Cuento de Navidad
Fue más o menos así. Habían pasado unas horas del nacimiento de Jesús, cuando a lo lejos estalló una tormenta de fuegos artificiales. Una especie de red de destellos iluminó la noche, amortiguando el sonido de las copas de cristal al chocar y los buenos deseos al elevarse sobre los comensales.
La Alcaldesa de la ciudad imaginada, Nelly, hizo temblar los sombreros de los barones, mariscales y generales que había alrededor del banquete, al proclamar en un bando que de hoy en adelante, la ciudad quedaba iluminada.
-¡A partir de hoy, no quiero más caras tristes, ni problemas, ni se permitirá la entrada de viajeros que no porten nuevas alegres!
-Me alegro, señora. Decídme, ¿se aceptará la entrada del que llamáis "Muso"?
-Por supuesto, él siempre será bienvenido. Pero a partir de ahora, se tendrá en cuenta que habla con ironía.
-¿Y qué hay de Davidel, el adivino?
-¡Claro! ¡Un gran lector! y viajero.
-¿Y qué pasa con...?
-Eso, ni se pregunta.
-¿Y qué hacemos con los "tristes", los "quejicas" y los "problemáticos"?
-Pues para eso estáis aquí. No convocaría mentes tan brillantes sino fuera porque espero una estrategia militar anti-tristezas que hable de caminar sobre ríos helados, bajo el aullido de los lobos hambrientos, en pos de acabar con todo aquello que se cebe con al alegría y el amor de este reino. ¿Os imagináis el panorama? Hordas de problemas acosando, espectros demasiado embrutecidos como para poder detenerlos arrastrando a los habitantes de mi ciudad a un pozo sin fondo de melancolía. ¡Pues se acabó! ¡Hablad de estrategia, que yo, vuestra adorada alcaldesa, os escucho!
Los invitados comenzaron a echarse flores sobre sus dones bélicos, recordando el avance imperturbable de las tropas, en perfecto orden, hacia filas enemigas, bajo su firme batuta. Juraban y perjuraban que eran los mejores estrategas militares del mundo, de este Universo y de otros... mientras Nelly, escuchaba.
-¿Y qué tal un gato? -se oyó de repente.
Todos cerraron la boca y se miraron escandalizados, ¿quién osaba hablar de mascotas en medio de aquel brillante desfile de proeza militares?
El responsable era un niño. Conocido por todos por su carácter inesperado y esa manía de aparecer y desaparecer sin lógica aparente. Un simple cartero de unos once años, con la bolsa bandolera cruzada al pecho y unos ojos marrones -casi negros- de mirada franca, que no reflejaban nada y en los que podías perderte sino tenías cuidado. En medio del trajín de platos que desfilaban por el salón y de las alabanzas de unos invitados hacia otros, él mantenía la calma y se comportaba como el más humilde de los asistentes.
-Un gato... -replicó alguien con sorna-, ¡menudo héroe estáis hecho! O sea, un gato. Para lidiar con las tristezas y tragedias que puede llegar a sufrir la ciudad, proponéis una bola peluda como escudo.
La alcaldesa le miraba, intrigada.
-¿Y cómo iba un gato a solucionar la guerra?
El cartero sonrió. Aunque, todo hay que decirlo, parecía querer evitarlo. Con gesto neutro se puso en pie, movió un dedo y al instante, el salón, la vajilla, los platos, la mesa, la casa consistorial y todo lo que contenía, desapareció. De improviso, los mariscales, generales, barones y la Alcaldesa se descubrieron en una colina nevada, bajo una gran ventisca.
-¡Vamos a morir de frío! -exclamó ella.
Todos se echaron el aliento en las manos tratando de no perder la movilidad de los dedos. La colina se salpicó entonces de manchitas negras, que resultaron ser unos tres mil monstruos peludos de grandes dientes, que avanzaban gritando hacia ellos. De pronto, unos cañones sonaron en un flanco y algunos de esos seres tenebrosos desaparecieron tras un brutal impacto y una gran humareda.
Cuando la tormenta abría claros en la columna de humo, los presentes vieron nuevos seres sumándose a la batalla. Y soldados al servicio de Nelly, contratacando. Algunos saltaban por los aires y otros caían abatidos matando a los leales a la alcaldesa.
-Hay que hacer algo por esos héroes.
-¿El qué?
-¡No sé! A lo mejor tendríamos que pedir que se retiraran -sugirió ella.
Buscó con la mirada al niño que permanecía impertérrito, a su lado, en lo alto de la loma.
-¿No vas a hacer nada?
-Yo no soy soldado.
A lo lejos estalló otro proyectil que hizo temblar el suelo y tras esto, un enorme batallón de monstruos arrasó las filas de defensa de la ciudad, abriendo un pasillo perfectamente visible por el que avanzó un gigante de piel áspera y rocosa, enarbolando un garrote que habría aplastado al mismísimo Thor.
-¡Que nos mata!
Avanzó y avanzó y.... Cuando estaba a menos de ocho metros de Nelly y el mariscalato, levantó el brazo con intención de aplastarlos pero entonces...
Una bola peluda se frotó contra las piernas de la alcaldesa.
Nelly abrió los ojos. Ya no estaba en la cima de la colina sino en su casa, con su familia, cenando. Un hermoso minino acariciaba sus piernas reclamando atención. Ella lo levantó y lo posó en su regazo.
-¡Hola, testarudo! -dijo, pasando su mano por el lomo.
Miau.
Cuando cerró de nuevo los ojos, lucía el sol en la colina y todos los monstruos yacían moribundos sobre la hierba quemada. El viento empujaba lejos una gruesa línea de nubes plomizas, abriendo brechas en la humareda provocada por los incendios de la pólvora, de color oscuro y olor ocre.
-¿Qué pasado?
-Ni idea, señora.
-A ver, ¿quién ha vencido al gigante?
-No lo sabemos.
-Alguien habrá sido.
-¡He sido yo! -dijo el más avispado de los barones.
-¿Tú? ¡Y un cuerno! En todo caso, ¡han sido mis hombres, alcaldesa!
-Esa panda de inútiles no derrotaría ni un batallón de lombrices.
-¿Pero qué dices, insensato? ¡¿A quién llamas lombriz?!
Y así cinco minutos.
-¿Podría alguien explicarme cómo fue? -preguntó Nelly.
-Pues.. no lo sabemos -dijo el más honesto-, de repente la tormenta se disipó, el gigante trastabilló, los seres peludos comenzaron a moverse de forma errática y a caer sobre el suelo, presa de espasmos.
-Así, ¿sin más?
-Es como si hubieran muerto por falta de... algo.
-Han muerto por falta de atención.
Todos se giraron hacia el cartero.
La Alcaldesa elevó las cejas y frunció los labios.
-¿Por qué hemos ganado la batalla? -preguntó.
-Por un gato -dijo el niño- ¡Jajajaj!.
Y se alejó riendo. "¡Sólo ha hecho falta un gato!", le oyeron repetir cuando su cuerpo ya no era visible por el desnivel de la loma.
Al día siguiente la Alcaldesa publicó un nuevo bando:
Bienvenidos a la Ciudad Imaginada de los Cuentos,
Se exige a los residentes que vigilen a qué le prestan Atención.
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