿a desahogarse?).

Entramos en un callejón, al lado del mercado de pescado de Tokio y un señor hacía nigiris y otras cosas a la velocidad del rayo, con un delantal blanco todo manchado y le miramos con cara de idiotas y se echó a reír. Daba igual el plato que señaláramos, lo hacía con dos golpes de cuchillo.

Pero lo más ridículo (bueno, hubo más cosas) que se me quedó fue lo del supermercado. Necesitaba pilas y entré en una tienda vacía. Había señales en el suelo, ante la caja y muchos pasillos. Un chaval chiquitín y joven, y delgado y ... joven, estaba allí y yo me acerqué a preguntar... Me acerqué no por donde la flecha (ya ves tú, ¡una flecha en el suelo, en un espacio diáfano con cinco pasillos idénticos y un mostrador) Me acerqué al mostrador por el lateral y hablé y ese joven...

... ese joven movió la mano con tanta vehemencia que el gesto me dejó congelada en el sitio.

No sabéis la fuerza de aquel gesto. Y no era fuerte porque lo hiciera con fuerza. Es que no sé ni cómo explicarlo. Es como si ves un cisne haciendo karáte. 

Repito, el gesto me dejó detenida. Un gesto en silencio.

Le miré. 

Silencio.

De algún modo estúpido pensé... o miré la flecha. De algún modo de lo más instintivo. Moví mis pies un paso hacia la flecha. Me coloqué sobre la flecha. Todo esto en silencio, todo esto tras algo que causó turbación.

Me puse sobre la flecha y aquel dependiente más joven... repito, era un chico joven, con algún granito en la cara porque era joven... en ese instante se inclinó con una reverencia.

Si yo estaba alucinando antes, en ese momento me fasciné del todo.

Y también hice la reverencia. 

¿Cómo puede una persona ser tan débil y tan fuerte a la vez?

En el último hotel de Tokio (conclusión: voy a Japón y me alucina un vendedor de un Seven Eleven...) había una convención política con gente de China. Nos lo advirtió la guía: era un cinco estrellas. De los más caros.

Montados en el ascensor veo una señora mayor con kimono (precioso el kimono) en una silla de ruedas. El peinado alucinante, el kimono alucinante, la miré y alucinaba más. Entonces se para el ascensor. La doncella que empuja la silla de ruedas en kimono sencillo de color azul oscuro sale del ascensor.

Hasta aquí, todo bien.

La miro, nos mira, se inclina.

Es ahí donde empecé a alucinar. Se inclina, ante nosotros... bueno, más bien, ante la silla de ruedas. Yo miré hacia abajo, ya sabéis, en oblicuo, y veo a la señora de la silla tan serena, medio sonrie. La doncella entra de nuevo en el ascensor, se pone tras la silla y saca a la que va en la silla.

En otras palabras, hizo una reverencia para sacar la silla del ascensor. Y yo (occidental torpe y poco educada) miré a la que iba en la silla y la sonrisa era la de Mona Lisa.

¿¿¿Podéis explicarme cómo puede existir un país así????

¿Que si me gustaría vivir allí? ¡NO! ¡Qué miedo!

No, no... ¡son lo contrario a los españoles!

Ahora,... que si me fascina... eso ya es otra historia.

Si supiera el del supermercado que me impactó de tal manera... ¡dónde estará el muchacho! ¡Jajajajaja! 23.000 kilómetros en avión para quedarme congelada con un gesto.

En fin, que veáis Shogún. Merece la pena.
SALUDOS!!!! 


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